La noche del martes 24 de octubre, los asistentes a la 35 Convención Internacional de Minería esperaban en la cena a la Gobernadora del estado de Guerrero, Evelyn Salgado, quien de último momento canceló su participación ante la inminente llegada del Huracán Otis a las costas de Acapulco. Según relatan algunos participantes, cerca de las 9 de la noche los invitados regresaron a sus hoteles para resguardarse de la tormenta, pero ni siquiera ahí -un evento internacional que congregaba a cientos de empresarios, autoridades, periodistas, y al que iba a acudir la Gobernadora- se tomó la previsión de cancelar el evento y advertir a tiempo sobre el peligro que se avecinaba.
Como pudieron, los comensales regresaron a sus hoteles, donde los propios trabajadores improvisaron refugios en salones y bodegas que no tuvieran vista a la playa.
Relatos como el de la periodista Sandra Romandía -asistente a la convención minera- dan cuenta de las horas de terror que pasaron dentro de esos refugios, mientras el viento destrozaba todo del otro lado de las puertas. Historias semejantes vivieron los cerca de 40 mil turistas que se encontraban esa noche en Acapulco.
La tarde de ese martes, el Gobierno de Guerrero había emitido un comunicado titulado “Huracán Otis alcanzó categoría 3 frente a las costas de Guerrero”, y advertía: “se prevé que la circulación nubosa de dicho sistema refuerce el potencial de lluvias torrenciales y vientos fuertes durante las próximas horas, así como la manifestación de alto oleaje de 3 a 5 metros de altura en toda la zona costera”.
La previsión era que Otis “podría impactar” entre Acapulco y Tecpan de Galeana “en el transcurso de la madrugada del miércoles, como categoría 4”, por lo que se hacía un llamado a la población a extremar medidas de precaución: “no salir de su domicilio salvo en casos de emergencia, evitar cruzar ríos, arroyos y calles inundadas, mantenerse informado con fuentes oficiales y no propagar rumores”.
A las 20:06 horas, el Presidente Andrés Manuel López Obrador lanzó un mensaje en Twitter y Facebook diciendo que Otis tocaría tierra como huracán categoría 5, “de las 4 a las 6 de la mañana”.
A esa hora, pobladores y turistas aún paseaban por la Costera Miguel Alemán o participaban en eventos sociales, como la cena de la convención minera, confiados en que Otis llegaría durante la madrugada.
Lo cierto es que el huracán pegó a las 00:25 horas del miércoles 25 de octubre, con categoría 5. Y devastó todo a su paso.
Al día siguiente, Acapulco amaneció totalmente destruido e incomunicado; aislado del resto del País por los daños en carreteras, antenas de radio y de telefonía, y sin servicio eléctrico.
Las 48 horas siguientes se caracterizaron por el desorden y el caos, que sólo quienes lo vivieron directamente podrían relatar con exactitud. Ante la ausencia de fuerzas policiacas, los comercios de la zona hotelera fueron vaciados durante todo el miércoles por personas que acababan de perder todo en sus casas y que se lanzaron a la búsqueda de alimentos, agua, medicinas, papel higiénico, pañales y utensilios de limpieza; pero también por grupos organizados que cargaron con electrodomésticos, pantallas de televisión, teléfonos celulares, lavadoras, estufas y refrigeradores.
Ese miércoles, mientras en Acapulco se sufrían los estragos del huracán y de la ausencia total del Estado, el Presidente emprendió una absurda travesía por tierra para llegar a Acapulco.
La fotografía del Primer Mandatario varado en un camino, a bordo de un vehículo militar atascado en el lodo pasará a la historia como una penosa imagen de ineficiencia frente al desastre.
Durante casi todo el miércoles, fue un misterio el paradero del Presidente, y muchas horas después se supo que tuvo que bajar del vehículo militar, caminar cinco kilómetros y subir a una camioneta de redilas para llegar a Acapulco cuando ya estaba oscureciendo. En el puerto, supuestamente acudió al centro de mando para atender la emergencia y participó con la Gobernadora en una reunión de crisis de la que no se difundieron imágenes ni información sustantiva.
Se intuye que el Presidente abordó una aeronave militar para regresar a la Ciudad, pues al día siguiente, jueves 26, ya estaba en Palacio Nacional en la conferencia mañanera. Ahí, después de que se diera un primer informe de la situación -con llamada telefónica a la Gobernadora-, el Primer Mandatario dedicó horas a denostar a los críticos de su fallido periplo; arremetió contra el Poder Judicial, comentó la aprobación de la Ley de Ingresos en el Senado, habló de política y denostó a la prensa y a sus adversarios. Incluso se dio tiempo de presumir su popularidad en las encuestas, que cada jueves cita para inflar su ego.
Ese día, al reestablecerse algunas comunicaciones en Acapulco, el País pudo conocer el impacto real de Otis: todos los hoteles, restaurantes y comercios lucían parcial o totalmente destruidos, en los 12 kilómetros de la Costera Miguel Alemán. En las colonias -populares, de clase media y fraccionamientos lujosos- había inundaciones; árboles, palmeras y postes caídos; coches que habían sido arrasados por la corriente arrumbados en esquinas. El aeropuerto tenía daños severos en su torre de control y estaba cerrado al tráfico aéreo; las carreteras, dañadas, y miles de turistas permanecían sin poder salir del puerto ni poder comunicarse al exterior.
Ese jueves, el periodista Manu Ureste, de Animal Político, pudo llegar a Acapulco después de más de 24 horas de viaje desde la Ciudad de México, para relatar el desastre. Para entonces aún era notorio el caos, la desolación y la ausencia casi total de las autoridades.
Fue hasta el viernes cuando se pudo constatar que el Ejército había tomado el control de Acapulco, de las vías de comunicación y del plan de contingencia para atender la emergencia y para canalizar la ayuda a los damnificados.
Para entonces, instituciones como la Cruz Roja y la UNAM; empresas, fundaciones y gobiernos locales ya habían instalado centros de acopio en la Ciudad de México y otras entidades; pero la narrativa presidencial también alcanzó a envenenar la solidaridad.
La advertencia de López Obrador de que sólo el Ejército podría llegar a Acapulco a entregar la ayuda y su anuncio de que 500 servidores de la nación se trasladarían a Guerrero para levantar un censo de personas damnificadas, hicieron que muchos dudaran, y que se esparcieran versiones sobre una supuesta confiscación de la ayuda por parte del Ejército y el uso político clientelar de los donativos de la sociedad civil.
A la falta de previsión, la inexistencia de una alerta temprana sobre la magnitud de “Otis”, la larga ausencia del Gobierno estatal en las horas críticas, la tardanza del Gobierno federal y de las Fuerzas Armadas en controlar la situación, se sumó la politización de la tragedia.
A los discursos tóxicos del Presidente, la oposición responde con la descalificación, la exageración, la propagación de mentiras y rumores, y el absurdo deseo de que todo le salga mal al Gobierno, para poder seguir exhibiendo su ineptitud.
Pese a la presencia de las Fuerzas Federales, Acapulco sigue siendo un caos, pues la gente demanda ayuda para satisfacer necesidades básicas de subsistencia, y la ayuda es insuficiente.
No habrá escuela ni trabajo en amplias zonas de Guerrero durante las próximas semanas; no habrá normalidad posible mientras impere el caos social y el pleito político en torno a la atención a damnificados.
Vendrán semanas difíciles, con el recuento real de las vidas que se perdieron, la cuantificación de los daños materiales y las pérdidas económicas para una ciudad que vive del turismo y que tardará meses -quizás años- en recuperar su esplendor.