Uno de los mayores retrocesos que ha vivido el país durante este gobierno ha sido en materia educativa. Primero fue la reconstrucción del control corporativo con la contrarreforma constitucional que no solo echó atrás el tentaleante proceso de profesionalización de la carrera docente abierto con la reforma de 2013. Al mismo tiempo, se destruyó al organismo creado para evaluar y diagnosticar al sistema educativo en su conjunto. Después, la “austeridad republicana” dejó sin recursos a la formación continua de los docentes y a todo programa que pudiera impulsar una mejora en el desempeño educativo, de por sí históricamente pobre. Entonces llegó la pandemia y la SEP apenas si pudo salirle al paso de manera desastrada y sin ninguna idea de cómo revertir la caída de la matrícula en todos los niveles y los efectos negativos de la educación a distancia en el aprendizaje de los alumnos.
Ahora el Gobierno corona sus desatinos educativos con la presentación de su nuevo modelo pedagógico, que no es otra cosa que una serie de disparates cargados de ideología, condescendiente con un profesorado de precaria formación, al cual supuestamente se consultó para elaborar la propuesta, pero sin ninguna metodología seria para conocer realmente los problemas que viven las maestras y maestros en todo el País. No hubo entrevistas diagnósticas ni encuestas con validez metodológica: hubo asambleas, en las que participaron más burócratas y politicastros que docentes. Gilberto Guevara Niebla, profundo conocedor del tema, tuvo la paciencia de ver las grabaciones de las 32 asambleas presidida por el comisario Marx Arriaga y su conclusión es demoledora: no fueron más que largas sesiones de parloteo sin sentido.
El resultado es aterrador. No se necesita analizar a detalle lo presentado para prever que será otro gran fracaso monumental de los que se han acumulado a lo largo de décadas en el sistema educativo mexicano. Una ocurrencia de Arriaga y el equipo de ideólogos que lo acompañan, elaborada sin ningún rigor metodológico, sin respetar ningún criterio de construcción técnica de políticas pública o innovaciones curriculares, las cuales deben ser introducidas con un plan bien diseñado, de manera gradual, después de haber sido validada en pruebas de campo piloto. Por supuesto, cualquier cambio curricular debería ser complementado por un programa de formación de los maestros que lo van a poner en práctica. Pero ya sabemos el desprecio de este gobierno por la racionalidad técnica. Para Marx el malo basta con entregarle a los profesores 17 documentos para que reflexionen sobre ellos y echen a volar su imaginación de cómo se “verían” en las escuelas las nuevas propuestas.
Queda claro que el objetivo de la actual administración educativa, con una Secretaria de Educación más preocupada por su futuro político que por el buen desempeño de las escuelas, no es en absoluto pedagógico. Como bien señaló Alma Maldonado, se trata de un proyecto ideológico. La intención de este gobierno no es formar personas autónomas con capacidades para el trabajo y la vida, sino adoctrinar a la niñez en el credo del señor del gran poder y su fabulosa transformación.
La demagogia del “modelo” (de alguna manera hay que llamarlo) resulta indigesta y hasta nauseabunda. En su delirio ven a los pobres maestros mal preparados que abundan en las escuelas públicas como “reproductores del neoliberalismo” y llegan para reivindicarlos como “líderes comunitarios”. Han decidido sustituir los actuales libros de texto, también neoliberales; por unos nuevos panfletos elaborados sobre las rodillas, sin ningún rigor académico, sin probarlos en el aula, como se hace en los sistemas educativos serios. Se trata de la degradación al extremo de la ruta abierta en 1960 con la instauración del libro de texto gratuito y obligatorio, que ha vivido una suerte aciaga, pues no es la primera vez que se hace una reforma improvisada: ya ocurrió durante el gobierno de Echeverría y desde entonces una y otra vez se han dado reformas en los contenidos sin probar antes su eficacia ni formar a los profesores.
Por supuesto, Marx no está dispuesto a someter sus genialidades a la crítica demoledora de la evaluación. Nada de pruebas estandarizadas que comparen el desempeño entre regiones; mucho menos, pruebas que exhiban el mal desempeño en contraste con otros países del mundo. Como era de esperarse, México saldrá de la prueba PISA, el examen diseñado por la OCDE que contrasta a más de 130 países del mundo. Las consecuencias de esta decisión van a ser en extremo negativas, pues no se contará con instrumentos para detectar la mejora o el deterioro de la enseñanza en el país.
Se trata de una visión aldeana y simplona, que en lugar de impulsar un modelo educativo que le permita a México una mejor integración en el mercado mundial, aspira a construir una utopía bucólica donde los niños “no aprendan a competir sino a compartir”. Las descalificaciones gratuitas de lo hecho hasta ahora, que sin duda tiene mucho de criticable, pero que merece ser evaluado con seriedad y no borrado de un plumazo, son la constante en el discurso del propagandista, notoriamente inepto. Al igual que el Presidente de la República, el comisario político de la educación actúa por ocurrencias y con apego a su fe, pero desprecia todo sustento científico que contradiga su delirio. Seguro en la CNTE y en el SNTE están de plácemes: ya nadie indagará sobre si los maestros saben o no saben enseñar. Un experimento más de los muchos que han llevado a la catástrofe estruendosa de la escuela mexicana. Una más de las demoliciones de este gobierno destructor.
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