"LAS ALAS DE TITIKA: 'Canción de tumba'"
“De niño quería ser científico o doctor. Un hombre de bata blanca. Más pronto que tarde descubrí mi falta de aptitudes: me tomó años aceptar la redondez de la Tierra”. Su mamá fue la culpable de su suerte. Viajaban tanto y en todas direcciones que su mundo estaba repleto de curvas y rectas; aéreas o subterráneas; no importó, quería igual a su madre.
Fue a él, a ningún otro de sus hermanos, a quien ella le gritó: "Tu ya no eres mi hijo, cabrón, tú para mí no eres más que un perro rabioso".
Ahora Julián lo recordaba y lo escribía todo sentado en el cuarto de un hospital; su madre agonizaba y él era el único que estaba allí para cuidarla.
Una madre prostituta que parió cuatro hijos de padres distintos. Una infancia llena de viajes por todo el país en busca de una casa, un amante, un empleo o una felicidad que nunca tuvieron. Ella fue la culpable de su suerte, de que no fuera un niño normal que pudiera explicar la redondez de la Tierra y que ahora, en su lecho de muerte, pudiera recetarle algo, explicarle algo, consolarla. Lo único que podía hacer era darle de comer en la boca, limpiarla, cambiarle la bata y ver su cuerpo marchito, llevarla al baño y esperar... esperar escuchando sus jadeos y oler su miedo a morir.
El escritor Julián Herbert narra una historia autobiográfica y dolorosa. Herbert relata su propia vida en torno al dolor final de su madre, quien agoniza en un hospital de Saltillo. La propia infancia de Guadalupe Chávez -nombre real de su madre aunque tuviera un sinfín de alias- estuvo marcada desde sus primeros años:
"Mi abuela, comúnmente la llamaba Condenada Maldita mientras la sujetaba de los cabellos para arrastrarla por el patio, estrellándole el rostro contra las macetas" .
Un entorno de pobreza y ambientes donde la niñez de Julián estuvo expuesta a todo tipo de suertes. Días de miseria, recuerdos vagos de un padre biológico, padrastros, lugares, canciones... todo parte del tiempo con su madre; una relación compleja que marcó su destino.
Para quien no lo conoce, Julián Herbert es un joven escritor nacido en Acapulco y radicado en Saltillo, Coahuila. En sus principios fue conocido más por su trabajo como poeta y su recopilación de cuentos Soldados muertos, además de su ensayo Apuntes sobre poesía mexicana reciente; sin embargo su novela Canción de tumba es la que al parecer ha conquistado a los lectores y la ha convertido en la pieza central de toda su obra.
Una recuperación de la memoria, de su infancia y juventud, partiendo de la compleja relación con su madre. Un escritor de relatos de una honestidad y crudeza que bordean un escalofriante mundo donde están presentes las maldiciones, pero están prohibidas las obscenidades.
“Lo importante no es que los hechos sean verdaderos: lo importante es que la enfermedad o la locura lo sean. No tienes derecho a jugar con la mente de los demás a menos que estés dispuesto a sacrificar tu propia cordura”. Canción de tumba, una elegía a la muerte de su madre. “Una infancia dura, pero no una infancia infeliz”, ha dicho Herbert en entrevistas sobre su novela. Escuchas esto, avanzas en la lectura y te preguntas hasta dónde juega la ficción en una historia tan verdadera. Donde una madre prostituta defiende hasta los golpes el cobijo de sus hijos; una madre que le confiaba su vida.
Un escritor que llama a las cosas por su nombre, que no pretende adornar donde no hay belleza y donde lo grotesco no se acentúa, simplemente se muestra.
En Canción de tumba las relaciones familiares, filiales, amistosas, sexuales, artísticas... se describen sin reservas en escenarios que develan soledad, pasión, brutalidad, ternura, pero sobre todo mucha honestidad y crudeza. Una novela muy premiada donde el autor mostró sin tapujos los esqueletos de su juventud y su infancia.
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