"Romper con el pasado"
Matthew Green
@Matthew_Green
A principios del milenio, una joven se mudó a una cabaña en Mull of Kintyre, un promontorio en el suroeste de Escocia, famoso por la lóbrega belleza de sus acantilados y sus peligrosas corrientes marinas. Se estableció allí con dos caballos y, durante un tiempo, la silenciosa compañía de los equinos fue mucho más sanadora que los incontables medicamentos que le recetaron los psiquiatras o los intentos bienintencionados de numerosos terapeutas para excavar las partes más dolorosas de su pasado. Sin embargo, a principios de 2013, hizo algo que había prometido que jamás volvería a hacer: compró una botella de vodka.
La mujer -quien pidió ser identificada solo como Karen- no puede recordar el disparador exacto que la llevó a beber al cabo de 12 años de sobriedad. Lo único que recuerda es haber entrado dando traspiés en el hospital de Lochgilphead, la población más cercana. Intoxicada y casi delirante, temía que los impulsos suicidas que la atormentaban desde la adolescencia se volvieran demasiado poderosos para seguir resistiéndolos.
El Dr. Gordon Barclay visitaba a sus pacientes aquel día. Especialista en psiquiatría general para adultos, y apasionado de Goethe, fue un escucha más atento que los borrachos callejeros que sirvieron de confidentes a Karen en sus recaídas previas. Tendida en su cama del hospital, le habló del abuso sexual en sus años de infancia, y cómo aprendió a amortiguar ese legado abrasador con el alcohol. Pero en su interior seguía vivo el terror que experimentara mientras yacía despierta en su cama infantil, temerosa de cerrar los ojos. Relató la misma historia a infinidad de psiquiatras y psicólogos, pero la incesante repetición jamás modificó lo que sentía. Era como si siempre estuviera esperando a que el abuso se repitiera. En ese sentido, aún tenía 5 años.
“Todo estaba teñido de temor”, dice Karen, hoy con más de 40 años. “Siempre viví movida por el pasado”.
Muy pronto, Barclay comprendió que Karen sufría del trastorno por estrés postraumático (TEPT), un padecimiento ocasionado por la exposición a un acontecimiento horrible o que amenaza la vida, y que puede conducir a un amplio espectro de síntomas devastadores, desde episodios de ansiedad hasta una desesperación abrumadora, parálisis emocional, terrores nocturnos y una rabia incontrolable. Los afectados pueden experimentar recuerdos que los remontan a una época en que creyeron estar a punto de morir: recreaciones mentales de muy alta definición que incluyen olores, texturas y sonidos. Y esos síntomas pueden persistir años, hasta décadas, dejando a las personas tan dañadas que no pueden evitar el impulso de apartar de sí incluso a sus seres más queridos.
Como descubrió Karen, el trastorno por estrés postraumático puede ser endiabladamente difícil de tratar. Todavía recuerda el pánico en la mirada de un trabajador social que, en un esfuerzo de hacer que se desahogara, hizo aflorar toda la fuerza de su terror.
“No importaba a dónde fuera; en ninguna parte podían ofrecerme ayuda alguna”, dice Karen. “Solo podía lidiar con esto recurriendo al alcohol, y también, a medicamentos controlados”.
Si bien Karen se apoyó en sus experiencias para seguir una carrera como asesora en adicciones, vivía al borde de un precipicio. El abuso sufrido no solo radicaba en su mente: parecía residir en sus músculos, en sus fibras y en los tejidos de su cuerpo. Ese volcán visceral escapaba a su control consciente, y se manifestaba con ataques de pánico que experimentaba como un tornillo gigante que se retorcía en sus entrañas, con ataques de náuseas o paralizada como un ciervo aterrado en las ocasiones que sentía la caricia de un amante. Su cuerpo se negaba a creer que estaba a salvo sin importar cuántas veces tratara de convencerse de que había mejorado.
“Me sentía amedrentada. Me sentía cerrada”, dice. “El temor del cuerpo se adhería a todo en mi vida”.
