Lo que caracteriza al ser humano y lo diferencia totalmente de los animales es su capacidad de autoconocimiento y de reflexión sobre el sentido de la vida. ¿Quién soy? ¿Por qué y para qué estoy aquí? ¿De dónde vengo y hacia dónde voy? ¿Me relaciono bien con los demás? ¿Cómo construir una vida buena y exitosa? ¿Qué valores debo perseguir? ¿Cuáles virtudes debo practicar? ¿Soy buen ciudadano?
En fin, son muchas las cuestiones e interrogantes que intentan despejarse, aunque hay que reconocer que nunca se llega a una certidumbre total. Estas preguntas vitales no se resuelven con soluciones fáciles. Es más, ni se resuelven ni se disuelven, puesto que su finalidad es problematizar e incitar a una continua reflexión y revisión. En síntesis, constituyen un estímulo para pensar la vida, lo cual es el ámbito específico de la filosofía, como apuntó Fernando Savater en una entrevista publicada en el diario “La opinión”, de Murcia:
“Pues... es que la filosofía es una materia que, más que ayudar, pone dificultades a la vida; no aporta soluciones, sino preguntas... Digamos que las cosas que la mayoría de la gente hace mecánicamente, la filosofía las cuestiona, busca sus raíces”.
Precisó la finalidad del método filosófico: “No es un método para simplificar la vida, sino para hacerla más compleja; para no salir de dudas, sino para entrar en ellas”.
Subrayó que la filosofía estimula el sentido crítico: “Dicho esto, sí puede ayudar en el sentido en que invita a reflexionar, a repensar lo que escuchamos en la tele, en la radio, en Internet... Pero bueno, esa es una cosa de sentido común, ¿no? No estaría mal que, en vez de aceptar acríticamente lo primero que nos dicen, nos paremos a pensar”.
¿Pienso y repienso mi vida? ¿Estimulo el sentido crítico?