Como cada cierre de ciclo escolar, existe la oportunidad de hacer un balance de lo vivido durante los últimos 12 meses. Cientos de miles de niñas, niños y jóvenes dejan un nivel para pasar al siguiente. Como es tristemente habitual, algunos de ellos ya no volverán. En tanto, miles de familias se preparan para iniciar su largo peregrinar por los años de escolaridad obligatoria. Generación tras generación, se cristaliza una misma vieja rutina. Nada nuevo bajo el abrasante sol sinaloense.
Cerramos un ciclo escolar que ha estado marcado por una ausencia de cambio. En los casi 20 meses de administración, el gran elemento faltante es una estrategia integral para abordar las consecuencias educativas de la pandemia. La carencia de un diagnóstico inicial de la situación del aprendizaje académico y socioemocional, así como del abandono escolar, son un impedimento importante. Por ello, el Gobierno no ha podido informar en qué medida Sinaloa ha revertido los efectos negativos que la pandemia ha dejado y que han sido demostrados en todos los lugares en donde este tema fue evaluado seriamente.
Pero lo peor es que la silenciosa adversidad del aprendizaje es vivida diariamente en salones de escuelas que se caen a pedazos. Donde más que buscar el aprendizaje, se debe buscar escapar del calor, del derrumbe de los techos o de la ausencia de agua potable y baños. Al ser tangible, el efecto del rezago material que padecen las comunidades escolares al menos ha generado movilizaciones para exigir a la autoridad algún tipo de respuesta.
En educación, aunque analicemos las dimensiones por separado, lo cierto es que todo va junto. Dejamos el calor de lado para pensar en un iceberg. Así como lo que se puede ver afuera del agua es sólo la parte cúlmine de una masa gigante de hielo que flota a la deriva, los problemas de infraestructura escolar, de violencia y deterioro de la convivencia, o de la dificultad de lograr objetivos básicos de aprendizaje, son la parte visible de una masa gigante de problemas acumulados por décadas.
Mientras las escuelas luchan por funcionar de manera regular ante la combinación desafortunada de mala infraestructura y duras condiciones climáticas, se percibe una gestión educativa local reactiva, sin liderazgo ni sentido de urgencia. Tanto así, que tuvo que ser el mismoGobernador Rocha -ocupado por cierto en otros asuntos de gran relevancia como la crisis de los productores de maíz- quien diera una improvisada señal humanitaria al ofrecer la posibilidad de terminar el ciclo escolar de manera anticipada en aquellos planteles que no cuentan con climatización.
Si la inmoral corrupción neoliberal de sexenios anteriores impidió atender a necesidades de dignificación salarial y capacitación del magisterio, de renovación de la infraestructura escolar, de compensación de los efectos de la pobreza sobre el aprendizaje, ¿dónde están las políticas y los programas públicos que permitirán superar los efectos acumulados de décadas de corrupción?
A estas alturas, lo que está claro es que no los veremos en el próximo ciclo escolar. Sinaloa tiene el derecho a una educación digna y de calidad. Para alcanzarla, es necesario dejar de navegar a la deriva en las históricas inercias que la exclusión socioeconómica genera sobre el aprendizaje. Si los perdedores son los mismos de siempre, no se puede hablar a cabalidad de una verdadera transformación social.
Es necesario reconocer la existencia de problemas estructurales y complejos que se relacionan entre sí, diagnosticar la gravedad de estos problemas en el presente y buscar sus causas raíz. También se debe generar grandes consensos entre todos los sectores que puedan aportar en la solución e implementar planes de transformación educativa con esa tenacidad y persistencia tan característica en la gente de Sinaloa. Este es el camino a seguir para el próximo ciclo escolar. Sólo entonces, podremos hablar de un verdadero avance en la educación sinaloense.
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Director general de Mexicanos Primero Sinaloa
@Mexicanos1oSin
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