Pese a lo que le habían dicho, hablar más no era la respuesta. Karen estaba atrapada en su cabeza y, con la ayuda de Barclay, comprendió que la manera de arreglar su mente era escuchando su cuerpo
“No pretendo desdeñar la terapia hablada, pero puede encerrarte incluso más en el trauma; quedas casi atrapada en el problema”, dice Karen. “Son personas con muy buenas intenciones, pero me arruinaron todavía más”.
Karen llegó a esa conclusión -la cual contrasta mucho con la terapia utilizada de manera convencional en casos de trauma- después de que Barclay le presentó un método nuevo y relativamente desconocido para tratar el TEPT.
En la última década, Lisa Schwarz, psicóloga de Pensilvania con más de 30 años de experiencia, ha desarrollado una técnica llamada Comprehensive Resource Model (CRM; modelo de recursos integral). Consistente en una fusión de elementos de psicología, espiritualidad, neurobiología y “animales de poder” tomados del chamanismo, Schwarz ha enseñado su técnica a más de mil 500 terapeutas de todo el mundo, incluidos más de 350 especialistas de Escocia, donde el modelo de recursos integral se utiliza en centros para crisis de violación y en una clínica privada para pacientes hospitalizados por experiencias traumáticas.
La terapia también ha sido adoptada por varios psiquiatras del Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés), dependencia del gobierno británico. Entre ellos, el Dr. Alastair Hull, uno de los principales especialistas en TEPT de Escocia, director de los servicios de psicoterapia de NHS (con una población de casi 400 mil pacientes), y director de una clínica dedicada a tratar el estrés traumático.
Su dragón escupe fuego
Con 55 años, rizos hasta los hombros y la sonrisa a flor de labios, Lisa Schwarz irradia una certidumbre que no puede aprenderse en libros de texto. De no haber terminado como psicóloga, sería fácil imaginarla interrogando sospechosos de madrugada en una estación de policía en el centro de la ciudad, recurriendo a una mezcla de humor y encanto callejero para extraer confesiones. Su actitud directa -que alterna de incisiva a afectuosa- puede provocar inquietud en algunos de sus colegas. No obstante, sus admiradores sospechan que esa confianza se debe a que ha “hecho su trabajo”; jerga profesional para describir el riguroso proceso de resolver sus experiencias traumáticas personales antes de ayudar a los demás.
En su adolescencia, Schwarz pretendía dedicarse a curar animales, pero cuando no logró calificar para la carrera de veterinaria, optó por psicología y, después, empezó a practicar en su ciudad natal de Pittsburgh. Si bien logró ayudar a que supervivientes de trauma aprendieran a lidiar mejor con sus síntomas, observó que algunos nunca se recuperaban por completo. Y sus dudas personales sobre la terapia hablada cristalizaron cuando sufrió una crisis nerviosa prolongada que la obligó a cuestionar todo lo que habían aprendido.
“Para hacer este trabajo -dice- “ayuda haber pasado por algo que te desgarró a proporciones esqueléticas y recuperarte de eso, como un fénix que surge de las cenizas”.
Conforme Schwarz empezaba a recuperarse, recordó una escena de su infancia: a su madre, pidiendo que ella y su hermano recogieran los dientes de león que germinaban en el jardín cada primavera. Mientras cortaban los brotes dorados, los niños pronto descubrieron que la flor era un adversario astuto al que solo podían derrotar si escarbaban para sacarlo de raíz. Schwarz comprendió que la tenacidad de la planta era una metáfora de los patrones autodestructivos que el trauma siembra en los rincones más profundos de la psiquis.
Para sacar esa “raíz de diente de león”, Schwarz comenzó a trabajar con terapeutas en la frontera de la medicina y el misticismo; desde “chamanes urbanos” que practicaban en suburbios estadounidenses hasta un sanador espiritual de Afganistán. Poco a poco, adquirió lo que consideraba la pieza vital faltante de la terapia hablada: herramientas lo bastante poderosas para que el superviviente confrontara, con seguridad, los sentimientos que había experimentado durante toda su vida. Y esas eran las herramientas que Barclay usaría después para tratar a Karen.
