En la última parte del libro Discurso sobre la servidumbre voluntaria, Étienne de La Boétie exhibe el moralista que lleva dentro y pasa a examinar en profundidad a quienes forman la corte del tirano. Sus razones, su forma de vida, su proceder... Esa disección es la mejor y más bella defensa de la libertad que concentra una obra de por sí ya bella, concentrada y dedicada por completo a la libertad: «(...) a veces siento piedad por su estupidez. Pues, a decir verdad, ¿qué otra cosa es acercarse al tirano, sino alejarse de la libertad propia?». Señala De La Boétie cómo estos, no contentos con servir sin más, se aprestan a agradar, a entretener, a adivinar.
De nuevo el Discurso se hace vehemente, tanto como para que resulte difícil descubrir en su autor a alguien tan comedido como Montaigne se cuidó en pintar. Esto dice Montaigne sobre los complacientes a sueldo: «Es necesario que se revienten, que se atormenten, que se maten a trabajar en sus asuntos y, después, que se gocen con su placer, que abandonen su gusto por el suyo, que fuercen su complexión propia, que se despojen de su natural (...) ¿Es esto vivir felizmente? ¿Esto se llama vivir?».
Por si no fuera suficiente con pintar ese sinvivir tétrico, De La Boétie da además la razón definitiva: ni tan siquiera es seguro, seguro para la propia vida, y recuerda como en multitud de casos los príncipes han sido aniquilados por sus favoritos, estos por sus protegidos y así sucesivamente. «Yo no sé cómo, al final, y por poca inteligencia que posean, esta se despierta para ser especialmente crueles con los suyos».
En este contexto, al final de su disertación, De La Boétie habla de la amistad. ¿Pero qué amistad puede existir entre aquellos que vienen de trazar y tramar alianzas, sopesar beneficios y valorar relaciones, si «no se aman entre sí, sino que se temen los unos a los otros; no son amigos, sino cómplices». La amistad es otra cosa y no es, de seguro, para ellos. El Discurso se pone grave, De La Boétie baja la voz: «la amistad es un nombre sagrado, es cosa santa; jamás se da sino entre gentes de bien, y no prende sino por una estima mutua». Son muy pocas líneas las que dedica a explicar su concepción de la amistad, amistad de la buena, pero son eléctricas... Su eco sigue resonando mientras avanza la lectura hacia el final del discurso, donde De La Boétie explica su certeza sobre el castigo especial que el Dios todopoderoso reserva a los tiranos.
Aquellas líneas sobre la amistad encontraron continuación en el ensayo que Montaigne titularía De la amistad y dedicaría a su amigo «perfecto, a su hermano», con palabras empleadas a menudo en el terreno amoroso que han dado lugar a especulaciones sobre la naturaleza de su amor/amistad.
El libro de De La Boétie es tan breve que su publicación casi pide ser acompañada por otros textos que lo complementen y que estén a la altura. La edición que Trotta ha hecho del Discurso, en tapa dura, viene precedida de una presentación breve, clara y muy informativa del profesor Pedro Lomba, también responsable de la traducción. Lomba enseña Historia de la filosofía en la Universidad Complutense de Madrid y es responsable de otras ediciones de textos clásicos en la misma editorial, como el Discurso del método, de René Descartes.
Los textos que firma Étienne de La BoÉtie son dos: además del Discurso, la edición incorpora el testamento que da cuenta del legado que deja a su «íntimo hermano y amigo inviolable». La carta donde Montaigne relata al padre de De La Boétie los pormenores del deceso es un testimonio curioso y pertinente que devuelve una imagen distinta a la que habitualmente se tiene del padre del ensayo. Dos cartas más y el mencionado ensayo De la amistad cierran la producción de Montaigne.
Étienne de La Boétie contra todos
por Pilar G. Rodríguez
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