El ser humano tiene como esencia y característica constitutiva el plantear preguntas, el cuestionar de manera ininterrumpida e infinita, sobre todo cuando filosofa acerca de los primeros principios y la finalidad de todo lo que existe.
Los primeros relatos filosóficos de Occidente narran que el hombre se preguntó por qué había algo en lugar de no existir nada y cuál era el primer principio de todas las cosas: si el aire, la tierra, el fuego, el agua. Asimismo, se interrogó sobre su esencia y existencia: ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿para qué existo?, ¿cuál es el sentido de mi vida?, ¿cuál es mi objetivo y misión?, ¿soy libre?, ¿cómo alcanzar la felicidad?
El ser humano se pregunta porque es el único ser de la naturaleza capaz de pensar, profundizar y proporcionar un cauce a su vida. De hecho, la etimología de pregunta hace alusión a sondear la profundidad de un lecho de agua con un palo o remo. En efecto, preguntar proviene del latín percontari, que significa consultar, dudar, someter a interrogatorio, tantear la profundidad, buscar el fondo del mar o del río.
No todas las preguntas tienen la misma trascendencia y profundidad; hay cuestionamientos débiles y banales. Sin embargo, la curiosidad y el asombro son siempre los resortes que impulsan el nacimiento de cualquier pregunta, como resaltó Pablo Neruda en El libro de las preguntas:
“¿Conversa el humo con las nubes? ¿Es verdad que las esperanzas deben regarse con rocío? ¿Dime, la rosa está desnuda o solo tiene ese vestido? ¿Por qué los árboles esconden el esplendor de sus raíces? Las lágrimas que no se lloran ¿esperan en pequeños lagos? ¿O serán ríos invisibles que corren hacia la tristeza?”.
¿Cultivo el arte de las preguntas? ¿Soy curioso’ ¿Me asombro?