Al principio, Karen encontró que los métodos eran un poco peculiares. Para ganar su confianza, Barclay comenzó con la terapia hablada convencional. Conforme avanzaban, empezó a recurrir a los métodos de Schwarz para el aspecto más riesgoso, pero importante, de cualquier trabajo con trauma: confrontar el dolor más terrible del pasado, sentirlo plenamente y dejarlo ir.
El primer paso fue ayudar a que Karen se sintiera segura. Los supervivientes del trauma suelen sufrir de algo llamado “disociación”; es decir, sus emociones suelen volverlos insensibles. Los psicólogos creen que esta es una forma de autodefensa que se ha trastornado. Según una teoría, cuando el cerebro percibe que está a punto de morir, se “desconecta” del resto del cuerpo para evitar el dolor de una muerte terrible (algunas personas pueden describir una breve experiencia extracorpórea, como si se vieran desde arriba). El problema, en este caso, es que es mucho más fácil activar que desactivar las defensas del cerebro; así que, mucho tiempo después de que pasa la amenaza, los supervivientes de un trauma pueden seguir sintiéndose profundamente desconectados de sus emociones, y eso puede arruinar sus relaciones y fomentar conductas de riesgo o adicciones.
En el tratamiento del trastorno por estrés postraumático, este mecanismo de autodefensa puede dificultar la terapia e, incluso, volverla peligrosa: la única manera de superar un trauma es confrontar las emociones no resueltas, pero cualquier intento mal dirigido puede precipitar una disociación ulterior. Como si fuera un técnico antibombas que intenta desarmar un dispositivo, el terapeuta debe encontrar la manera de inhabilitar las defensas naturales del paciente sin hacerlas estallar. Y un movimiento en falso puede ocasionar daños perdurables.
Barclay comenzó pidiendo a Karen que analizara su cuerpo para detectar hasta los puntos más minúsculos donde aún pudiera percibir la sensación de estar centrada y presente. Luego pidió que imaginara unir esos puntos con barras de energía para crear una “red de luz” que entrecruzaba su cuerpo; una técnica del modelo de recursos integral para impedir la disociación. Los pacientes informan que esta estructura imaginaria -la red- sirve como una especie de “andamio emocional” que los mantiene estables mientras emergen los recuerdos dolorosos.
En sesiones posteriores, Barclay invitó a Karen a elegir un “animal de poder” que la ayudara a confrontar más del abuso que sufrió en su infancia. Pero en vez de conjurar un animal imaginario, como suelen hacer los pacientes, Karen recurrió a sus caballos adoptivos, imaginando que estaban cerca de ella todo el tiempo, observándola con ojos amorosos y protectores.
Barclay procedió a enseñarle otro ejercicio de apuntalamiento, conocido como “CRM Earth breathing” (respiración de la Tierra CRM), en el cual Karen imaginaba que filtraba la energía procedente del núcleo terrestre, conduciéndola hacia la base de su columna a través de la planta de un pie y expulsándola por la planta del otro. En otro ejercicio de respiración, liberó su ira al visualizarse “respirando fuego”, humo y llamas, como un dragón. Y aprendió a bañarse en bondad visualizando el acto de inhalar y exhalar con el corazón.
Algunos psiquiatras pondrían todas esas técnicas en el mismo cubo de basura que las cartas de tarot y la sanación con cristales, y aconsejarían a los pacientes buscar terapias estándar respaldadas ampliamente por los reguladores sanitarios del gobierno. Muchos practicantes utilizan la terapia conductual cognitiva (TCC) centrada en el trauma, una forma de terapia hablada adaptada para el tratamiento del TEPT. Y aunque los terapeutas de la TCC también pueden utilizar herramientas de respiración y relajación, la esencia del proceso se fundamenta en conducir a los supervivientes por un ejercicio de “exposición” que revive sus recuerdos más angustiosos para que, de manera gradual, se vuelvan más fáciles de soportar.
Al mismo tiempo, esos terapeutas hablan con los clientes de lo ocurrido, a fin de guiarlos hacia una interpretación menos amenazadora y conseguir que el pasado pierda el control del presente. Diversos estudios demuestran que esa estrategia puede ayudar a quienes han sufrido un incidente único, como un accidente automovilístico o un ataque violento. No obstante, hay muchas menos evidencias que apunten a su beneficio en personas con presentaciones más complejas: quienes, como Karen, han sufrido traumas múltiples a lo largo de muchos años.
