@MaElenaEsparza
Animal Político / @Pajaropolitico
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Los dichos populares revelan a las sociedades que los acuñan y en la nuestra el famoso aquél de “como te ven, te tratan”. Detrás de esas cinco palabras hay todo un entramado cultural que desde hace siglos normaliza la discriminación basada en una apreciación subjetiva y superficial de las personas. No es solo mala onda, sino una forma de violencia que urge nombrar.
Es indudable que la violencia estética existe: la enfrentamos todos los días en forma de presión social para cumplir con ciertos estereotipos que culturalmente se han constituido como el ideal de belleza -blanca, joven, delgada-. Ese apremio se expresa en exigencia que pone en riesgo incluso la salud física y mental porque la vida cotidiana para quienes no cumplen con el prototipo de imagen aceptada socialmente está llena de burlas, bromas hirientes y prejuicios que minan su autoestima.
Desde luego, la padecen ambos sexos -porque hay estereotipos de belleza para hombres y para mujeres- pero organizaciones como Unicef y la ONU han alertado sobre el impacto mayoritario de este tipo de agresiones sobre las niñas y las mujeres. De hecho, en un estudio realizado en 2019, Unicef encontró que la apariencia física es la principal causa de acoso escolar para las niñas. En nuestro País, 41.7 por ciento de las niñas de 9 a 11 años y 30.7 por ciento de las adolescentes han sido criticadas en la escuela por su peso o estatura, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre Discriminación 2017 del INEGI.
El mandato de belleza es una de las mayores y más perjudiciales cargas de género para las niñas y mujeres. Crecemos pensando que para agradar a otros necesitamos ser calificadas como bonitas y en nombre de esa aspiración estamos dispuestas a todo, desde someternos a dolorosos procedimientos rutinarios hasta dejar de comer.
Si a este contexto agregamos la hipersexualización de las infancias y el espejismo de las redes sociales, cuyas fronteras quedan difuminadas frente a la realidad material al grado de crear la impresión de que importa más el número de seguidores que evitar los riesgos que pueda implicar conseguirlos, tenemos un cóctel de vulnerabilidad para las niñas y adolescentes, quienes se encuentran apenas en proceso de la definición de su identidad.
Aunque hay esfuerzos como nunca antes para diversificar las representaciones corporales, basta observar la mayoría de las series o películas para notar, por ejemplo, cómo la niña gordita siempre es la chistosa, la torpe o de quien los demás no esperan nada. Lo mismo pasa con los posteos en Instagram, TikTok o Facebook; la situación es tan grave que en Estados Unidos ya hay una demanda colectiva contra las empresas operadoras de las redes sociales más populares por las afectaciones que han causado a la salud mental de las usuarias y usuarios más jóvenes.
Entre los más de 200 testimonios que componen la acción legal de gran escala hay madres y padres de niñas que se suicidaron al no lograr sobreponerse a la presión de “mejorar” su imagen para ganar más likes; de algunas víctimas de trastornos alimenticios, y otras más diagnosticadas con ansiedad asociada con la adicción a los filtros que “embellecen”. Hace unos minutos abrí TikTok para revisar un dato y me saltó de inmediato un reto viral de cómo me vería si perdiera 40 libras. No es un juego, esas dinámicas ponen en riesgo la estabilidad emocional de cualquiera, pero más de las menores de edad.
Uno de los resultados más interesantes de la “Consulta Nacional ¿Me escuchas?” que presentó el año pasado el DIF es la importancia que las niñas y adolescentes conceden a su salud física y mental: ocupa el segundo lugar en sus intereses, sólo después del cuidado a sus mascotas. Acompañar eso que Carl Rogers llamaba tendencia actualizante, es decir el instinto a estar bien, es una responsabilidad de todas y todos frente a las infancias. Y eso pasa por visibilizar, detectar y combatir cualquier forma de violencia estética que condicione el pleno desarrollo de la autoestima y autoconcepto de las niñas.
Prueba y pregúntale a las niñas de tu entorno qué quieren ser ahora, no sólo cuando sean grandes. Quizá sus respuestas te sorprendan más de lo que imaginas.
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La autora es Consejera en Género del Consejo Ciudadano para la Seguridad y Justicia de la CDMX y fundadora de Ola Violeta A. C., desde donde trabaja por el derecho a la conciencia corporal de niñas y mujeres. Doctoranda en Historia del Pensamiento en la UP, Maestra en Desarrollo Humano por la Ibero y egresada del Programa de Liderazgo de Mujeres en la Universidad de Oxford.