Prefieren las penurias de la falta de servicios, que seguir viviendo arrimados, aseguran desplazados
Una maquina abre las zanjas para introducir las redes de agua potable y drenaje. Algunos trabajadores pintan de blanco los bloques con los que están construidas las casas, otros colocan las puertas y los muebles de baño.
Cuestionados sobre la decisión de habitarlas a pesar de que no tienen agua, drenaje y menos aún energía eléctrica, la respuesta es casi automática: el muerto y el arrimado a los tres días apestan, y ellos tienen entre cinco y cuatro años de arrimados.
Josefina tiene 80 años de edad. Ella y su esposo vivían en Pánuco, pero hace cuatro años fueron expulsados por la violencia. Desde entonces se quedaron en casa de familiares, pero ni ellos ni quienes les dieron cobijo estaban ya a gusto.
“Yo lo que quería era salirme, tengo 12 días en la casa que me asignaron, vivimos mi esposo y yo”, dice.
Josefina y su esposo se afanan en hacer parecer la casa un hogar. Lo primero que trajeron fue su periquito. La jaula con el ave hace que su casa se distinga entre las demás. Ya colocaron el comedor, una improvisada cocina y la recámara. La pequeña casa queda bien para dos personas.
Sus vecinos también ya imprimieron su sello: un improvisado porche con techo de plástico amarrado por cuatro palos pintados de rosa y una hilera de ‘masetas’ del mismo color.
Todos viven en la Manzana 10 del Fraccionamiento de Desplazados, y a pesar de que para estar en condiciones óptimas de ser habitadas, ya luce el sello “Pura calidad, puro Sinaloa”, característica de las obras del Gobierno del Estado.
Miguel Ángel Gutiérrez Sánchez confiesa que él mismo impulsó a los desplazados a trasladarse a las casas, como una manera de presionar al Gobierno Municipal a cumplir con la parte que le corresponde del proyecto: la instalación de redes de agua potable, drenaje y energía eléctrica, y, además, la instalación de un tanque elevado que no solo va a beneficiar a ese fraccionamiento, sino a tres más de los alrededores.
Asegura que no van a permitir que las obras se paren o queden inconclusas, como pasó con los fraccionamientos que construyó el Invies, hoy CVIVE, por ello la presión que ejercen para que se terminen las 50 viviendas, 10 más que el Gobernador Quirino Ordaz Luna asignó al grupo de Roque Chávez y se entreguen 120 terrenos urbanizados.
En la zona estaban trabajadores de la constructora encargada de la obra que hacían labores de pintura, instalación de puertas, muebles de baño y la introducción de los servicios.
Bajo un gran huanacaxtle, los vecinos se reúnen para hablar con Noroeste.
Rocío y su familia vienen de La Petaca. Desde hace cuatro años estaban rentando en La Loma, mil pesos mensuales. Tienen el único ingreso de entre cuatro mil y seis mil pesos mensuales de su esposo. No les alcanzaba, por ello decidieron ocupar la casa que les fue asignada, aunque no esté terminada.
Gutiérrez Sánchez señala que otro de los motivos para que las casas fueran ocupadas es desalentar el vandalismo: en una noche les robaron dos puertas.
“Ya pedimos apoyo al Gobierno Municipal y se hizo el compromiso de que van a patrullar al menos dos veces cada noche; y le pediremos lo mismo al Gobierno del Estado, para que la Policía Estatal patrulle otros dos veces”, declara.
Angelita Patrón es una de las primeras que se mudó a su nueva casa. Tiene 22 días viviendo ahí, a pesar de que todavía no le toca el turno de que le instalen las puertas.
“Los primeros días fueron horribles. No tenemos luz, no tenemos agua, no tenemos drenaje. Cuando intentamos dormir, no pudimos, hacía mucho calor y había muchos zancudos, pero no hemos encontrado alacranes”, comenta.
La necesidad la llevó a tomar esa decisión, dice, lo que pagaba de renta mejor se la va a invertir a la casa, en protecciones, en levantar la barda, va a faltar meterme mucho.
Ha sido muy difícil vivir aquí, reconoce Silvia Garay Santos, pero más difícil era vivir con el temor de que cualquier día o noche la sacaran del terreno que invadió desde hace cuatro años, cuando se vino de La Capilla del Taxte.
“No tengo agua, no tengo luz, me la pasan y solo conecté un abanico y el refrigerador, pero creo que sí nos van a cumplir con lo que nos prometieron”, dice.
Sonia Lety Rendón Delgado viene de La Rastra también tiene casi dos meses en el fraccionamiento. Ya se siente cómoda ahí, a pesar de la falta de servicios.
María Tanislada Esmerio dejó La Guayanera también impulsada por la violencia.
“Cuando me vine de La Guayanera no lo pensé, nada más nos salimos, así como nos ve, estuvimos viviendo en una invasión atrás del Hospital Militar, hace cinco años, pero nos sacaron y unas personas nos prestaron una casa, pero ya últimamente nos las pidieron, en cuanto nos asignaron las casas nos venimos”, dice.
En su casa viven ella, su hija, los dos hijos de su hija y otros dos nietos.
Su nieta, Beatriz Esmeralda Zepeda Siqueiros, busca que le entreguen el terreno que ya tiene asignado, porque estaba rentando uno y ya se lo pidieron.
“Me sacaron de trabajar porque me pidieron una prueba de Covid-19 y no tuve dinero para hacérmela, ya me urge mi casa, no puedo pagar el depósito de una renta.
Los desplazados viven en medio de las maquinas que trabajan en la introducción de los servicios, algunos ya crean un hogar en las pequeñas casas que cuentan con un baño, sala-comedor-cocina y un cuarto grande, patio, un pequeño porche y terreno al frente.El núcleo vecinal ya hasta tiene una pequeña tienda, que instaló la señora Sonia Lety Rendón Delgado aprovechando el porche de la casa.