La subcultura narca (digo sub porque tiene un origen ilegal, pero, en realidad, el mundo del narco ha logrado crear un verdadero universo de creencias y prácticas culturales muy diverso y extendido), llama la atención por su enorme penetración, inconsciente o consciente, en la sociedad mexicana, y más particularmente en la sinaloense.
Cuando una conducta, un estilo, un gusto se arraigan y extienden, estamos ante el establecimiento de prácticas culturales duraderas o de largo aliento que, incluso, pueden convertirse en identitarias. Cuando una cultura llega a ser parte de un amplio conglomerado humano se convierte, para bien o para mal, en parte de su identidad. Lo grave, muy grave, de la cultura narca es que, cuando llega a ese nivel, legitima una práctica ilegal, a veces indirecta, a veces directamente, como lo vemos ya en Sinaloa y en otras partes de México.
La cultura buchona o narca tiene múltiples expresiones, como bien sabemos. En Sinaloa, prácticamente cualquiera puede identificar algunos de los gustos estéticos buchones, generalmente identificados por lo que desde fuera de esos marcos socioculturales podemos llamar excesos. Sus gustos arquitectónicos, ya sea en sus casas familiares o en sus criptas, en joyas, vestimenta, música, armas, fiestas, habla y cuerpos, por mencionar solo algunos campos, son claramente identificables.
Obviamente, quienes más los practican son los narcos y sus familias, pero su influencia, y esto es lo relevante para el conjunto de la sociedad, va mucho más allá, llegando a otros sectores sociales.
Una de estas prácticas culturales cada vez más ejercida es casi exclusiva de las mujeres: el cuerpo buchón. Que el cuerpo femenino sea intervenido artificialmente para modificarlo en búsqueda de formas o estéticas que atraen a los hombres del narco o de quienes imitan sus gustos, revela claramente un dominio cultural masculino en su expresión machista. Es decir, ya sea porque los varones del narco o sus imitadores le exigen o les imponen a sus mujeres ciertas formas corporales o porque grupos de mujeres, cada vez más numerosos, por sí mismas alteran sus cuerpos buscando figuras voluptuosas, generalmente en senos y/o glúteos, lo cierto es que el gusto masculino narco ha sido adoptado por numerosas mujeres.
Los glúteos, muslos y senos abundantes en mujeres fue un gusto arraigado en las sociedades latinoamericanas por lo menos de mediados del Siglo 19 hasta los 60 y 70 del siglo anterior. El llamado cuerpo de uva era el preferido en México, el resto de América Latina y también en las naciones de Europa mediterránea; sin embargo, las modas anglosajonas, sobre todo de Inglaterra y Estados Unidos, a partir de la modelo Twiggi y la minifalda, ambas de origen británico, fue imponiendo paulatinamente entre las mujeres el cuerpo delgado, incluso esquelético, generando como un subproducto indeseado la proliferación de la anorexia y la bulimia entre miles y miles de jovencitas -y otras no tan jovencitas- sin faltar algunos jovencitos, en el mundo.
Sin que haya desaparecido el gusto dominante por el cuerpo esbelto en México y otras partes del mundo, en nuestro País el cuerpo buchón en la mujer, que retomó el gusto anterior, muy popularizado, por cierto, en historietas, calendarios y revistas populares mexicanas por lo menos desde los años 40, como la revista Jajá y la historieta Hermelinda Linda, se empezó a ver, ya intervenido quirúrgicamente, por lo menos al empezar el presente siglo. Antes que las influencers Kardashian hicieran mundialmente famosas sus figuras voluptuosas, las mujeres buchonas ya lo hacían en Sinaloa y de ahí pal real.
El gusto por el cuerpo buchón también tiene que ver con relaciones de poder; es decir, muchas mujeres no lo hacen tan solo para atraer más las miradas masculinas sino para “atrapar un buen partido”. En un contexto social con oportunidades disminuyentes para ascender socialmente, el cuerpo es utilizado por encima de otros atributos para lograrlo.
En otros casos, es muy probable que no sea así, y que sea solo una moda, pero lo cierto es que es cada vez más costosa en términos económicos, salud y la vida misma, tal y como lo vimos en los casos recientes de Culiacán y Mazatlán.
Tal y como los han revelado abundantes reportajes periodísticos en Sinaloa, y sobre todo en Culiacán, proliferan las “clínicas estéticas” que intervienen senos, glúteos, labios, muslos y otras partes del cuerpo con el gusto buchón. Unas son legales y profesionales, pero otras muchas, 200 dice el Secretario de Salud Melesio Cuén, son irregulares. Esta es una cantidad enorme, y llama la atención que no hayan sido judicialmente intervenidas.
Si las autoridades no intervienen con prontitud y firmeza, más mujeres como Paulina, en Culiacán, y Anahí, en Mazatlán, seguirán muriendo y confirmando que la cultura buchona se recrea en muchos ámbitos y corredores sociales. Una muestra más de su imparable poder.
Y sí, nuevamente, en una sociedad profundamente desigual en todos los sentidos, las mujeres son nuevamente víctimas. Es inmoral seguir permitiendo muertes “estéticas”.