La Caza, del director danés Thomas Viterberg, narra la atroz experiencia dentro de una pequeña comunidad, de un atractivo profesor (Mads Mikkelsen), que después de su divorcio está en proceso de rehacer su vida. Cuando todo parece caminar con cierta normalidad, la declaración de una pequeña niña, hija de su mejor amigo, desata una persecución en su contra, el infierno del que ya nunca podrá salir. Según la menor, el maestro se exhibió delante de ella y la besó. Nadie ha visto nada, solo se supone, se asume, y de inmediato se da por hecho que él es una especie de pederasta. A pesar de no poder demostrar algo que solo es una sospecha, la vida del profesor se convierte en una desgracia. La comunidad de buenos amigos y vecinos lo va acorralando hasta cercarlo y destruirlo social y psicológicamente. No importa que el relato pueda ser mentira, el daño que la colectividad histérica infringe en el hombre lo marcará para siempre, incluso cuando haya sido absuelto.
La calumnia es una mentira poderosa. Da de comer al morbo y a la maldad. Es capaz de convertir a cualquiera en culpable de un hecho que jamás cometió. Es una construcción diabólica que adquiere vida propia; es prácticamente imposible que quien creyó en ella logre cambiar su percepción. En el caso de la película, el profesor se vuelve la víctima no solo de las fantasías de una criatura, también de las perversiones, las represiones, los prejuicios y la maledicencia de todo un pueblo que ante la sospecha se convierte en verdugo. Y es que es más fácil destrozar una vida que buscar la verdad. Lo que importa es cómo circula, el daño que hace. Lo más triste es que, en el fondo, ni la niña ni el profesor importan a nadie, es el escándalo el que lo mueve todo.
El protagonista de La Caza ha sufrido una enorme injusticia, con gran inteligencia, Viteberg logra colocarnos en medio de la desgracia y del acoso del que es objeto. Nos convierte en cómplices del mal. Y aún sigue lo peor, después de la acusación y la calumnia, el linchamiento público, la barbarie se apodera del pueblo. Uno de los grandes aciertos de La caza es que nos muestra que podemos estar entre los que linchan, pero también podemos ser víctimas de un linchamiento.
Las historias que contamos y cómo las contamos dicen mucho de quiénes somos. Nuestro pasado es algo que se reconstruye a base de recuerdos, nunca será del todo fiel a la realidad, esta sería imposible de reconstruir. Un relato está lleno de emociones, sensaciones, imágenes ficticias, ilusiones, traumas, miedos. Con nuestra historia “personal” vamos conformando lo que somos. Contar un acontecimiento sobre el pasado, hoy, no significa que en el futuro no pueda alterarse e incluir o eliminar ciertos “datos”. El jardín de los juegos infantiles que recordamos enorme resulta poco más que unos arbustos años más tarde; lo mismo pasa con las palabras escuchadas o las escenas observadas.
Vivimos en una época en la que las redes sociales dominan por completo la vida y el comportamiento de muchos. Un relato personal e íntimo subido en las redes sociales es una bomba de tiempo que puede dañar y tener consecuencias graves para quien lo dice y para quien ha sido acusado. Lo que aparece en las redes no es necesariamente cierto, lo sabemos. Por lo general se alimenta de habladurías, sirve para desprestigiar, en muchos casos está dicho a la ligera o con una cierta carga que lo hace poco fidedigno. Es una verdad a medias que solo daña.
Según la Real Academia de la lengua (RAE), el concepto de verdad es la “adecuación y conformidad entre lo que una persona manifiesta y lo que ha experimentado, piensa o siente”. Se dice que vivimos en la era de la posverdad, ¿qué significa esto? (RAE de nuevo), pos verdad es la “distorsión deliberada de una realidad que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”. Para que una información logre la propagación deseada, debe ser estridente, si desprestigia o acusa a alguien y es escandalosa tiene aún más probabilidades de triunfar. Escándalo es “el dicho o hecho que causa gran asombro o indignación en alguien, especialmente por considerarlo contrario a la moral o las conveniencias sociales”.
Con el poder que han adquirido las redes sociales, quien publica en ellas, ya no tiene un compromiso con la verdad, lo que importa es la velocidad y cantidad de likes que logra. Al subir cierta información el deseo es que cause un impacto, que atrape rápidamente. Entre más estridente sea, más resonancia logrará. Pero también es cierto que un escándalo tiene vida efímera. El problema es que es efímera para la conversación pública, pero tiene un impacto indeleble en aquellos sobre los que se ha cebado. Subirá como la espuma y de la misma manera que mantuvo la atención, vendrán otros “escándalos” y lo desplazarán. Pero el daño para la vida de una persona puede ser irreversible.
No importa cuál haya sido el contenido ni la intención de quien lo emitió, como todo lo que circula en las redes será desechable, pero habrá logrado perjudicar la reputación de alguien. Para eso sirve.
Lo que circula en las redes va conformando un universo de medias verdades, escándalos, rumores, calumnias. Al acusar a alguien públicamente, se desata una red de violencia poderosa en su contra. El mal está hecho, contamina y se disemina. Esa es la naturaleza del mal; por eso es mucho más impactante una noticia dañina, ofensiva que hacer un bien. Ante una acusación en las redes y su propagación no hay manera de defenderse, la réplica siempre será débil delante de la acusación. La calumnia es un monstruo que camina solo.
En la era de la posverdad, en la que las redes han logrado disfrazar, transgredir y representar los hechos en función de sus intereses, la honestidad y calidad de una imagen y de un testimonio comprometido, son los únicos parámetros en los que podemos confiar.
El escritor y filósofo Óscar de la Borbolla dice lo siguiente sobre la posverdad: “El mundo ha dejado de ser único -ser- y se ha convertido en innumerables realidades donde habitan tribus adoradoras, cada una de una opinión. Esas realidades dependen de la información o, mejor aún, de informaciones diversas al referirse a la posverdad”.
“Esta manera nueva de la verdad es, precisamente, la llamada posverdad: una verdad que ciertamente está basada en hechos, pero sólo en aquellos que la confirman, pues si se amplía la búsqueda o se profundiza se descubren otros hechos que la niegan. Es un tipo de verdad acorde con la holgazanería de nuestro tiempo: rápida y obvia: sumaria, y que circula convenciendo sólo a quienes emocionalmente ya estaban convencidos, pues sólo sirve para aquellos a quienes les confirma lo que ya de por sí querían creer. La gente ya no cree en nada y, precisamente por eso, admite y cree tan fácilmente en las posverdades que ratifican su desconfianza, en aquellas posverdades que corrobora lo que emocionalmente cree. O peor aún, lo real sólo tiene existencia si aparece en el terreno de la información: en los medios y en las redes sociales.”
Y estas andan a la “caza” de su siguiente víctima.