Hay sitios en México en donde han desaparecido las especies nativas y prácticamente ya todo es pez diablo: Juan Jacobo Schmitter
Astrid Arellano
No hay algo más fascinante para Juan Jacobo Schmitter Soto que la posibilidad de poder nadar junto a los peces, dentro de sus ecosistemas, para estudiarlos. Haciendo un ejercicio de imaginación, el ictiólogo mexicano lo describe como el equivalente a que un investigador de la selva tropical pudiera volar sobre y entre sus enormes árboles.
“En el arrecife tú puedes estar allí, buceando entre los peces. Observarlos y tenerlos a centímetros de distancia mientras van y vienen a ‘sus negocios’. Imagínate que pudieras volar y mirar todas las interacciones de la fauna y la flora en la selva. Esa oportunidad te la brinda el arrecife: estás ahí volando, prácticamente, entre los corales”, comenta el ictiólogo.
El mundo subacuático es así: “un mundo totalmente aparte”, afirma Schmitter Soto. Por eso ha dedicado su vida entera a sumergirse en lagunas y fondos marinos para desentrañar los misterios que allí existen. Su especialidad son los peces y los estudia en el mar —fundamentalmente en arrecifes y otros ambientes costeros—, así como en el agua dulce de ríos, cenotes y humedales. En todos ellos ha estudiado un fenómeno particular: la presencia de peces invasores.
Las investigaciones sobre el pez león (Pterois volitans), presente en aguas saladas, y el pez diablo (Pterygoplichthys pardalis), detectado en aguas dulces, son dos temáticas que ha abordado ampliamente desde hace más de 30 años en su trabajo en el Colegio de la Frontera Sur, en Chetumal, Quintana Roo, en el sureste de México. Ambos peces han causado impactos severos en ecosistemas, fauna regional y pesquerías locales.
“El pez león es un depredador que se come a otros peces. El pez diablo es una aspiradora que come sedimento y se alimenta del lodo en el fondo. Ambos peces son estrellitas del acuarismo: el pez león por lo bonito y el pez diablo porque es muy práctico como ‘limpia peceras’. Pero en ese proceso, se lleva por delante los huevos de otras especies que anidan en el fondo”, describe el experto.
En Mongabay Latam conversamos con Schmitter Soto sobre los orígenes de este par de peces invasores, los retos que han traído para académicos e instituciones, así como posibles soluciones y estrategias para controlarlos.
—¿De dónde vienen estas dos especies invasoras que pueden encontrarse en los ecosistemas acuáticos mexicanos?
—El pez diablo está presente en agua dulce y el pez león en el océano. Son dos historias muy distintas. El pez león es un invasor marino y tiene origen en el Indopacífico, por las Filipinas e Indonesia. Allí evolucionó junto con otras especies que estaban en ese mismo lugar, por lo que ahí tiene depredadores y competidores nativos que lo mantienen a raya. Si lo sacas de su ambiente y lo metes en otro en donde no evolucionó, le suele ir mejor que en su agua original. Una especie invasora alcanza mucho mayores densidades en el sitio que invade que en su lugar nativo.
Su presencia en el Caribe, extendida hacia el Atlántico Sur y Atlántico Norte, proviene de un escape en la Florida, probablemente asociado a un huracán o a simple negligencia a raíz de lo cual empezó una invasión progresiva. Se sabe que entró al Caribe por Cuba y Puerto Rico para llenarlo todo.
Aquí en las costas de Quintana Roo, la primera detección debió ser entre 2008 y 2009. Lo interesante es que cuando llega la noticia de que se detecta el pez león, se sabe que empieza en poca abundancia y en tallas pequeñas. Al año siguiente vas a ver más individuos y más grandes. Así durante tres o cuatro años, hasta que llega a un tamaño máximo y a una abundancia que, dependiendo de los sitios, avanza de manera preocupante o que se estaciona. Es decir, el porcentaje de peces león en el arrecife llega a cierto nivel y alcanza un equilibrio junto con la fauna local, como sucede en el Caribe mexicano.
El pez diablo, originario de la cuenca del Amazonas, tiene varias especies, pero la Pterygoplichthys pardalis invadió el Río Hondo —en la frontera México-Belice—, hace cinco o seis años. Se detectó primero del lado beliceño del tributario del río y se dio la progresión hacia su cauce principal. Ahorita la preocupación es que vaya a avanzar hacia Bacalar [en Quintana Roo], pero al menos ya llegó a la boca de la bahía. El pez diablo es de agua dulce pero tolera esa pequeña salinidad que hay en la desembocadura del río.
En Tabasco y en Veracruz ya se detectó. Hay varias cuencas, pero no es que haya brincado de una a la siguiente, más bien son invasiones independientes. Se puede verificar por muchos medios que los orígenes son distintos, aunque el procedimiento en todos los casos es el mismo: no hay más que culpar al ser humano y su negligencia de haberlo dejado escapar o incluso haberlo soltado intencionalmente.
—¿De qué manera amenazan a los peces regionales?
