Rosario y las serpientes marinas

Alejandro De la Garza
24/07/2022 04:13
    ‘Serpientes marinas que sólo algunos arrojados marineros se han atrevido a mirar, pero que los hombres cuerdos desde la playa niegan y califican de una alucinación’. Así se refiere Rosario a las mujeres intelectuales y libres, quienes no se conforman con el papel convencional de amas de casa, cuidadoras forzadas y reproductoras de la estirpe familiar, ni siguen ciegamente el comportamiento dictado para ellas por una sociedad masculina y autoritaria basada en el poder patriarcal.

    El sino del escorpión festeja el acierto del repositorio institucional de la UNAM de poner a disposición de los lectores la hoy ya célebre tesis para obtener la maestría en filosofía de la entrañable Rosario Castellanos, quien en este texto aborda “la cuestión femenina” como un ensayo de género, lo cual sin duda la convirtió en una precursora del feminismo en México. El texto vivió diversos avatares y fue ignorado por años hasta su final publicación definitiva en 2005 (FCE) con un informativo y complementario prólogo de la historiadora y estudiosa del feminismo Gabriela Cano Ortega.

    En junio de 1950, en la UNAM, la escritora Rosario Castellanos (México, 1925- Israel, 1974) obtuvo la maestría en filosofía con la tesis titulada Sobre cultura femenina (https://repositorio.unam.mx/contenidos/sobre-cultura-femenina). Tal era la agudeza, el humor cáustico, la elegancia metafórica y poética con la que Castellanos describía el horror de la circunstancia femenina en los campos de la creación filosófica, reservados a los hombres a lo largo de la historia y aún a mitad del Siglo 20, que los sinodales de aquel examen -entre ellos los doctores en la materia Eduardo Nicol y Leopoldo Zea-, pasaban del sonrojo al asombro y de ahí a la risa y la carcajada plena, según se narra en el prólogo (el alacrán imagina las caras filosóficas de los sinodales y suelta también una carcajada).

    “Serpientes marinas que sólo algunos arrojados marineros se han atrevido a mirar, pero que los hombres cuerdos desde la playa niegan y califican de una alucinación”. Así se refiere Rosario a las mujeres intelectuales y libres, quienes no se conforman con el papel convencional de amas de casa, cuidadoras forzadas y reproductoras de la estirpe familiar, ni siguen ciegamente el comportamiento dictado para ellas por una sociedad masculina y autoritaria basada en el poder patriarcal. Aunque algunos supuestos filosóficos de esta tesis escrita en 1948-49 han sido rebasados, y la misma Castellanos la describió luego como “un libro viejo que no me atrevería a sostener”, otros de sus planteamientos siguen tan campantes; por ello, y por su calidad literaria y la agudeza de sus observaciones, el texto es considerado un precursor ensayo de género.

    De entrada, Rosario filósofa se pregunta: ¿Existe tal cosa como una cultura femenina o su existencia es sólo un rumor como la serpiente marina? Luego pasa revista a media docena de filósofos y su visión retrógrada del papel de la mujer en la sociedad, una mirada masculina aún vigente hacia los años cincuenta en América Latina.

    Schopenhauer inicia su tratado sobre las mujeres con este aserto: “Sólo el aspecto de la mujer revela que no está destinada ni a los grandes trabajos de la inteligencia ni a los grandes trabajos materiales. Paga su deuda a la vida no con la acción sino con el sufrimiento, los dolores del parto, los inquietos cuidados de la infancia; tiene que obedecer al hombre, ser una compañera paciente que lo serene”.

    El filósofo suicida Otto Winninger empeora aún más las cosas: “La mujer no es otra cosa que sexualidad, el hombre es sexual pero también es algo más (...) se preocupa por la lucha, el juego, la sociabilidad y la buena mesa, la discusión y la ciencia, los negocios y la política, la religión y el arte. (...) En las mujeres pensar y sentir son dos actos inseparables”.

    Filósofos como Georg Simmel intentan luego sin mucho éxito, a juicio del venenoso, comprender con más claridad la circunstancia femenina: “Nuestra cultura en realidad es enteramente masculina. Existe una oposición efectiva entre la esencia general de la mujer y la forma general de nuestra cultura. Por eso, dentro de esta cultura, la producción femenina tropieza con tanto mayor número de obstáculos cuanto que las exigencias que se le plantean son más generales y formales”.

    Más adelante, Castellanos analiza también las ideas de varios escritores canónicos sobre la posición de la mujer en la sociedad y sus afanes de producción intelectual y artística. De entre tantas citas misóginas de Balzac, Moliére y Buffon, destaca el comentario de Heinrich Heine, para quien todas las mujeres escriben con un ojo en el papel y otro en el hombre, y también la opinión del muy respetado Montaigne, quien “cuando ve a las mujeres empeñadas en la retórica, la judiciaria, en la lógica y otras drogas semejantes, tan vanas e inútiles para lo que ellas necesitan, se siente acometido por el temor de que los hombres que las aconsejan lo hagan por tener derecho a regentearlas”.

    Rosario Castellanos refuta, desmantela e invalida estas visiones a partir de agudos argumentos sobre el papel de distintas mujeres en el desarrollo de la cultura, pero sobre todo destaca el carácter androcéntrico de esta cultura que juzga, dictamina, califica con parámetros masculinos la producción cultural femenina. “El mundo que para mí está cerrado tiene un nombre, se llama cultura”.

    Enseguida indaga sobre aquellas mujeres que “se separaron del resto del rebaño e invadieron un terreno prohibido”, y destaca figuras femeninas ejemplares que fueron capaces de superar el androcentrismo de la cultura parar convertirse en pintoras, escultoras, científicas y escritoras. Castellanos concede a muchas mujeres la opción de estar tranquilas en casa, aceptar esos límites y acatar la ley masculina, pero también inquiere: “¿Por qué entonces ha de venir una mujer llamada Safo, otra llamada Santa Teresa, otra a la que nombran Virginia Woolf, alguien bautizada como Gabriela Mistral?”, mujeres cuya inclinación vocacional era la de “entender las cosas del mundo”.

    Aunque en su libro de 1973, Mujer que sabe latín, Rosario abordará la obra de Simone de Beauvoir, el escorpión destaca la coincidencia de fechas del ensayo clave de la francesa, El segundo sexo, de 1949, con el año de elaboración de la tesis de la mexicana. Y aunque la influencia más clara en el texto de la escritora mexicana son los clásicos de Virginia Woolf, Una habitación propia (1929) y Tres guineas (1938), la premisa fundamental de Beauvoir está presente ya en la tesis de Rosario: la mujer no nace “mujer”, son el sistema y sus instituciones -la familia, la religión, la educación, la monogamia, el matrimonio, la fidelidad- las que la fuerzan a convertirse en esa “mujer”.

    En efecto, reitera el arácnido, muchos de los conceptos expuestos por Castellanos en su tesis han sido afortunadamente rebasados por los avances civilizatorios, el impulso del movimiento feminista, la cultura de género y el respeto a la diversidad y la libertad de elegir, pero el cuestionamiento lo esboza con agudeza filosófica Rosario Castellanos desde 1949 y, como advierte la consigna, la lucha sigue.