Secretaría de Seguridad Ciudadana pone fin a 16 años de Teatro Penitenciario
Itari Marta, fundadora de la Compañía de Teatro Penitenciario, no recuerda con exactitud cuándo fue su última función, porque ni siquiera pensó que lo sería.
Tampoco tenía idea de que el cambio de administración del Sistema Penitenciario de la Ciudad de México, de la Secretaría de Gobierno a la Secretaría de Seguridad Ciudadana –que se concretó el año pasado–, iba a obstaculizar ese proyecto artístico hasta cerrarlo por completo. Entre septiembre y octubre de 2024 comenzaron las dificultades.
Primero, empezaron a recibir oficios que les impedían la entrada a la Penitenciaría, supuestamente por actividades programadas a la misma hora; luego, las listas para la entrada del público no llegaban completas, y así se fueron sumando obstáculos. Solicitaron pláticas, como solían hacerlo, con el Sistema Penitenciario, para hablar sobre los nuevos protocolos, coordinarse, ponerse de acuerdo.

En un principio, se mantuvieron reuniones periódicas para informar cambios y acatar nuevas condiciones. Sin embargo, a finales del año pasado, les impidieron la entrada definitivamente: la dependencia sostuvo que al evaluar el proyecto, no encontró reales beneficios, que debían trabajar con 100 personas por taller, que no podía entrar público externo y una serie de criterios que contradecían el diseño original de la iniciativa.
Itari relató en esta entrevista para Animal Político cómo empezó todo hace 16 años, cuando una noche, estando en el Foro Shakespeare, aceptó una llamada proveniente de un reclusorio capitalino. Al otro lado de la línea escuchó la voz de Sara Aldrete, autora de Me dicen la narcosatánica, quien hablaba desde Santa Martha Acatitla, donde la interna –que ahora cumple una sentencia de más de 600 años en Tepepan– ya tenía un grupo de teatro.
“Así es la vida –decía en aquella conversación en 2022, cuando el proyecto estaba cumpliendo 13 años–: a veces una decisión que parece muy chiquita te puede llevar a cosas muy grandotas”. Para la Secretaría de Seguridad Ciudadana, no lo fueron. No hubo escucha a “esos argumentos que los artistas utilizamos no solamente en la Penitenciaría, sino en general en nuestras vidas”, dice Itari ahora en entrevista: la importancia del arte y la cultura en las comunidades, la necesidad del acceso a estas como un derecho...
“No logramos comunicar la importancia del proyecto”, lamenta. Se refiere más bien a que la dependencia no la entendió. El 18 de marzo de 2025, Mario Alejandro Vignettes del Olmo, director ejecutivo de Prevención y Reinserción Social del Sistema Penitenciario, argumentó en un oficio que el programa solo había impactado a un 3.6% de la población penitenciaria, que el equipamiento no era parte del reclusorio y que nunca conocieron el monto total por la venta de boletos, por lo que no podía considerarse que se proveyó de empleo ni de capacitación para el trabajo a personas privadas de la libertad o liberadas.
“Los horarios de programación de intervención imposibilitan el uso del espacio para el desarrollo de otras actividades que el centro penitenciario tiene previstas para el cumplimiento de nuestras responsabilidades y atribuciones en los aspectos culturales, artísticos, recreativos, académicos y de tratamiento para las personas privadas de la libertad”, además de que la recepción de público externo –que tantas veces ocurrió– implicaba destinar servidores públicos asignados a otras tareas prioritarias y vulneraba medidas de seguridad, argumentó la Secretaría para negar la continuidad del proyecto.

“No podemos seguir convenciendo a las autoridades de un proyecto que tiene 16 años llevándose a cabo, y que claramente tiene resultados positivos. La verdad es que para los artistas es muy cansado vivir en un país en donde somos los últimos de la fila, donde el presupuesto de cultura baja continuamente, donde las estrategias de cultura tienen que ver solo con números, parece que es llenar una ficha y no realmente involucrarse en cambios profundos de transformación social”, reclama Itari.
La cultura –dice– no se ve como una herramienta y no tiene relevancia. Hace 16 años, la compañía emprendió su camino con la convicción opuesta y le llevó mucho tiempo lograr introducir el teatro, con el diseño del proyecto, junto al Sistema Penitenciario. Su interés ahora es compartir lo que aprendieron, para demostrar y reivindicar los resultados de esa iniciativa, que siempre se gestionó con los recursos del Foro Shakespeare, la voluntad de las personas en reclusión y las entradas que pagaba el público externo.
La actitud por parte de la institución –reprocha– no solo fue obstaculizar la entrada, sino desmantelar todo lo construido, lo que juzga lamentable no para quienes impulsaban el proyecto, sino para las personas privadas de la libertad, que eran su razón de ser. Ahí radica la falta de comprensión de la Secretaría sobre los beneficios del Teatro Penitenciario: cuando se habla de reinserción o de prevención del delito, que abarcan este tipo de proyectos, se apunta al mismo tiempo a un cambio de percepción y de relación con el resto de la sociedad.
“Es claro que no estamos ofreciendo ni procesos humanos, ni procesos de generación de posibilidades de trabajo, ni de cambio de paradigmas. No estamos interesados en reintegrarlos, estamos interesados en castigarlos, en quitarles las cosas positivas que construyen y en decirle a una sociedad que el arte no importa”, afirma.
‘Se puede con un chingo de voluntad’: el Teatro Penitenciario logró lo inédito
Con funciones con público externo en la Penitenciaría o personas privadas de la libertad saliendo a dar temporadas completas en el Foro Shakespeare y dos funciones en el Teatro de la Ciudad de México: la Compañía de Teatro Penitenciario logró lo inédito.
Itari Marta recuerda cosas importantísimas, como las califica: un grupo de actores dando función de Ricardo III en el Teatro de la Ciudad y cómo el gremio se abrió a nuevas creaciones. En este espacio se presentaron dos veces. Además de la que ella menciona, el 25 de noviembre de 2022 salieron de la Penitenciaría a escenificar la obra MCBTH Ruega por nosotrxs.