Según los innovadores del modelo de recursos integral, el problema de las terapias cognitivas es este: hablar requiere, principalmente, de la intervención de la corteza prefrontal, la capa superior arrugada donde el cerebro procesa el lenguaje y el pensamiento abstracto. Esta estrategia “de arriba a abajo” podría servir en quienes tienen una mayor capacidad para lidiar con sus síntomas; pero para resolver, realmente, décadas de temor, ira o vergüenza, es necesario que el terapeuta encuentre la forma de influir en las áreas cerebrales primitivas y controladas por impulsos, las cuales se encuentran cerca de la parte superior de la columna vertebral. Usar solo palabras no impactará esas regiones preverbales, más profundas.
La mejor manera de volver a conectar ese “cerebro emocional” es ayudando a los pacientes a trabajar de “abajo hacia arriba”, y para ello sus sensaciones físicas deben ser el centro del proceso. Para personas como Karen, cuyas vidas giran en torno a la necesidad de escapar de los sentimientos, la primera tarea es recuperar la sensación de controlar su propio cuerpo.
“A fin de confrontar las capas más profundas de ansiedad, temor y terror existencial, tienes que trascender el simple relato del pasado”, dice Domna Ventouratou, psicoterapeuta griega y fundadora del Instituto para Tratamiento del Trauma en Atenas, quien recibió capacitación de Schwarz. “Tienes que encontrar la manera de desenterrar, con seguridad, las emociones viejas que están sepultadas en las profundidades del cuerpo”.
En el CRM, modelo de recursos integral, el énfasis es garantizar que esas emociones puedan disolverse con seguridad. Los practicantes afirman que los ejercicios de respiración, las visualizaciones y otras herramientas sirven para limpiar las emociones tóxicas del “cerebro emocional”, al tiempo que activan las vías neurales asociadas con la sensación de recibir cuidados y apoyo. Reforzados con “animales de poder”, “redes” y otros recursos, los supervivientes al fin pueden liberar las emociones que, hasta entonces, habían sido demasiado abrumadoras para enfrentarlas.
“Para resolver el trauma, tienes que dar marcha atrás y volver a experimentarlo, en vez de solo entenderlo”, explica Barclay. “El CRM brinda las herramientas para hacerlo de una manera que no sueles encontrar en las terapias habladas convencionales y, de hecho, en muchas terapias enfocadas en el trauma. Por eso conduce a logros importantes”.
Pese a todo el entusiasmo, los obstáculos para la aceptación generalizada del CRM y otras terapias centradas en el cuerpo son formidables. Los reguladores gubernamentales tienden a autorizar solo los tratamientos que se han sometido a ensayos clínicos grandes y costosos, bien se trate de nuevos medicamentos o terapias. Aunque varias aseguradoras cubren sesiones de CRM en el Reino Unido, tal no es el caso, aún, en gran parte del mercado de salud de Estados Unidos.
En otoño, Schwarz y sus colaboradores en Escocia pretenden lanzar un estudio estadounidense-británico conjunto sobre resultados terapéuticos, pero la acumulación de datos concluyentes puede demorar años y requiere de fondos difíciles de obtener.
Impertérrita, Schwarz está decidida a impulsar su movimiento desde las raíces, y para ello pasa gran parte del año viajando para impartir talleres en todo el mundo, desde Irlanda y Grecia hasta Estados Unidos y Australia. Ella y sus camaradas también están buscando otras vías para convencer al establishment médico de que no son otros charlatanes new age: cuentan con que la neurociencia demostrará que el modelo de recursos integral es más que magia.
