‘Quiero olvidarme de Otis’, claman los niños de Acapulco tras el huracán
Margena de la O
Es mediodía del jueves 7 de diciembre, ha pasado mes y medio desde que el huracán Otis causó destrucción en su paso por Acapulco, y una veintena de niñas y niños están en círculo en una cancha de futbol de una localidad en la parte sureste del puerto. Cantan, dibujan y hablan de sus experiencias sobre el desastre natural como parte de una sesión en el “espacio amigable”, que instalaron profesionales de la organización Save The Children.
En los alrededores de la cancha todavía permanecen los escombros de la devastación. Ahí, los trabajadores sociales y psicólogos trabajan desde hace dos semanas con los menores, aunque su labor comenzó desde hace un mes para ubicar los lugares con más daños y diseñar un plan para contener a la niñez y adolescencia de las zonas más vulnerables en este momento de crisis.
En el arranque, las niñas y los niños escuchan y dan la bienvenida a sus compañeros, comparten cómo les fue y qué hicieron en las horas posteriores a la sesión del día anterior. Aquí los menores son quienes ponen las reglas de convivencia.
Después desinfectan sus manos para seguir con otras actividades con la finalidad de procurar su salud emocional y mental después de Otis, que en pocas horas pasó de tormenta tropical a huracán categoría 5. El interés principal es saber y trabajar los niveles de shock en ellos por el huracán.
En medio de esta veintena de niños se encuentran José, Ana, Gael y Lía, a quienes se les cambió el nombre para proteger su identidad. Todos dicen que hace un par de semanas estaban «tristes» por el huracán, pero ahora se sienten «felices».
–¿Cómo estás?–, se le pregunta a José, quien tiene 12 años y cursa el primer grado de secundaria.
–De maravilla–, responde sin rodeos.
José se destaca entre los niños presentes, no solo por ser uno de los mayores, sino por su elocuencia y claridad al expresar lo que siente.
–Antes de ver cómo quedó mi casa me sentía triste y derrotado. Aquí me ayudaron a elevar mis emociones, me ayudaron a sentirme feliz y contento–, comenta después.
El motivo de su tristeza se debía a lo que vivió la madrugada del huracán. El 25 de octubre, ninguno de los cinco miembros de su familia, incluyendo a sus dos hermanos, uno mayor y otro menor de cuatro años, que también está en el espacio amigable, su padre, su madre y él, durmió en casa porque se quedaron sin techo. El viento se llevó parte de las láminas, y en medio del viento y la lluvia buscaron refugio en casa de su tío, quien tiene una casa de concreto.
Al segundo día del huracán vieron cómo quedaron las casas, incluida la suya; «estaban muy feas y fue cuando nos dio pa’bajo». Porque «el material volaba; despedazaba las casas y muchas personas murieron», dice José al rememorar esos momentos.
Después, vio cómo su madre lloraba porque no tenía para darles de comer. Debido a la destrucción del huracán y los saqueos en las tiendas, hubo escasez de alimentos en el puerto. Tampoco había luz, agua, telefonía ni comunicación en las carreteras; mucho menos había trabajo.
La organización independiente Save the Children México trabaja con infancias en varios ejes, según el contexto y las necesidades del lugar al que acuden. Por ejemplo, en el norte del país suelen enfocarse en el tema de migración, pero en el caso particular de Acapulco después del desastre natural, están centrados en los ejes educativos y de salud.
La mayoría de los niños y las niñas están sin clases porque sus escuelas quedaron afectadas. Hasta el pasado 5 de diciembre, 829 escuelas permanecían con daños. Mientras que, de acuerdo con autoridades locales, 403 escuelas públicas de los distintos niveles educativos reanudaron clases presenciales en Acapulco y Coyuca de Benítez, de las mil 200 en ambos municipios.
En las primeras semanas tras el huracán, la suspensión de clases por los daños en escuelas de Acapulco y Coyuca de Benítez afectó a 214 mil 716 alumnas y alumnos de todos los niveles escolares.
El eje de salud incluye aspectos físicos y mentales, y temas de agua, higiene y saneamiento, que la organización cataloga como «Wash», con el objetivo de que los menores contribuyan a su comunidad.
Dentro de estos ejes, el elemento de mayor atención es el de salud mental.
«(...) Nosotros, como tercera brigada, ya estamos abordando temas específicos como salud mental, ya que estamos viendo que los niños están experimentando un duelo, y no lo están expresando. Sus emociones no están siendo gestionadas, y no tienen cómo canalizarlas, entonces hemos observado emociones mal gestionadas. Lo que estamos trabajando es salud mental con ellos», dice Arizaí Anzueto Pérez, gestora de Protección de Save the Children México.
