A empujones, salí del vagón en una estación distinta. Avancé llevada por la multitud y quedé atrapada en un contingente que no se veía rabioso. Nos arrepecharon contra la pared para que otros salieran: “hagan cuatro filas y no suelten la cuerda amarilla”, fue la instrucción. Tomé valor y crucé el umbral contra toda fuerza humana. La libré, salí del metro junto con aquellos, los que como yo iban por la libre. Afuera, la primera escena daba el tono: jacarandas floreando y un grupo de danzantas vestidas de morado elevaban su copal violeta que hermosamente se diluía con el viento. Caminé por la Alameda y luego de unos pasos distinguí la marea bicolor, verde-morada. Mi cuerpo se estremeció y sentí deseos de llorar. Pensé en cómo estaría ella en su mundo periférico sin oportunidad de gritar ante la indiferencia.
“Cuídate”, fue la recomendación para asistir a la marcha; no era necesario una se sabe en un lugar seguro. Una vez más no era así para las mujeres policía que fueron agredidas y desconocidas entre el grupo legítimo que exigía sus derechos; una vez más las uniformadas pasaron a estar entre las mujeres que, aún siéndolo, tienen que limpiar las pintas que hacen las otras mujeres en su propia marcha coreando sus demandas. “Existen muchos feminismos, dijo la especialista, están quienes necesitan destruir, incendiar y las que asumen su protesta desde otro lugar”. ¿Feminismo panfletario? Otra vez pensé en ella, que tan lejos estaría en su mundo rural soportando la tiranía de sus compañeras de secundaria que la relegan por no compartir sus gustos musicales, de vestimenta y arreglo personal; ella no va con la moda y suele ser un ser extraño que se aparta para leer un libro, para hacer un manga.
Me sumé a la marcha. Avanzamos juntas y sentí la potente vibración. No había tibieza ni debilidad, no había miedo ni duda, no había pudor ni recato. Cuerpos pintados mostrándose en libertad, ninguneando el morbo y retando la lujuria. “Ninguna es libre, hasta que todas lo seamos”, “mujer, hermana si te pega no te ama”... el caos diario paralizado, todas aplomadas con una fuerza indescriptible. Abracé sus libertades y desee que ella también estuviera entre el contingente vociferando su descontento, que ella también se armara de valor y pudiera hacerle frente a su abusador, aventarlo y gritarle en su cara: “ya no más”, pero nadie la respalda, le aterra la indolencia.
Niñas con pancartas experimentando el valor, titubeando en la consigna se acompañan de sus padres que las llevan de la mano. Una joven amamantando a su bebé: “yo soy la madre que tú no supiste ser”. Una joven de botas y cara cubierta se abre paso como enajenada arrastrando un cuerpo de plástico: “soy hija de un padre abusador. Él me violó”. El hogar suele ser el lugar menos seguro, había dicho la especialista. Ahora le dicen sexo no consensuado, no hay eufemismo, se llama violación. Yo recomponiéndome en cada lectura, la recordé a ella, que de niña fue aventada a su suerte y que ahora su hija la tortura, ejerce la dominación, la agarra a golpes.
Apenas es primavera y el sol quema como el verano. Me senté junto a un monumento donde colgaron sostenes; otro 8 de marzo soltadas al viento, libres, poderosas. Las veía a todas y pensaba en ella, que atormentada y frágil no supo sostenerse, no pudo resistir... lastimada se quemó en su propio éxtasis.
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