Los deseos de salud, bienestar, felicidad y larga vida se prodigan como torrente cuando una persona cumple años. En esa ansiada y esperada fecha llueven felicitaciones, abrazos, regalos y bendiciones. Todos esperamos que la persona agraciada disfrute su vida, goce de ilimitada alegría y se le abra venturosamente el porvenir.
El filósofo francés Roger Pol-Droit publicó en 2004 un libro titulado La Filosofía explicada a mi hija, donde entabló un diálogo con su hija Marie, de 16 años, para comprobar que filosofar no es un término que deba asustar, porque no se adentra en un laberinto con un vocabulario enigmático. Por eso, precisó: todos “nos preguntamos sobre el sentido de la vida y sobre la muerte, sobre la justicia, la libertad y otras cuestiones esenciales”.
En el dialógo sostenido con su hija, Pol-Droit expuso de manera sencilla todas las cuestiones que aborda la filosofía, recalcando que el estudio filosófico comienza siempre por el descubrimiento de nuestra propia ignorancia. Es decir, la idea de que el filósofo es un señor “sabelotodo” es completamente equivocada; se empieza a filosofar -como Sócrates- cuando uno se da cuenta de que no sabe absolutamente nada. La filosofía es, por tanto, la actividad que consiste en intentar salir de esa situación embarazosa.
Hoy, que mi hija María (el mismo nombre de la del filósofo francés) cumple 23 años, quisiera entablar con ella un diálogo sobre lo que es la vida, en qué consiste vivir, cómo aprovecharla y vivir plenamente, qué hay después de la muerte, etcétera.
Sin embargo, yo no escribiría un libro titulado La vida explicada a mi hija, sino otro muy diferente: La vida explicada por mi hija. Quiero adentrarme en su concepción de la vida y no dogmatizarla con la propia.
¿Escucho a mi hija?