A un siglo de su creación, estas son algunas de las obras que transformaron la literatura
El año de 1922, cuatro años después de que se había terminado la Primera Guerra Mundial, se da el parteaguas en la literatura moderna: ese año se publicaron obras que sorprendieron a los lectores: La tierra baldía de T. S. Eliot; Ulises de James Joyce; Las Elegías de Duino de Rainer María Rilke, entre otras.
De acuerdo con Ernestina Yépiz Peñuelas, escritora y narradora sinaloense, estas obras cambiaron el mundo de la literatura porque revolucionaron los viejos moldes de la novela y de la poesía e inauguraron nuevas formas de trabajar con el lenguaje y de hacer literatura.
“La crítica muy pronto se ocupó de ellas y fueron ganando lectores hasta convertirse en libros clásicos y un clásico siempre tiene algo que decir. Es decir, nunca termina de leerse y se lee una y otra vez por generaciones enteras, afirmó la maestra en literatura.
“Las razones pueden no ser del todo explicables, pero creo que tiene que ver con ese diálogo tan íntimo, tan personal, emotivo, intelectual, existencial incluso, que se establece entre escritor, obra y lector”.
Ulises, de James Joyce
Es la obra monumental de James Joyce, publicada en 1922. Ulises es el relato de un día en la vida de tres personajes: Leopold Bloom, su mujer Molly y el joven Stephen Dedalus.
Un viaje de un día, una Odisea inversa, en la que los temas tópicamente homéricos se invierten y subvierten a través de un grupo decididamente antiheroico cuya tragedia raya la comicidad.
Relato paródico de la épica de la condición humana y de Dublín y sus buenas costumbres cuya estructura, desbordantemente vanguardista avisa a cada rato de su dificultad y exige la máxima dedicación.
Ulises es un libro altisonante, soez y erudito donde los haya que ofrece una literatura distinta, extraña, ocasionalmente molesta y sin duda excepcional.
Ulises está considerada como una de las mejores obras del Siglo 20.
La tierra baldía, de Thomas Steams-Eliot
Thomas Stearns Eliot armó a solas la mejor guerrilla de vanguardia de la poesía anglosajona.
En 1922, con 34 años, el autor de origen estadounidense (1888-1965) afincado en Londres desde 1914, publicó ‘La tierra baldía’ y alumbró una nueva galaxia en la lírica occidental.
Todo en aquel largo poema es extraordinario, febril, mutante, insólito, casi un bosque irreal, casi otro mundo habitable, como anunciando algo que está por venir y de lo que sólo él tiene la clave.
Aquel largo texto, ‘La tierra baldía’, se convirtió en uno de los estandartes de la poesía del Siglo 20. Y ese poema dura todavía.
La tierra baldía (The Waste Land) es quizás el libro más famoso de su autor. Es un poema largo y extraño, pero fascinante.
Está dividido en cinco partes y fue publicado por primera vez en 1922.
En La tierra baldía es un poema de una gran originalidad.
En él se mezclan distintas fuentes, voces, registros. Está en parte, compuesto por citas no declaradas y reformulaciones de citas. Además de versos en inglés, tiene también versos escritos en alemán, italiano, francés y sánscrito. De vez en cuando recurre también al uso de onomatopeyas.
Tiene un tono mítico, y está influido por el misticismo hindú, la antropología de Frazer, la psicología junguiana, Dante, Wagner, el vanguardismo, Baudelaire y los simbolistas franceses.
Mezcla distintos tipos de rima y diferentes géneros poéticos. Alude, además, al pasado y al presente de distintas culturas.
Los inolvidables versos con los que comienza el poema son una inversión original e irónica del comienzo de Los cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer:
“Abril es el mes más cruel, criando
lilas de la tierra muerta, mezclando
memoria y deseo, avivando
raíces sombrías con lluvias de primavera.
El invierno nos mantuvo calientes, cubriendo
la tierra de nieve que olvida, alimentando
con secos tubérculos un poco de vida.
En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust
En busca del tiempo perdido no es una novela editada en un solo volumen, sino que se compone de siete partes, publicadas en forma sucesiva a lo largo de 14 años, tres de ellas luego de la muerte de su autor.
Marcel Proust prácticamente se recluyó en su casa para escribirlas entre 1908 y 1922, el año de su fallecimiento.
La primera parte, llamada Por el camino de Swann, tuvo que ser costeada por el propio Proust, ante el poco interés de las editoriales. Sin embargo, su éxito fue inmediato, y la segunda parte ( A la sombra de las muchachas en flor) fue publicada por Galimard y ganó el prestigioso premio Goncourt en 1919.
