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Antonio Gramsci, pensador marxista italiano de principios del siglo 20 y gran renovador de esa escuela de pensamiento, cuando dice, a partir del concepto de hegemonía, que el poder se legitima a través de la cultura, elabora una tesis de gran importancia para el análisis político.
El poder no puede prescindir de la aceptación y la obediencia de la mayoría de sus súbditos y/o ciudadanos- para no recurrir permanentemente a la fuerza- sin la seducción de la cultura. Es decir, el poder para legitimarse necesita de la cultura, entendida ésta en el sentido que Gramsci le da -interpreta el politólogo mexicano Arnaldo Córdova- y con él la inmensa mayoría de los antropólogos contemporáneos:
“Es todo lo que el hombre crea en su devenir en la historia; puede ser, también, un conjunto de reglas del comportamiento; además, un modo de ser de toda una sociedad, que incluye puntos de vista sobre la vida, apreciaciones de los valores que le son propios; también todo el catálogo de los hechos históricos que se signifiquen por la creación de obras de arte, ideas, creencias, religiones o todo tipo de expresión”.
Gramsci sugería a los comunistas italianos que para lograr el poder deberían luchar por construir una hegemonía cultural que fuese parte de las luchas sindicales y políticas de la clase obrera. Es decir, para él no había triunfo político posible de ninguna clase o sector de clase social si no construían una hegemonía cultural.
Bueno, pues que valga esta introito, para sostener que el narco, particularmente el sinaloense, ha sido suficientemente seductor para construir una hegemonía cultural en nuestro estado y ha avanzado tanto en otras partes del País que ha llegado al mismísimo Zócalo de la capital nacional, cuando, enfrente de Palacio Nacional y a invitación oficial, tal y como lo recuerda Alejandro Sicairos en su columna del miércoles pasado, Los Tigres del Norte entonaron “Jefe de jefes” y el Grupo Firme cantó “El Ratón”.
El narco no prescinde de la violencia, sin ella no puede existir ni reproducirse, pero gracias a sus intelectuales orgánicos- compositores, cantantes, políticos, arquitectos, joyeros, periodistas, diseñadores, escritores, pintores, informáticos, etc.- ha forjado creciente y pacientemente una indudable hegemonía cultural con la que ha logrado la obediencia, implícita o explícita, de amplias capas de habitantes de Sinaloa y otras partes del territorio nacional.
¿Hasta dónde de manera consciente los narcos han ido generando y promoviendo su hegemonía cultural? Cuando sabemos que ellos pagan porque les escriban corridos o les fascina que se produzcan películas, libros o series donde son protagonistas estelares, nos damos cuenta que de manera consciente aceptan que sus imágenes y símbolos se difundan masivamente. Quizá nada más lo hagan para satisfacer su ego, pero esto es lo de menos, lo importante es que sus acciones y visión de vida se reproducen en las mentes y corazones de millones de personas.
Al margen de lo anterior, lo cierto es que son ciudadanos no relacionados con el negocio de las drogas los actores más abundantes y activos para difundir símbolos, ideas y creencias de la visión narca de la vida. Cuando esto sucede es que se ha logrado una hegemonía. Otros dos ejemplos recientes los vimos, ya no en el corazón de la nación y la historia mexicana sino en Culiacán, cuando un grupo musical contratado por el Ayuntamiento proyectó en una pantalla gigante la imagen de “El Chapo” Guzmán, y en Mazatlán un grupo de empleados municipales celebró un cumpleaños en las oficinas de gobierno simulando una fiesta buchona.
Se han escrito cientos, quizá miles de artículos, ensayos e investigaciones académicas sobre la cultura narca mexicana, tanto en nuestro País como en otras partes del mundo, pero todavía falta mucho por ver. Faltan sus museos.
Ya hay uno ubicado en la Secretaría de la Defensa Nacional, llamado “Museo de los Enervantes”, pero no está abierto al público. Solo lo pueden visitar militares, políticos, periodistas y académicos. Dudo que sea muy concurrido. Pero, ¿qué podría suceder si se construye uno en Badiraguato abierto al público?
Pueden apostar ustedes que sería todo un éxito. Se convertiría en un nuevo santuario de los narcos y sus seguidores, sin descontar que lo visitarían investigadores de todo el mundo. No habría museografía alguna que pudiera evitar se convirtiese en un nuevo templo de adoración y de visita turística, tal y como sucede con el santuario de Malverde. ¿Ustedes creen que armas decomisadas con cachas de oro y diamantes, cuernos de chivo de diseño especial, fotografías de mujeres y hombres decapitados, ejecutados o de colgados causarían horror y desalentarían a los visitantes para que dejasen de admirar a los actores del narco?
El lugar, la cuna del narcotráfico mexicano y región donde han nacido varios de los poderosos y famosos capos mexicanos, lograría que el museo fuese absorbido ipso facto por legiones de visitantes que se deleitarían con los objetos, imágenes y símbolos del narco. Serían el templo y la máxima expresión de admiración a la cultura de la ilegalidad triunfadora y la violencia impune que campean en México.
Y si los narcos tienen su propia producción cultural, la cual sería coronada con un museo en su lugar de nacimiento, es porque ésta ha ayudado a construir el enorme poder político con el que cuentan en vastas regiones del territorio nacional. Los narcos, podría decir Gramsci, son parte del bloque de poder en México.