La herida más profunda
Una gélida mañana de febrero de 2016, Schwarz aterrizó en el aeropuerto de London, Ontario, ciudad de 366 mil habitantes acunada en las llanuras agrícolas del sur de Canadá. Mientras su taxi discurría por las calles empapadas, Schwarz sintió la emoción que solo llega después de años de esfuerzo que están a punto de rendir frutos. La profesora Ruth Lanius, una de las principales neurocientíficas especializadas en la investigación de trastorno por estrés postraumático, había invitado a Schwarz y a uno de sus colaboradores más cercanos, el Dr. Frank Corrigan, psiquiatra escocés, al Instituto Lawson de Investigaciones en Salud, localizado en un hospital en los límites del centro de la ciudad. Intrigada por el trabajo de Schwarz, Lanius le brindó una oportunidad que soñaría cualquier pionero de una nueva forma de terapia: un día de pruebas con una poderosa máquina de resonancia magnética funcional. Ese tipo de escáneres miden fluctuaciones del flujo sanguíneo y oxigenación para revelar lo que ocurre dentro del cráneo cuando las personas realizan ciertas tareas o evocan recuerdos, lo que los hace ideales para investigar una nueva terapia.
Lanius ha usado esas imágenes para demostrar que las experiencias traumáticas pueden causar cambios físicos perdurables en el cerebro. En particular, ha demostrado que el trauma parece alterar las vías neurales que intervienen en nuestra capacidad para relacionarnos con los demás, lo cual podría explicar por qué muchos supervivientes se sienten aislados de sus seres queridos. Un exsoldado dijo a Newsweek que, al regresar de Irlanda del Norte, a principios de la década de 1970, su esposa y sus hijos le parecían maniquíes sin vida en un escaparate, y expresó con claridad la sensación de encontrarse atrapado detrás de la pared de vidrio metafórica que experimentan muchas personas con TEPT.
Nadie conoce, a ciencia cierta, el mecanismo por el cual un trauma psicológico puede dañar las estructuras del cerebro. Una hipótesis es que, al percibir su muerte inminente, el cerebro libera tal aluvión de sustancias químicas asociadas con el estrés que ciertas células cerebrales mueren, causando un efecto de “fusible fundido”, el cual resulta en un fallo crónico.
Por otra parte, investigadores estadounidenses están cada vez más preocupados por el aparente nexo entre los síntomas tipo del TEPT de los veteranos y el daño cerebral, difícil de detectar, causado por explosiones en Afganistán e Irak.
“Uno de los logros más grandes de la neurociencia del trauma ha sido volver visible una lesión invisible”, informa Lanius. “Muy a menudo recibimos pacientes traumatizados a quienes han dicho, una y otra vez: ‘No tienes problema alguno. Todo está en tu mente. Supéralo’. Recibir validación de que: ‘En efecto, hay algo distinto en mi cerebro’, ha sido un avance tremendo”.
Cualquiera que sea la causa precisa, Lanius dice que sus pacientes suelen sentirse aliviados al descubrir que pueden estar sufriendo de una lesión física muy real -aunque microscópica- oculta en algún sitio entre los 86 mil millones de neuronas del cerebro.
Y ahora, si el cerebro ha sido dañado, ¿cuál es la mejor manera de repararlo? Al llegar a Canadá, Schwarz, Corrigan y la psicoterapeuta estadounidense Elisa Elkin Cleary pretendían someter el modelo de recursos integral a una prueba científica. Cada cual se practicaría un escaneo cerebral antes y después de una sesión de terapia de una hora, durante la cual trabajarían con un episodio perturbador de sus vidas. Las imágenes resultantes revelarían si el CRM había influido en las áreas cerebrales más profundas que rigen las emociones poderosas.
Cleary se puso una bata y cubrezapatos quirúrgicos, entró en la cámara del escáner, subió a una mesa que se proyectaba desde la abertura circular de la enorme máquina, y se colocó unos audífonos que contenían 32 bobinas magnéticas y una máscara con forma de caja. Cuando la cama se retrajo, quedó tendida bocarriba dentro del cilindro, e iluminada por una pálida luz blanca. Schwarz observaba por una ventana desde la sala de controles contigua. Habló por un intercomunicador conectado con los audífonos de Cleary.