El trabajo previo y actual de esta organización en Acapulco se realiza a través de brigadas dentro de los ejes determinados. Las dos primeras brigadas trabajaron en el mapeo de las zonas más afectadas e hicieron el primer contacto con la población, mientras que la tercera brigada, activa en estos momentos, se enfoca en el aspecto de la salud emocional.
Lo hacen utilizando la metodología «Heart», un programa de sanación a través de las artes, como la música, la pintura, el diseño y la escritura, para que los menores se expresen y, al mismo tiempo, exploren su creatividad.
En la localidad donde se encuentra este «espacio amigable», los daños son tan evidentes como las condiciones precarias en las que viven muchas familias. Además, enfrentan otras consecuencias, como la falta de atención institucional en aspectos como la seguridad pública, a pesar de que este lugar no está a más de 15 minutos en transporte público colectivo de la zona urbana de Acapulco. La situación de inseguridad en el puerto es conocida tanto dentro como fuera del estado.
El huracán agravó situaciones que los menores ya experimentaban.
«Tal vez, lo primero que se piensa es que el mismo huracán generó las afectaciones; aquí solo vino a acentuar muchas vulnerabilidades que ya existían en la zona», comenta Jorge Ángel Coca, líder de Medios de Vida de la organización.
Él se refiere en particular a vulnerabilidades que también existen en el lugar, como el aspecto de la higiene personal y la prevención de riesgos, ya que muchas familias se dedican a la recolección de basura.
Pero entre las muchas vulnerabilidades se encuentra el contexto de inseguridad del puerto y las historias de vida individuales de cada niño. Ana, de 11 años, lo menciona cuando profundiza sobre la tristeza que le acentuó el huracán al ver su casa destruida.
«Hace unos días estaba triste, a veces lloraba, porque mi mamá no está conmigo ni mi papá. A mi papá lo mataron, y mi mamá no está conmigo, se fue a Tijuana».
Afortunadamente, ahora, incluso en medio de lo que está viviendo, su estado emocional es diferente. «Me he sentido feliz aquí», agrega.
Los espacios amigables de esta misión tienen como función crear un lugar seguro para proteger a niñas, niños y adolescentes que corren riesgos debido a diferentes circunstancias que, en muchos casos, podrían derivar en abusos.
Son ellos quienes establecen el ritmo.
Uno de los puntos cruciales de la misión es identificar las vulnerabilidades de la zona y escuchar las necesidades de las niñas, niños y adolescentes, y atenderlas siguiendo el ritmo y la dirección que ellos marcan. Uno de los principales objetivos de la metodología que emplean es que los menores puedan expresarse a través de los juegos que eligen.
«Lo que vamos identificando es lo que preguntamos con ellos, y en eso nos centramos: que ellos puedan expresar sus emociones, que puedan disfrutar del juego libre y que puedan desarrollar el autocontrol», explica Jorge.
Arizaí dice que, a través de los dibujos, han identificado aspectos graves que los menores están experimentando, por lo que buscan trabajar en colaboración con otras áreas, organizaciones e instituciones. Colaboran muy de cerca con las madres y los padres de familia en las comunidades.
De todo lo que hace José en el «espacio amigable» de su comunidad, disfruta especialmente el de la pintura, pero también ha disfrutado mucho de los ejercicios de respiración, quizás porque le brindan un momento de tranquilidad.
Ana, Gael y Lía también se sienten atraídos por la pintura, pero valoran estas acciones de la misión como su refugio.
Las escuelas primarias y secundarias de la zona están destruidas, al igual que sus casas. Las niñas, niños y adolescentes no tienen actividades porque muchas, incluyendo las educativas, no han sido reactivadas en el puerto.
En la casa de Lía, solo quedó en pie la única habitación de concreto que tenían, lo que determina la situación de ella y su familia. «Para distraerme, porque nos la pasamos aburridos en casa, por eso no falto», dice Lía, de 11 años, cuando se le pregunta para qué le ha servido el «espacio amigable».
Save the Children México tiene actualmente dos «espacios amigables» abiertos en diferentes localidades de Acapulco, incluida la que se visitó, y en una tercera localidad están realizando mapeo. Estos espacios funcionan de lunes a viernes, de 10 a 12 y de 2 a 4 de la tarde. Se han omitido los nombres de todos estos lugares para proteger la seguridad de los niños y adolescentes.
El proyecto prototipo de la organización independiente en respuesta a esta crisis del desastre natural tiene una duración de 18 meses. Comenzaron hace un mes, pero el plan es expandir los espacios amigables y mantenerlos de manera permanente con la colaboración de los habitantes de las comunidades.
–¿Te han gustado las actividades?, –se le pregunta a Gael, de 10 años.
–Sí.
–¿En qué te han ayudado?
–Para olvidarme de Otis.