—El pez león tiene una depredación directa. No es un animal muy grande: un adulto llega a medir 40 centímetros de longitud y en su boca cabrán peces de 10 centímetros o más pequeños. Es decir, no afectará a los pargos adultos, pero sí a sus juveniles, que es una especie de importancia pesquera. También su impacto es directo por la depredación de peces de especies pequeñas o de etapas juveniles de especies mayores en el arrecife.
El pez diablo es detritívoro —come sedimento— y, además de llevarse huevos de especies como las mojarras, tiene un impacto mayúsculo porque en el proceso de estar comiendo, sobre todo cuando ya forma cardúmenes muy grandes, levanta el sedimento del fondo y cambia la calidad del agua totalmente. Cambia la transparencia, cambia los sólidos disueltos y suspendidos, y eso le cambia el ambiente a otras especies. Incluso tiene un impacto sobre la estructura del embalse mismo: forma madrigueras, hace túneles en las paredes de los márgenes de los ríos, presas y lagunas. Si alcanzan una densidad suficiente, pueden ocasionar derrumbes de las orillas, erosión o que se colapse un muelle artesanal.
Respecto a la abundancia relativa de estas especies invasoras, el león alcanzó cierto equilibrio en el arrecife, al menos aquí en México. Pero no ha sucedido así con el pez diablo. En Pantanos de Centla, en Tabasco, si tú tiras una atarraya [una red redonda para pescar], de diez peces que sacas, ocho son pez diablo. Ya es un 80 % de abundancia relativa. Es una cosa apocalíptica, catastrófica, porque aparte de desgraciar la diversidad de peces locales, también ha colapsado pesquerías de autoconsumo o de comercio local. No es un gran daño económico, pero es una catástrofe para la gente que depende de ese recurso localmente.
—Recientemente, con la declaratoria del nuevo Parque Nacional Bajos del Norte, en el Golfo de México, la organización Oceana advirtió que el pez león fue identificado en la zona. ¿Qué sucede cuando las especies invasoras se encuentran en Áreas Naturales Protegidas? ¿Qué desafíos representan?
—Cambian las reglas del juego. En el arrecife, el pez león no alcanza la densidad que logra el pez diablo en agua dulce, pero digamos que es “un nuevo chico en el barrio”. Llega a cambiar las reglas sin mayor oportunidad de que se defienda la comunidad nativa. Ese es el principio evolutivo que hace de las especies invasoras el problema que son.
Cuando entran en un ambiente, sobre todo protegido, esperaríamos que se cumpliera una especie de resistencia porque si las comunidades de peces no están impactadas por otros factores, como la sobrepesca o la contaminación, cabría esperar que fueran resilientes frente a los invasores. Sin embargo, no ocurre así del todo. Al menos en la mayoría de los casos que conozco, en Venezuela, Cuba, Colombia, Honduras y México, llega el pez león y se establece sin mayor problema.
Además, podríamos esperar que en un área bien conservada los tiburones se coman al pez león. Podrían, pero no quieren. Para empezar, no están habituados a la apariencia del pez león; no hay nada parecido de manera natural en el Caribe. Prefieren sus peces habituales, pero además cuando empiezan a conocer al pez león, se dan cuenta de que no es tan sencillo comérselo. Las espinas de sus aletas están erectas cuando está a la defensiva y son venenosas.
Por el lado de los competidores, podríamos pensar en pargos y meros medianos, pero sus estrategias de cacería son distintas. El pargo o el mero normalmente van de cacería activa, detrás de la presa, mientras que el pez león es un emboscador: se queda quieto y cuando se acerca la presa le hace una succión cuando abre la boca y se la traga. Por lo tanto no hay una competencia realmente directa con una especie nativa.
Hemos visto, por contenido estomacal en el pez león, que le pega mucho a una especie de dos colores, amarilla y azul, llamada Gramma loreto. Parece que la selecciona, lo que puede tener un impacto posterior sobre la composición y quizás incluso en el funcionamiento de la comunidad arrecifal. El tiempo lo dirá. Afortunadamente, ya son varios años y no se ha observado en ninguna parte que desplace a toda la comunidad nativa, más bien se equilibra con ellas, lo cual es una buena noticia.
—¿Qué alternativas externas existen para tratar de controlar a estas especies?
—Las especies invasoras, una vez que llegan a un ecosistema, las puedes controlar, pero no las vas a erradicar. Entonces lo mejor es tratar de convertirlas en recursos y tratar de explotarlas. Eso sirve para mantenerlas a raya. De hecho, una estrategia muy útil en el caso del pez león, son los torneos de pesca: a ver quién saca mayor cantidad y de talla más grande. Eso lo hacen en Cuba y en México, y es una manera para mantener la abundancia controlada.
Además, el pez león es muy sabroso. Lo venenoso son sus espinas si te pican, pero la carne no lo es y, de hecho, es de muy alta calidad. Varios restaurantes locales en Xcalak y en Cozumel lo ponen en su menú y lo venden más caro que un huachinango. Eso ya es un ingreso local.
