Wikipedia: “El discurso sobre la servidumbre voluntaria es un libro escrito por Étienne de La Boétie. Publicado en latín en fragmentos en 1574 y luego en francés en 1576, fue escrito por La Boétie probablemente a la edad de 16 o 18 años, en 1548.
El texto consiste en una breve acusación contra el absolutismo que es sorprendentemente erudita y profunda pese a la juventud de su autor en el momento de escribirla. Además, plantea la cuestión de la legitimidad de cualquier autoridad sobre una población y se intenta analizar las razones de su sumisión. La idea principal del texto es que «toda servidumbre es voluntaria y procede exclusivamente del consentimiento de aquellos sobre quienes se ejerce el poder».
La originalidad de la tesis defendida por La Boétie consiste en que, contrariamente a la idea de que la servidumbre es forzada, en realidad es totalmente voluntaria. Cuántos, bajo falsas apariencias, creen que esta obediencia se impone obligatoriamente. Sin embargo, ¿cómo podemos concebir que un pequeño número obligue a todos los demás ciudadanos a obedecer tan servilmente como ellos? De hecho, cualquier poder, incluso cuando se impone por primera vez por la fuerza de las armas, no puede dominar y explotar de manera sostenible una sociedad sin la colaboración, activa o resignada, de una parte significativa de sus miembros.Para La Boétie entonces la conclusión es esta: «decidíos [···] a dejar de servir, y seréis libres»”.
por Pilar G. Rodríguez
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“El discurso de la servidumbre voluntaria, de Étienne de La Boétie, es la exclamación estupefacta ante el juego del poder despótico y su mansa aceptación. Rebautizado posteriormente como El contra uno, se trata, sí, del grito contra el tirano, pero también contra quienes lo promueven y contra quienes no se cuestionan las razones de lo anterior. Eso ya es mucha gente, eso ya hace que El contra uno pase a ser casi El contra todos.
El discurso empieza con ánimo sosegado y erudito, partiendo de una cita de La Ilíada, deteniéndose en la anomalía de «ver a un millón de hombres servir miserablemente, con el cuello bajo el yugo, no forzados por una fuerza mayor, sino de algún modo (eso parece) como encantados y fascinados por el solo nombre de uno, del que no deben ni temer su poder, pues está solo, ni amar sus cualidades, pues es con ellos inhumano y salvaje». Como si a la vuelta de página no fuera a desencadenarse una tormenta de interrogaciones retóricas y exclamaciones indignadas ante lo apenas esbozado.
«Mas ¡oh Dios!, ¿qué puede ser esto, cómo diremos que se llama, qué desgracia es esta? ¡Qué vicio, o más bien qué aciago vicio, ver a un número infinito de personas, no obedecer sino servir (...), sufrir los saqueos, los desenfrenos, las crueldades no de un ejército (...) sino de uno solo! ¡Y no de un Hércules ni de un Sansón, sino de un solo homúnculo (...)!».
Es un joven de entre 16 y 18 años quien escribe así de profunda y airadamente. Un joven cultivado, respetuoso con las leyes, «amante del orden, enemigo de los tumultos», como lo calificará su amigo Michel de Montaigne en su conocido ensayo De la amistad. Entonces, ¿qué le puede llevar a alguien de esas características a levantar la voz con esa contundencia en contra del más poderoso? ¿Cuáles eran sus intenciones? Y, quizá antes que todo eso, ¿quién es Étienne de La Boétie?”.