La generosidad y la pasión de Don Alberto hizo que la madera se convirtiera en sonrisas por dos décadas
Con una sonrisa dibujada en el rostro y una mirada que transmitía una mezcla entre satisfacción y orgullo, se puede ver a Don Alberto sentado en un sillón de su casa, recordando aquellos días en los que brindaba alegría a cientos de niños con los juguetes de madera que regalaba.
Fue durante cerca de dos décadas en las que Alberto Laveaga Loaiza dedicó gran parte de su vida para compartir felicidad a niños de escasos recursos al donar juguetes de madera que él mismo construía, a través de la campaña “Sé Un Rey Mago” que organiza editorial Noroeste.
Desde la sala de su casa, Alberto evoca esos días de antaño en los que su pasión por la carpintería hacía mancuerna con su generosidad y gran corazón, memorias que hoy a sus 90 años de edad lleva plasmadas en lo más profundo de su ser.
“Estoy muy satisfecho porque los ‘chamacos’ a los que le entregamos se quedaban muy felices de lo que les tocaba escoger. Hasta los más chiquillos que no alcanzaban al principio corrían para llevarse lo que querían”, comentó.
“Ver que los ‘chamacos’ estaban felices de lo poco que les quedaba, porque eran gente muy humilde, me daba mucha satisfacción”, añadió.
Practicando la carpintería como un pasatiempo, Laveaga Loaiza realizaba juguetes de madera para complacer a sus hijos, sobrinos y alguno que otro ‘chamaco’ de la cuadra.
Sin embargo, al enterarse que Noroeste realizaba esta campaña con la que se busca ayudar a los más necesitados, Don Alberto no lo pensó dos veces y se decidió en sumarse a este cometido.
“Yo sabía que ahí en Noroeste entregaba gente que tenía dinero, donaban bicicletas o cosas así y a mí me surgió la idea de sumarme, para así también ocuparme en algo”.
Y vaya que sí se ocupaba “en algo”, pues desde inicio de año se ponía en marcha para la elaboración de los juguetes que donaría en su siguiente edición, recibiendo ayuda de sus hermanas, hijos y en los últimos años, hasta nietos, quienes no solo apoyaban en la elaboración, sino en entusiasmarlo en seguir.
Una afición que se convirtió en misión
Los primeros pasos que Alberto Laveaga tuvo en la carpintería no fueron del todo sencillos, pues a pesar de que su padre era dueño de la carpintería “Río Florido” en Mazatlán, este no la trabajaba, por lo que tuvo que aprender por parte de un empleado del negocio, José Rentería, quien lo inició en esta profesión.
“Yo le aprendí a usar la madera con los diferentes cortes que tenía para ensamblar. Hice muchas cosas de carpintería antes de hacer los juguetes, porque cuando empecé con los juguetes, fue porque no podía estar moviendo muebles”.
Fue justamente cuando estaba en la transición por dejar de hacer muebles, cuando un libro de carpintería llegó a sus manos y cambió su vida de formas que jamás iba a imaginar.
La colorida imagen de un camión para transportar madera se adueñó de todo su ser y su deseo por replicarlo generó en él tal emoción, que al finalizarlo y verlo terminado, una gran emoción invadió su cuerpo.
“De ahí, hice otro y de ahí me encarrilé con ese libro, que tenía muchos juguetes. Por un lado el juguete pintado y por otro, venían por piezas y con sus medidas anotadas”.
“Yo me dediqué a ver, armar y pintar. Empecé a hacer esto para la casa, para mis chamacos, pero vi que en Noroeste empezaban a pedir donadores para Navidad, y entonces empecé a hacer toda clase de juguetes que venían en ese libro para llevarlos a Noroeste y las repartieran”.
Ese primer acercamiento con Noroeste y ver lo que sus juguetes causaban en los pequeños encendió algo dentro de Don Alberto y lo motivó a seguir con esta noble labor por años.
“Yo me entusiasmé con eso y seguí haciendo los juguetes porque los que yo entregaba, eran para Navidad o el Día de Reyes, llegando a hacer hasta 40 modelos diferentes”.
Aviones, automóviles de carrera, camiones de carga, camiones de volteo, ambulancias, helicópteros, todos con sus respectivos pilotos, así como roperos, mesitas, sillas, burros de planchar, entre muchos otros modelos, eran los que generalmente trabajaba Alberto.
El taller quedó en silencio...
Sin embargo, el tiempo hizo de las suyas y hace cinco años, las fuerzas en las manos de Don Alberto comenzaron a disminuir y la precaución por cuidar su salud, hizo que el taller quedara en silencio.
Las herramientas que durante tantas batallas acompañaron a Don Alberto, ahora descansan sobre la mesa de trabajo y uno que otro trozo de madera se mantiene a la espera de algún día convertirse en algo maravilloso, aunque no sea Don Alberto quien se encargue de hacerlo.
Aunque el taller de Don Alberto ya no se encuentre activo, su legado perdurará en las miles de sonrías que logró dibujar en aquellos niños que un día pudieron recibir un regalo suyo.
En la actualidad, Don Alberto vive envuelto en los recuerdos de su noble labor, fotografías, libros y por supuesto, los pocos juguetes que no se llegaron a entregar, pero hoy decoran su hogar y una herencia que quedará para las próximas generaciones.
De este modo, en un mundo donde el tiempo pareciera que se mueve a pasos acelerados, la historia de Alberto Laveaga Loaiza nos recuerda como la generosidad y la pasión, aunque sea efímera, se puede transformar en un eterno legado lleno de ilusión.
Si bien su taller hoy se encuentra en silencio, en lo más profundo de “Don Alberto”, su corazón late al ritmo de la alegría que durante cerca de dos décadas logró producir.