un texto incendiario
“De La Boétie había nacido en 1530 en una familia burguesa de magistrados y llegaría a serlo desempeñando labores de asesor en el Parlamento de Burdeos. Era una época turbulenta marcada por las guerras de religión entre católicos y hugonotes, donde se sucedían los saqueos, las revueltas y la represión por parte de las fuerzas de Enrique II.
Del autor de El discurso sobre la servidumbre voluntaria se conoce su gran cultura clásica, su vocación humanista, sus convicciones católicas y su tolerancia religiosa en una época marcada por la intolerancia. Se sabe que dedicó su contundente Discurso a Guillaume de Lur, a quien sucedió en el Parlamento de Burdeos. Se sabe que circulaban copias del mismo y que su uso intencionado por parte del protestantismo llevó a Montaigne -a quien nombró su albacea- a posponer su publicación y a dedicar párrafos explicativos sobre las intenciones del autor en el mencionado De la amistad.
En la presentación de El discurso, recientemente publicado por Trotta, el profesor Pedro Lomba hace hincapié en las «múltiples precauciones tomadas [por Montaigne] para que no se consume la injusticia de convertir a su amigo en un opositor político de la monarquía y el catolicismo triunfantes». Montaigne, por su parte, dice que se trata de un mero ejercicio (de retórica), como si quisiera quitarle importancia.
Y sí, es verdad, tiene forma y estructura de ejercicio, pero también lo es que De La Boétie empieza por señalar al tirano, lo retrata como el niño que gritó ‘el rey va desnudo’ y, para rematar, da instrucciones para derrocarlo: «No hay necesidad de combatir a este solo tirano, no hay necesidad de derrotarlo; es derrotado por sí solo con tal de que el país no consienta su servidumbre; no hay que quitarle nada, sino nada darle».
Y lo que empezó siendo un texto contra el tirano se vuelve rápidamente contra todos aquellos que lo permiten vivir, que le han entregado su voluntad y su libertad con ella: «¡Pobres y miserables pueblos insensatos, naciones obstinadas en vuestro mal y ciegas a vuestro bien! Os dejáis arrebatar ante vosotros lo mejor y lo más claro de vuestros bienes (...)». El libro también llamado El contra uno se vuelve contra todos; contra el tirano, sí, pero también contra los siervos pasivos, entregados que ni piensan ni actúan ni -lo más fácil y eficaz- dejan de servir: «Resolveos a no servir más y seréis libres», afirma un De La Boétie que viene de despacharse a gusto.
Después de la tormenta de recriminaciones, el ánimo de El discurso se sosiega y su autor se parece algo más al aficionado a la paz que describiera Montaigne. Brinda su análisis del tirano, describiendo tres variedades, y explica ciertos recursos de lo que estos se han valido a lo largo de la historia para someter a sus pueblos. La alianza con la religión dio buenos beneficios, también la provisión de abundante entretenimiento y placeres. Pero, sin duda, el mejor de los aliados lo encuentra la tiranía en la costumbre: «Nunca echamos en falta aquello que jamás hemos tenido», afirma De La Boétie, que ve en ella la primera razón de la servidumbre voluntaria.
Enseguida se centra en los engranajes de la misma, lo que realmente hace que funcione, el secreto del éxito que De La Boétie califica con esa misma palabra: «El secreto de dominación, el sostén y el fundamento de la tiranía», que no es otro que la corrupción.
Se trata de esa maraña de cinco o seis que mantienen al tirano y que lo copian en sus maldades y favores y hacen partícipes a otros 600, y esos 600 proceden de la misma manera con 6 mil. Y así es como la corrupción tan hermosa y gráficamente retratada en el Siglo 16 se plantó, sin muchas variaciones, en el 21. Esta organización -repartición más bien- del poder tuvo como resultado que «al final se halla casi tanta gente para la que la tiranía parece ser beneficiosa como gente para la cual la libertad sería agradable». Estabilidad, en el lenguaje actual”.
Étienne de La Boétie contra todos
por Pilar G. Rodríguez
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