El proyecto se alejaba de la concepción de un teatro elitista y representaba a la cultura como un derecho. Itari Marta también recuerda a niños preguntándole a sus papás “¿y tú por qué matas?”, “¿y tú por qué secuestras?”, frente a un grupo de personas externas e internas, una pregunta que solo puede hacerse en ese contexto.
Recuerda a sus compañeros que dejaron las drogas o de cometer actos ilícitos dentro del propio centro penitenciario. Las anécdotas son infinitas. También hubo abogados que salieron del reclusorio diciendo “órale, ya entendí lo que pasa aquí”, o jóvenes que a partir de la experiencia decidieron reconsiderar la visión que tenían de las personas encarceladas.
“Este proyecto tocó muchos niveles”, sostiene. Por ejemplo, la compañía de teatro interna ha seguido reuniéndose para crear y dar algunas funciones, lo cual habla de la voluntad y el gusto de personas entre las que algunas ni siquiera habían asistido al teatro nunca. “Tiene que ver con tantos círculos y tantas anécdotas, y con tantas experiencias, que no me cabe el corazón para decírtelo”, confiesa.
Lo cierto es que nunca dejó de ser gratificante. Hoy sobrevive la compañía externa, conformada por personas liberadas, que trabajan de manera independiente haciendo teatro bajo el nombre de Calacas y Diablitos. Ellos deciden y gestionan la continuidad del proyecto. Conocieron el teatro dentro de un centro penitenciario y ahora le dedican parte de su vida. Si esa no es una transformación real –aunque no sean 100 personas–, qué proceso lo podría lograr con ese nivel de conciencia y voluntad, cuestiona Itari Marta.
“A nosotros nos interesaba la contundencia, no la cantidad”, agrega. En esa convicción subyace la idea del humanismo, la empatía que generaba el proyecto y su impacto en transformaciones profundas de la sociedad, cuando lograba llegar a familias fuera de la compañía, o a personas que dejaban de pertenecer a la estadística del 40% de reincidencia –que disminuye al 1% en quienes pertenecen a programas de capacitación para el trabajo–. Los esfuerzos que tienen que ver con la cultura y el arte, subraya, no necesariamente se ven a corto plazo, y lo contrario también será una realidad: los impactos de la cancelación del proyecto se notarán a la larga.
Además de varios premios y reconocimientos, en 16 años la Compañía de Teatro Penitenciario montó seis obras distintas con más de 500 funciones al interior de la Penitenciaría. Más de 30 mil personas pudieron presenciarlas y se dio vida a un centro cultural autogestivo. Pertenecieron a la compañía más de 80 personas privadas de la libertad y más de 2 mil de ellas fueron espectadoras.
La experiencia detrás de esos números habrá que relatarla para que las próximas generaciones conozcan cómo se construyó por primera vez en la vida, “con una comunidad sumamente marginada, violenta y violentada, que involucró una conversación entre la sociedad civil, las instituciones gubernamentales y en algunos casos la iniciativa privada, y cómo esto puede ser un ejemplo de esa combinación y parámetro para futuras experiencias; que sí se puede, que se puede con un chingo de voluntad, y no nos conviene a nadie este tipo de proyectos dejarlos desaparecer, sino tomarlos como un referente”.
Itari Marta considera que en todo el proyecto hay reflejos de la sociedad. Luego reflexiona sobre las razones por las no se dio cuenta de cuándo fue su última función: “De todas las capas, yo asumí que era un proyecto valioso, y la verdad es que jamás pensé que esa fuera nuestra última función; creí que había suficientes argumentos para decirle a una institución por qué 16 años de trabajo valían la pena, pero resulta que realmente nadie lo defendió, nunca les pareció relevante. Di por hecho que una sociedad valora lo que uno aporta”.
Entre tantos recuerdos y anécdotas, sube la voz con exasperación e incredulidad para recalcar que “nunca jamás en la vida” se había presentado la oportunidad de que una compañía de teatro en Latinoamérica saliera a dar funciones en un teatro nacional dentro de una muestra nacional. Ahí, las personas privadas de la libertad tuvieron otra relación con el mundo, y el mundo una relación diferente con ellas. Se cerró un abismo cultural lleno de resentimiento, de dolor y de ignorancia de ambas partes.
“Este proyecto era una posibilidad de acercar esos dos abismos y esas dos cárceles, si quieres verlo así, para que pudieran comunicarse entre ellos”, remarca. Luego de esa primera llamada desde Santa Martha Acatitla que abrió los escenarios en cárceles a partir de 2009, la Secretaría de Seguridad Ciudadana decidió cerrar el telón que, durante 16 años, conectó dos mundos.