Lo sucedido en el estadio de la Corregidora de Querétaro es inadmisible. Un verdadero acto brutalidad en las gradas, detrás de la trifulca hay más que una rivalidad de “porras” o “barras”, hay intereses que orbitan entorno a los mil 900 millones de dólares que vale la Liga MX.
El deporte federado en México está en crisis, quedó demostrado que la Federación Mexicana de Futbol se rige sola, es un ente regulado por sus propios intereses, ajenos incluso a las disposiciones en la Ley General de Cultura Física y el Deporte. El futbol es el deporte que manda, el que más dinero deja y el que menos les importa a las autoridades deportivas, porque ellas recibiendo lo suyo, quedan complacidas.
Pero esta columna no habla de la situación del futbol, sus equipos, sus aficiones o su liga. Habla de otro tema igualmente preocupante que tiene que ver con los medios de comunicación, las coberturas de las tragedias y la posverdad. Por un lado la falta de responsabilidad periodística y por otro, el derecho de las audiencias a recibir, en términos de la ley y los tratados internacionales, información veraz, objetiva, sin censura, libre de limitaciones o prejuicios. Información diferenciada clara y oportunamente entre información “noticiosa” y de la “opinión personal”, es decir, de lo que se sabe y consta, o lo que se supone o se cree.
Y esta información noticiosa, es la que se verifica y se consta en los hechos, más allá de dichos y trascendidos extraoficiales. Oportuno el tema, porque minutos después de suscitada la trifulca en la Corregidora, ante las violentas imágenes que recorrieron México y el mundo por todas las redes sociales, algunos medios de comunicación “prestigiados” y “connotados”, daban cifras de la barbarie en número de muertos.
Transgrediendo todos los derechos de las víctimas, se compartieron imágenes, nombres y situaciones que narraban con puntal detalle la fatalidad de, primero 10, luego 15, 20, 22, 25 27 y hasta 30 aficionados muertos por la gresca. No hubo tal, hubo 24 heridos, cuatro de ellos de gravedad, pero por fortuna ni uno solo de los inhumanamente violentados aficionados del Atlas o el Querétaro han fallecido, según la información oficial dada por autoridades estatales y federales. Pero ante el colectivo social y la audiencia expectante de noticas trágicas, la “realidad” percibida es otra, fue una masacre.
“Murieron y los ocultaron”, “los desaparecieron”, “la FIFA pagó para que no se dijera nada”, “el Gobernador Kuri miente”, “Andrés Manuel se puso de acuerdo”, “es un complot para silenciar a las familias”, “la liga mexicana pagó millones para tapar el sol con un dedo”, fueron algunas de las decenas de miles de opiniones que se leían por todos lados.
El colectivo decidió construir su verdad, la posverdad fundada en lo que se veía ahí claramente, cuerpos tirados, ensangrentados, con “rigor mortis” según los peritos forenses del Facebook y el Twitter. La posverdad se estudia como fenómeno de la comunicación, y no refiere propiamente a las “mentiras”, sino a la verdad manipulada por crédulos voluntarios, información que contradice los hechos y busca engañar a todo aquel que hace de las suposiciones verdades que -incluso- defiende.
Para el caso, no se trata de excusar al Gobierno, ellos y el club tienen total responsabilidad sobre los lamentables hechos. Pero lo que esta columna señala es la otra calamidad, la de publicar con ligereza información que puede causar tanto o más daño como un sillazo en la cabeza. Antes de escribir la presente, veía un interesante reportaje en el noticiero de Denise Maerker sobre el seguimiento de las víctimas que algunos medios dieron por finados, al respecto, Gabriela G., madre de uno de los jóvenes agredidos, dijo: “vi las imágenes de la golpiza de mi hijo por redes sociales”, después de ver la noticia de los muertos, vivir el luto y dolor de pensar por horas que su hijo era uno de los fallecidos, porque “todo mundo lo afirmaba”, incluyendo la prensa, para después enterarse que no, que por fortuna Gustavo estaba vivo y lo dicho y publicado era parte de varias suposiciones que replicaron como verdad. Luego le seguimos...