En busca del tiempo perdido pretende reproducir los recuerdos de un joven escritor francés de comienzos del Siglo 22, y retrata la vida de la clase alta parisina, sus vivencias e inconsistencias. Posee un claro contenido autobiográfico, pues la gran mayoría de sus personajes son inspirados en la propia familia, amigos y conocidos de Proust.
Los siete volúmenes que componen En busca del tiempo perdido son:
Por el camino de Swann
Proust nos introduce en la vida del narrador, su niñez y sus visitas al campo en verano, que perdurarán en su memoria. A continuación se centra en la vida de Charles Swann, un amigo de sus padres, que se enfrentará a su círculo social al enamorarse de una mujer de un estrato inferior, así como su lucha para conquistarla y mantener la relación.
A la sombra de las muchachas en flor
En este volumen se narra la adolescencia del protagonista y su corta relación y noviazgo con Gilberte, la hija de Swann. También se centra en el encuentro inicial de aquel con Robert de Saint-Loup y con el barón de Charlus, personajes que cobran importancia en las siguientes partes de la novela.
El mundo de Guermantes
Los Guermantes son una familia aristocrática y muy distinguida, de cuyo círculo el protagonista quiere formar parte. No obstante, al principio es rechazado, hasta que finalmente es invitado a una fiesta formal.
Sodoma y Gomorra
Diversos episodios de relaciones homosexuales del barón de Charlus, y lésbicas de algunas mujeres del círculo del narrador, parecen ser la razón del título de esta cuarta parte de En busca del tiempo perdido.
La prisionera
El tema principal de este volumen de En busca del tiempo perdido es la relación del narrador con Albertine, a quien acaba de desposar, y sus enfermizas sospechas de infidelidad. Aquel controla todos los movimientos de su pareja, hasta que esta lo abandona.
La fugitiva
Describe los esfuerzos del narrador por recuperar a Albertine, quien fallece luego en un accidente. Después descubre las relaciones lésbicas de ésta, incluso con Andreé, con quien el protagonista pensaba casarse. Se reencuentra con Gilberte, que ha decidido casarse con Robert de Saint-Loup, el mejor amigo del narrador.
El tiempo recobrado
En esta última parte de En busca del tiempo perdido, Marcel Proust transporta al lector hacia muchos años después, cuando el tiempo ha hecho mella en todos los personajes y el narrador descubre la razón por la que debe escribir lo que ha vivido y visto: la necesidad de unir el presente y el pasado a través de un relato coherente.
Lo trascendente
Lo más representativo de En busca del tiempo perdido es que no se trata de una novela en la que se describen acontecimientos en forma estrictamente cronológica y en base a la importancia de éstos, sino que los hechos se narran como destellos de recuerdos que van viniendo a la memoria del narrador, a través de lo que Proust bautiza como memoria involuntaria, es decir, cuando olores, sabores o imágenes presentes sacan a relucir recuerdos del pasado que se creían olvidados.
En este sentido, tal vez el pasaje más conocido de En busca del tiempo perdido sea el de la magdalena, cuando el narrador, al probar siendo adulto un trozo de pastel o magdalena empapado en té, recuerda muchos hechos de la infancia (cuando había experimentado por primera vez dicho sabor) que creía habían desaparecido de su memoria. Varios de estos episodios de memoria involuntaria se producen a lo largo de la novela, que son precisamente los que le permiten desarrollar la narración.
Un aspecto también importante es el tema de la homosexualidad. Marcel Proust (en inglés) era gay, aunque nunca se atrevió a salir del armario. Lo llamativo es que En busca del tiempo perdido aborda el análisis de la homosexualidad pero desde la perspectiva de un narrador que supuestamente es heterosexual y que ve el amor entre personas del mismos sexo desde esta perspectiva.
El cuarto de Jacob, de Virginia Woolf
El cuarto de Jacob homenajea en buena parte a Thoby Stephen, hermano de Virginia que estudió en Cambridge, fue el primer motor del grupo Bloomsbury al convocar reuniones con camaradas universitarios en su casa londinense y murió de fiebre tifodiea en 1907 tras un viaje a Grecia. Jacob, sin embargo, morirá en la Gran Guerra.
No es por nada que se apellida Flanders, lo que en español es Flandes, el lugar donde el ejército británico sufrió las más cuantiosas bajas durante esa conflagración.
La significatividad final del cuarto de Jacob será el cuarto sin Jacob, el espacio vacío que antes él habitaba. No por nada la novela se tituló Jacob´s Room: esto es, El cuarto de Jacob o El lugar de Jacob.
El espacio vacío. La narración sin centro. Virginia Woolf regala todo esto dentro de una escritura envolvente y tersa con destellos de extraordinaria belleza.
