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Continuando con la reflexión y relación entre filosofía y vida, no simple erudición ni académica especulación, el filósofo español Jaime Nubiolo escribió un texto titulado El taller de la filosofía. Una introducción a la escritura filosófica, donde especificó claramente:
“A diferencia quizá de otras áreas del saber, la relación entre la vida y el pensamiento de quien se dedica a la filosofía no es accidental. Una filosofía es siempre en cierto sentido proyección de la vida de su autor. Sirva como muestra lo que Ortega afirma de Descartes: ‘El Discurso del método con cuya publicación inicia su filosofía es, en sus tres cuartas partes, una biografía’”.
Citando, también, a Fernando Savater, expresó que la filosofía “tiene que convertirse en biografía de quien se acerca a ella”. La filosofía, dijo, se aprende como asimilación vital para conferir sentido y plenitud a la existencia.
Precisó que en 1854 escribió Thoreau: “Hoy hay profesores de filosofía, pero no filósofos Y sin embargo es admirable enseñarla porque en un tiempo no lo fue, menos vivirla. Ser un filósofo no consiste meramente en tener pensamientos sutiles, ni siquiera en fundar una escuela, sino en amar la sabiduría hasta el punto de vivir conforme a sus dictados una vida sencilla, independiente, magnánima y confiada. Estriba en resolver algunos de los problemas de la vida, no sólo desde un punto de vista teórico sino también práctico. El filósofo va por delante de su época incluso en su forma de vivir”.
Nubiolo explicó que el auténtico filósofo debe comprometerse a buscar la verdad y eliminar de su vida y comportamiento aquellas prácticas, limitaciones, errores o defectos que resulten incompatibles con su modo de pensar. Quien se dedica a la filosofía debe buscar el crecimiento personal y comunitario.
¿Pienso mi vida?