“Hola, Elisa, te invito a activar tu herida más profunda, la raíz de diente de león más profunda que sigue alimentándose con ‘no es suficiente’”, dijo Schwarz, con el tono de voz imperioso que adopta con sus clientes. “Invita a tu cuerpo a recordarlo plenamente; un residuo oculto o un fragmento enterrado. Piensa en todas las veces que lo intentaste, con todas tus fuerzas, y no fue suficiente; ya fuera tu mamá, en la escuela, con otras chicas, en la universidad. Invita a tu cuerpo a recordar, no a tu cerebro. Invita a esas heridas más profundas a revelarse plenamente”.
Cleary permaneció tan inmóvil como pudo mientras su tristeza añeja crecía y la máquina -que emitía un tamborileo agudo- captaba 160 imágenes durante el escaneo de ocho minutos. Más tarde, procesarían esas instantáneas en un mapa tridimensional de su actividad cerebral. Luego, la pareja entró en una oficina para la sesión de CRM, donde Schwarz trabajó con Cleary en su sentimiento de “nunca ser suficiente”, antes de realizar otro escaneo.
Al día siguiente, Lanius condujo a Schwarz y a Corrigan a un aula con paredes verdes, localizada en el sótano, donde habrían de dirigirse a un grupo de unos 12 de sus alumnos de psiquiatría. Para el par de amigos, ocupar aquella modesta plataforma pública en compañía de tan prominente autoridad en TEPT fue todo un hito. Los estudiantes escucharon con atención mientras Schwarz y Corrigan usaban un pizarrón para ilustrar sus teorías sobre la manera como los ejercicios de “animal de poder”, “red” de energía y “yo central” podían estimular áreas cerebrales vinculadas con sentimientos de seguridad y confianza.
Aunque habían trabajado juntos durante cuatro años, los dos amigos formaban una pareja incongruente. Académico de voz mesurada, con dominio de la anatomía cerebral, Corrigan es miembro de la Sociedad Internacional para el Estudio del Trauma y la Disociación, publica artículos en revistas de revisión paritaria, y es coautor de un libro de texto sobre neurobiología del trauma. Decidido a explicar el CRM en términos neurocientíficos, Corrigan con frecuencia se enfrascaba en tantos detalles que Schwarz, relativamente recién llegada al campo, tenía que hacer esfuerzos para concentrarse y no perderse en la explicación.
Si bien los aspectos menos ortodoxos del modelo de Schwarz han hecho que algunos neurocientíficos le prohíban la entrada en sus oficinas, Lanius se encontraba en posición singular para considerar su postura de manera objetiva. A diferencia de muchos de sus colegas, dedicados exclusivamente a la investigación, Lanius trata pacientes con trastorno por estrés postraumático, incluyendo veteranos canadienses de Afganistán. Fuera del depurado mundo de los estudios de neuroimágenes, en los rigurosos confines de una clínica de trauma, Lanius sabía que los apesadumbrados excombatientes muchas veces comenzaban a abrirse cuando ella abandonaba el terreno estrictamente científico, diciendo: “Háblame de tu alma”.
“De hecho, el modelo [CRM] es una combinación de ciencia y espiritualidad”, dijo Schwarz a los alumnos. “Estamos tratando de esclarecer, definitivamente, la neurobiología, para que la gente vea el modelo por lo que es en realidad y no por lo que presuponen que es, debido a que ciertos aspectos parecen ser un poco... ¿Cuál es la palabra, Frank?”.
“¿Extraños?”, aventuró Corrigan, con su característica expresión insondable.
“Extraños”, repitió Schwarz, asintiendo y con una sonrisa irónica.
Un jaguar ágil y aterciopelado
Desde hace al menos un siglo se han propuesto diversas formas de terapia orientadas al cuerpo; desde novedosas hasta muy extrañas. Y todas inspiradas en la máxima de Friedrich Nietzsche: “Hay más sabiduría en el cuerpo que en la filosofía más profunda”.
Aunque antaño confinadas a las márgenes, comenzaron a ganar impulso a mediados de la década de 1990, cuando el Dr. Bessel van der Kolk, un aguerrido profesor de psiquiatría en la Escuela de Medicina de la Universidad de Boston, escribió un artículo influyente sobre trauma, titulado “El cuerpo lleva la cuenta”.