El diamante tan grande como el Ritz, de Francis Scott Fitzgerald
Es el primer volumen de los cuentos esenciales de uno de los autores más destacados de la Generación Perdida. Francis Scott Fitzgerald figura entre los más importantes autores de la literatura norteamericana del Siglo 20.
Las generaciones que le siguieron estuvieron profundamente influidas por su, aunque breve, extraordinaria producción, en la que se cuentan cinco novelas y más de un centenar de relatos breves.
El presente volumen, el primero de los dos que componen la colección esencial de sus cuentos, recoge algunos de ellos. Se da así testigo de la inmensa capacidad creativa de Fitzgerald en narraciones que van desde sus primeras publicaciones hasta pequeñas obras tan celebradas como El curioso caso de Benjamin Button, La escala de Jacob o El diamante tan grande como el Ritz.
Reseña
Poco después de la guerra de Secesión, un coronel empobrecido encuentra un diamante. Para ser exactos lo que encuentra es una montaña que es un diamante macizo.
Lo mantiene en secreto y, explotándolo con inteligencia, se convierte en el hombre más rico del mundo. Retirado en el paraje recóndito que rodea su preciosa montaña, construye un palacio salido de un cuento de hadas. Allí procrea en aislamiento y su progenie crece y se reproduce.
Los pocos invitados que acceden al fortificado y diamantino reducto quedan condenados a no salir jamás salvo con los pies por delante por temor a que desvelen el secreto.
Hasta que llega el jovencito John T. Unger, originario de Hades. Ingenuo, deslumbrado por tanta riqueza, todo parece indicar que tampoco él se librará del aciago destino que le aguarda, pero a veces el destino tiene más facetas que el más grande de los diamantes...
Trilce, de César Vallejo
Trilce es el poemario más importante y conocido del poeta peruano César Vallejo, y está considerado, merced a sus audacias lexicográficas y sintácticas, como una obra capital de la poesía universal moderna y obra cumbre de la vanguardia poética en lengua española.
El poemario Trilce, es sin duda alguna, la mejor antología de poemas de César Vallejo, y uno de los más importantes de Latinoamérica. Desarrolla las bases de su universo poético en los heraldos negros, alejado de la herencia modernista con que éste fue escrito, para dar paso a un lenguaje y expresión nuevos y libres.
Sus textos no representan ideas, sino emociones; sin embargo, esta creación en apariencia absurda e ininteligible, tiene sentido, estructura y un sistema organizativo central que escapa a la gramática y la lógica. Es un poemario que entabla una continuidad con el pasado, en la consciencia de que la vida es una muerte progresiva.
Sonetos a Orfeo, de Rainer Maria Rilke
Colección de 55 sonetos de Rainer Maria Rilke (1875-1926), escritos en 1922 como monumento fúnebre para Wera Ouckama-Knoop.
Esta muchacha, destinada a la danza, fue afectada por un mal incurable que, al deformarla y quitarle ligereza, la obligó a renunciar a su arte
Se dedicó entonces a la música y, cuando también le fue imposible seguir tocando, empezó a dibujar, como si la danza a la que renunciara, continuase brotando de ella, cada vez más dulcemente, y cada vez con mayor discreción, hasta que el mal la venció.
La narración que la madre de la muchacha hizo a Rilke del curso de esta enfermedad, impresionó vivamente al poeta y fue el motivo ocasional del imprevisto nacimiento (fueron todos compuestos en pocos días) de los Sonetos a Orfeo.
Las ‘Elegías de Duino’ de Rilke
Es uno de los libros fundamentales de la poesía del Siglo 20, El libro lo terminó el 11 de febrero de 1922. Elegías de Duino y Sonetos se sostienen mutuamente.
Las elegías de Duino de Rainer María Rilke proponen algunos conceptos y figuras metafísicos, pero no tradicionalmente religiosos sino dotados de una metafísica poética - fruto de una imaginación humana asumida como tal. Especialmente los ángeles.
Rilke, que iba oponiéndose el cristianismo más y más durante la composición de estas elegías, inventó aquí una proposición metafísica propia, no cristiana, no teológica, enteramente poética: los ángeles como criaturas ideales u hombres que, con la muerte, se convierten en seres majestuosos de lo invisible, seres transfigurados, alzados a su mayor potencia; frutos de la muerte, logran una existencia perfecta, feroz, sobrehumanamente plena.
“En las Elegías, la afirmación de la vida y de la muerte se revelan como una sola cosa... Nosotros, seres de aquí y de hoy, ni por un instante nos sentimos satisfechos del mundo temporal”, dice Rilke.