Soy una ama de casa que escribe, respondió con una sonrisa serena. Es lo más simple y honesto que he escuchado últimamente. Además de su ternura, algo había en ella que me llevaba a otro momento, ¿su nombre? Sí, era su nombre. En 2019 había leído su artículo Mi parto: “Yo en tanto trans soy la mujer, la madre y la hija, me autoparí. Y esto que puede sonar a súper poderes o a una tríada divina, la verdad no es así. Mi embarazo, aunque planeado y deseado, no fue nada fácil...”, esto en la Revista de la Universidad de México, de la UNAM. Ahora la veía en un video donde anunciaba la presentación de su primera novela Transporte a la infancia, en Madrid, España.
Leer sobre su experiencia personal, la valentía y seguridad en la declaratoria expresada en aquel artículo, me despertó el interés de conocerla y saber más sobre su vida, y a decir por ella misma, de su difícil proceso de transformación. Cuatro años después, con una especie de orgullo, vi su rostro en distintos medios dando a conocer la novela; ya tenía editorial y se presentaría en el extranjero. Había algo más, y es que Frida Cartas es de Mazatlán, sinaloense; verdaderamente quería conocer su historia.
“Julián siempre culpó a Lubia de que su único hijo varón fuera joto. “Tú lo pariste así”, era la referencia repetida constantemente, como manda religiosa, en cada discusión marital. En cada pleito, estas palabras de una u otra forma salían a colación para terminar invariablemente culpando a mi mamá”. Con este párrafo revelador, Frida Cartas abre su historia de vida. Nos presenta al padre y a la madre, la culpa, la ignorancia, el machismo; sus posturas ante un hijo que nació en un cuerpo biológico que no correspondía a su identidad psíquica. Frida siempre se sintió niña y, entre otras cosas, quería ser reina del famoso Carnaval de Mazatlán.
La protagonista se acompaña de Lubia, la madre —otro ser que seguro querrás conocer—. Lubia es quien la defiende en la escuela, en la calle, en la iglesia, de las vecinas, del propio padre. Las palabras de la madre son siempre de apoyo: “...mi hijo no está enfermo..., pues si él quiere, es su gusto y su cuerpo..., si le vuelves a poner una mano encima a mi hijo, te mato..., tú orina como te dé la gana...”. Frida nació y creció en Mazatlán, no en la zona céntrica ni turística, su vida transcurrió en un barrio precarizado. Su padre ex militar, presupone un comportamiento rígido y obstinado; su madre empleada de una congeladora, además con conocimientos de partera, también ayudó a traer otras vidas al mundo. En la narrativa disfruté mucho los guiños del karma que acompañan a la protagonista.
Transporte a la infancia (Almadía, 2023) es una historia conmovedora escrita con una amorosa fluidez. El tono es conciliador y formativo —debe ser por los años que la autora lleva en el activismo y como tallerista en temas de sexualidad con perspectiva de género y derechos humanos para las juventudes; por tanto trabajo autogestivo a cuestas—. Un testimonio que revela la crueldad de la que podemos ser capaces ante lo que consideramos diferente y en tanto amenaza trastornar la endeble y frágil normalidad en la que empaquetamos la vida.
“Cuando intervine mi apariencia, expropié mi cuerpo y devine trans, hubo quien me dijo que me escuchaba mejor, con más seguridad al hablar; que mi voz se oía diferente, más fluida, que hasta se me notaba la felicidad y la alegría... Y por supuesto, no faltó quien jamás volvió a hablarme, como si mi voz de nuevo fuera la peste o un virus”. ¿Tendría alguien la supremacía de la vida?, ¿tendría alguien que justificar su ser y su vivir? Hay más honestidad en quien defiende y, en todo caso, busca vivir de acuerdo a su congruencia íntima. Felicidades, Frida Cartas. ¡Enhorabuena! por tu Transporte a la infancia, y porque la vida de cada niño sea amorosamente respetada.
Comentarios: majuescritora@gmail.com
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