Aunque la filosofía es muy diversa y hay filósofos separados por múltiples abismos, no hay filosofía que no busque problematizar y problematizarlo todo. No importa si los filósofos son sistemáticos como Hegel, o si prefieren expresar sus ideas aforísticamente a la manera de La Rochefoucauld, Baltazar Gracián o Cioran; y tampoco si formulan sus filosofemas en tratados secos, exentos de ejemplos para la intuición, al modo de Kant o si eligen hacerlo de forma narrativa y hasta divertida como le gustaba a Voltaire... la filosofía puede recorrer todos los géneros literarios (ensayo, novela, cuento, teatro, poesía, varia invención...) sin dejar de ser filosofía, y puede también ubicarse a favor o en contra del Estado, ser conservadora o anarquista; ser meramente especulativa o tomar muy en cuenta los experimentos de las ciencias... Lo único que la filosofía no puede es dejar de problematizarlo todo, esta es su naturaleza y esta es también su razón de ser. De ahí que la filosofía no necesite siquiera apoyarse en una obra escrita, basta con que encarne en una forma de vida como lo muestran dos de los más grandes filósofos de la antigüedad: Sócrates y Diógenes.
Pero, ¿qué significa problematizarlo todo?, y ¿cuál es su beneficio, si es que lo tiene? Encontrar problemas en el mundo es muy sencillo: toda necesidad que no ha sido resuelta es un problema y, tarde o temprano, se encuentra o se encontrará alguna solución. Cuando la filosofía se define como la actividad que se encarga de problematizarlo todo, la idea que subyace es que problematiza principalmente las soluciones que se han encontrado, las verdades que se tienen por válidas. Filosofar impide que los seres humanos, convencidos de alguna verdad -que en su momento parece rotunda- no se estanquen: permite que la historia siga fluyendo, y con ello se airee el mundo: que no existan dogmas repetibles hasta la eternidad, sino que se siga pensando, buscando indefinidamente.
Los filósofos ponen en práctica esta labor y, en ocasiones, terminan por levantar una doctrina, una nueva solución que los termina convenciendo de que ahora sí han dado en el clavo con la verdad definitiva, y lo sería si otros no se siguiera pensando, problematizándolo todo: filosofando.
Las verdades del Estado, las verdades de la religión, las verdades de la moral, las verdades del arte, las verdades incluso de la filosofía..., o sea, las respuestas o soluciones que nos dicen como son las cosas y como deben de ser para que sean correctas, son precisamente el asunto sobre el que la filosofía clava su diente, y por ello resulta tan incómoda para las instituciones: lo pone todo en entredicho.
Así, a quienes tienen sus verdades no les gusta que el filósofo venga a problematizárselas, y esta es la causa de que haya una tensión constante entre quienes creen que las cosas son como ellos las conciben y la filosofía. Desde la muerte de Sócrates hasta nuestros días existe esta tensión que ha tenido muchas manifestaciones a lo largo de la historia: hogueras, expulsiones, persecuciones, intentos por borrarla de los planes de estudio... pero, al menos, en el mundo occidental no se ha logrado hacerla desaparecer, y esa persistencia de la filosofía es precisamente lo que caracteriza la Cultura Occidental: una cultura abierta que se mantiene viva por preguntar, problematizar, o dudar. El porqué de la filosofía es muy simple: para que nadie tenga nunca la última palabra.