|
"A dos años del crimen"

"La justicia no llega para Luis Alberto y José Feliciano, maestros asesinados en Concordia"

"En Escuinapa, sus familias los recuerdan como docentes entregados al sagrado deber de educar y formar"

Su lucha contra la ignorancia en los altos de la sierra se convirtió en un postulado de vida.

 

Como docentes hicieron un compromiso para dar esperanza a las comunidades sumergidas en el olvido.

Luis Alberto Raygoza Aguilar y José Feliciano Rodríguez Navarrete aún duelen a sus familias... a todo un pueblo.

Su lucha no fue estéril...

A dos años de su asesinato y el de su compañero Ramón Durán, sus familias mantienen el reclamo de justicia.

Aquel 4 de mayo, cuando salían de El Cuantatal, en la sierra de Concordia, fueron confundidos y fusilados a bordo de la camioneta en la que viajaban, cuando regresaban a Escuinapa, de acuerdo con l Fiscalía General del Estado.

Matan a 3 maestros en sierra de Concordia

 

Además del asesinato de los docentes, hijas e hijos quedaron huérfanos.

Jonathan, Luis, Lorena y Pamela Raygoza Ibarra, hijos de Luis Alberto, quedaron en la orfandad, ya que su mamá Lorena murió de un infarto en 2015.

Pamela, entonces de 13 años, recibió una llamada en la que le avisaban que su papá había tenido un percance, por lo que debía localizar a sus hermanos que vivían fuera de Escuinapa.

Jonathan, desconcertado, fue el encargado de hacer los trámites del deceso de su papá, mientras su hermano Luis cuidó a sus hermanas.

Hijas e hijos recuerdan a sus padres.

“Mi papá fue ejemplar como maestro, por necesidad entró a laborar, pero encontró su vocación y sus grupos siempre eran sobresalientes”, expresa Jonathan.

De profesión biólogo pesquero, se preparó para la pedagogía y se fue como maestro de Telesecundaria a Mocorito, su primer pueblo como docente.

Las situaciones de violencia en la zona serrana las conocía, sí había temor, pero confiaba en que se respetaba a los docentes.

El Congreso del Estado condena homicidio de maestros en Concordia

 

No le comentaba a sus hijos sus miedos, dice Jonathan, pero sí sus pesares, como cuando ocurrió el homicidio de una familia en ese pueblo, donde laboró los últimos cinco años.

Como familia nunca conocieron el lugar, expresa, pues Luis Roberto jamás quiso llevarlos.

Sólo conocían a los alumnos que su papá llevaba a casa para pernoctar, si éstos tenían alguna olimpiada del conocimiento en Mazatlán.

Desde aquel día el reclamo de justicia es el mismo, un reclamo que parece perderse en la falta de voluntad política de las autoridades estatales.

Pero en casa parece como si Luis Alberto jamás se hubiera marchado. Su ropa aún está en el clóset.

Su hijo Luis regresó a Escuinapa al cuidado de sus hermanas.

De una cosa está seguro, no se permite a sí mismo “quebrarse”, pues tiene que ser fuerte por Lorena y Pamela.

Jonathan, el otro varón, también regresó al municipio a trabajar como enfermero.

Lorena recuerda que al morir su mamá, su papá le dijo que tenía que cuidar a su hermana Pamela mientras él trabajaba afuera de Escuinapa.

Pamela, la más pequeña, también sufre la ausencia de papá y mamá, pero atesora con amor las fotografías que les dan una vitalidad.

A dos años, sigue impune el asesinato de tres maestros en la sierra de Concordia

 

José Feliciano, el joven que gustaba hablar con la gente mayor

Valentina y José Feliciano son los hijos de José Feliciano Rodríguez Navarrete.

Ella es quien lo recuerda más, tenía 7 años cuando José Feliciano fue asesinado, mientras que “Chanito”, como llaman al varón, es más reservado.

“Cuando supe lo ocurrido, tuve que recurrir a un especialista para poder decirles, la psicóloga me dijo que tenía que decirles que había sufrido un accidente”, explica la viuda, Dolores González Palomares.

Como mamá, tenía que protegerlos y evitar que ellos crezcan con coraje, dolor y frustración.

Valentina entonces empezó a guardar fotografías de su papá, a recordar el último Día del Niño juntos, paseando en moto.

Dolores, la esposa, cuenta a sus hijos la vocación de su papá, que estaba por cumplir 31 años de edad.

Apenas con 22 años, José Feliciano inició en el magisterio en Badiraguato, y en Concordia tenía menos del año cuando ocurrió la desgracia.

“Chanito tenía vocación como maestro, le gustaba mucho eso, su vida era la comunidad, le gustaba platicar con la gente mayor, decía que la gente era diferente a la zona urbana, disfrutaba de las comunidades”, recuerda Dolores.

En el rancho se vivía mejor, les decía, sí había violencia, pero no la sentía tan fuerte.

Hoy, cada familia intenta superar el dolor, conservar los recuerdos.

Para ellos no son estadísticas fatales, fueron maestros que se entregaron al sagrado deber de educar y formar ciudadanos de bien.