Tratar de hacer eso con el pez diablo es más difícil porque se puede comer, pero no es tan sabroso como el pez león. No tiene un mercado real ni potencial y como el pez diablo está comiendo el fondo, si el cuerpo de agua está contaminado con hidrocarburos o metales pesados, eso va a quedar en la carne. Habría que tener mucho cuidado con la inocuidad de su carne, a diferencia del pez león.
—¿Qué desafíos suponen para la investigación? ¿Hay hallazgos recientes interesantes respecto a estas especies?
—El hecho de que el pez león se está equilibrando en su abundancia con el resto de las especies del ecosistema marino, es interesante. ¿Por qué ocurre? Eso es un campo de investigación abierto e interesante.
En el caso del pez diablo en agua dulce, algo muy interesante es que parece que le gusta más invadir en donde el agua tiene más sólidos disueltos en suspensión, más materia orgánica, a diferencia de algunos tramos del río donde hay menos vegetación y el agua se ve turquesa. Allí no está el pez diablo, al menos no en una abundancia tan notoria. Es posible que no le guste, pero, ¿qué significa que no le guste? ¿Por qué no le gusta? ¿Porque no puede mirar? ¿Porque el sedimento no tiene los nutrientes suficientes o hay algún competidor allí que no estamos detectando? Hay muchas cosas que averiguar.
—¿Y los desafíos para las autoridades ambientales? ¿Han sido suficientes los esfuerzos para controlar las especies?
—En el caso del pez león, los torneos de pesca han sido una muy buena medida de control. Te tiras al agua y ya no ves tantos como se veían al principio, y es así porque los torneos de pesca son muy efectivos en llevarse muchísimos individuos del ambiente. Empiezas a ver más pez león cuando bajas a profundidades de 40 metros, por ejemplo, a donde un buzo no llega tan fácilmente. Se refugian en la profundidad, pero en la parte más somera del arrecife, que es donde está la mayor diversidad, ahí se controla gracias a este invento de los torneos de pesca deportiva, con un premio modesto y donde la gente participa.
Algo que tiene el pez león es que es muy fácil de capturar. Hay que hacerlo con cuidado para que no te vayan a picar las espinas, pero te puedes acercar muchísimo. Como está confiado de sus espinas, no huye, te acercas mucho y le tiras el arponazo sin mayor dificultad. Eso es lo que se ha hecho en varias áreas protegidas, por ejemplo, en el Parque Nacional Arrecifes de Xcalak y el Parque Nacional Arrecife de Puerto Morelos.
Por otra parte, además de que ya está en los menús de los restaurantes, también se hacen artesanías con sus espinas debidamente procesadas.
Con el pez diablo lo que se ha buscado es convertirlo en harina para alimentar aves de corral y se ha intentado curtir su piel gruesa para hacer artesanías, como si fuera cuero. La idea es buscar que sirva de algo, ya que está aquí.
—¿Qué papel han jugado las comunidades pesqueras?
—Es crucial y lo hacen por su propio beneficio. Por ejemplo, en la presa El Infiernillo, en Michoacán, en donde se acabó la pesquería de tilapia, ahora hay que hacer algo con el pez diablo, que es lo que está saliendo en las redes. Si hay un proyecto sobre cómo hacer un ensilado más efectivo, un arte de pesca que no se destruya y todo ese tipo de investigaciones prácticas o tecnológicas, la gente participa en las pruebas, sugiere y está totalmente al pendiente.
En el arrecife, por beneficio mismo tanto de los pescadores como de los prestadores de servicios turísticos —porque hay accidentes con pez león—, lo están controlando. Entonces colaboran con los torneos de pesca y están bien pendientes de todo el proceso.
—¿Qué espera para el futuro respecto a la presencia de estas dos especies en aguas mexicanas? ¿Qué debería suceder con ellas?
—La erradicación no es una opción realista, pero sí es crucial mantenerlas controladas. En el caso del pez león se está logrando, pero en agua dulce hay sitios en donde han desaparecido las especies nativas y prácticamente ya todo es pez diablo. Allí sí es imprescindible revertir esa tendencia. No nos vamos a deshacer de él, va a ser parte de la comunidad, pero sí hay que hacer el esfuerzo permanente de mantenerlo al menos controlado.
Para los que vemos el mundo con ojos ingenuos, de científicos de ecología, nos queda la nostalgia de los ecosistemas que eran y que no van a volver a ser los mismos. Suena derrotista, pero es un hecho. Tenemos que defender lo que queda.
—¿Por qué en las ciudades nos debe importar lo que ocurre en estos ecosistemas afectados por los peces invasores?
—Los economistas tradicionales dicen que son externalidades, porque no están en el mercado, porque no tienen precio en pesos y centavos. Sin embargo, en estricta lógica, es al contrario. La economía y todo el mundo de las actividades humanas son parte de algo más amplio que es el bienestar humano, el cual está inserto en el entorno natural. El entorno ecológico es el cajón más amplio que nos incluye, que nos sustenta, y nos permite que funcionen las cosas.
Parece una idea abstracta, lejana de nuestros quehaceres cotidianos y, sin embargo, está en la base de nuestro modo de vida, de nuestra subsistencia, y del mundo que le queremos dejar a nuestros hijos y nietos.