En septiembre de 2014, Van der Kolk impulsó el movimiento publicando un libro exitoso con el mismo título, el cual se fundamentó en su experiencia clínica y en dos décadas de adelantos en neurociencias.
Van der Kolk es un defensor destacado de la terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR, por sus siglas en inglés), un tratamiento para TEPT con el cual los practicantes estimulan el movimiento bilateral de los ojos del paciente pasando un dedo frente a la cara o encendiendo luces intermitentes. Si bien al principio fue descartada por algunos como charlatanería, la EMDR hoy tiene el respaldo de suficientes evidencias clínicas para haber sido adoptada como tratamiento estándar en Gran Bretaña, pese a que nadie sabe, exactamente, cómo funciona. Otras escuelas de tratamientos basados en el cuerpo, y sustentadas en pocos estudios, incluyen la “psicoterapia sensoriomotriz” y la “equinoterapia”, en la cual los participantes enfrentan sus patrones de relaciones humanas mientras aprenden a vincularse con un caballo. Con tanta culpa y vergüenza asociadas al trauma -Karen dijo sentirse como un “pedazo de basura”-, los practicantes informan que la ausencia de juicios por parte del animal puede ayudar a que las personas aprendan a perdonar a los demás y a sí mismos.
A pesar de toda la innovación, la historia sugiere que no es fácil pasar de la ignorancia a la iluminación cuando se trata de entender la interacción de mente y cuerpo en el trauma.
Durante la Guerra Civil estadounidense, los médicos diagnosticaban a los hombres consternados con una dolencia que llamaban “corazón del soldado”, atribuyendo el colapso psicológico a problemas cardiacos. Los galenos victorianos diagnosticaban a los supervivientes de choques de trenes con “espina dorsal ferroviaria”, suponiendo que su mal se debía a un daño en la columna vertebral. Aunque el establecimiento del trastorno por estrés postraumático como entidad diagnóstica (por parte de la Asociación Psiquiátrica Estadounidense, en 1980) dio impulso a la investigación del trastorno, los resultados terapéuticos siguen siendo muy malos.
Dada esta historia, el profesor sir Simon Wessely, presidente del Real Colegio de Psiquiatras, se pregunta si las expectativas en torno a la neurociencia del trauma no son prematuras.
“Creemos tener más comprensión neurocientífica del TEPT, pero tengo algunas dudas al respecto, y me parece que mucho de eso es bastante burdo”, dijo Wessely a Newsweek. “Me pregunto si no será nuestra versión moderna de contar cuentos”.
Pese a las reservas, es difícil desestimar el testimonio de pacientes que afirman deber su cordura al CRM. Entre ellos se cuenta Steve (no es su nombre real), un ex soldado de fuerzas especiales cuyos síntomas de TEPT se habían vuelto tan severos que estuvo a punto de quitarse la vida. Steve, quien vive en Escocia, pidió ayuda a Hull, el especialista en trauma del Servicio Nacional de Salud, quien desde entonces ha coescrito un libro de texto académico sobre modelo de recursos integral con Corrigan y Schwarz.
Hull ha ejercido la psiquiatría durante 26 años y obtuvo su doctorado médico estudiando a sobrevivientes de Piper Alpha, una plataforma petrolera que estalló en el Mar del Norte en 1988, cobró las vidas de 167 personas y es considerado el desastre petrolero offshore más mortífero del mundo. Como profesor de terapias basadas en evidencias, incluidas la de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares y la conductual cognitiva centrada en el trauma (dos de los tratamientos para trauma más utilizados en Gran Bretaña), Hull adoptó la estrategia de Schwarz cuando descubrió que funcionaba con pacientes que no respondían a otros métodos. Después, empezó a usar el CRM en la clínica de salud mental para veteranos del Ejército que dirige en Dundee, Escocia.
Conforme avanzaban sus sesiones con Hull, Steve descubrió su “animal de poder”: un jaguar ágil y aterciopelado. Hull le pidió que cerrara los ojos y, entonces, lo condujo por uno de sus recuerdos antiguos más perturbadores: recibir una paliza de manos de su padre alcohólico. Hull dijo a Steve que el jaguar podía ayudar a su niño interior a sentir que no tenía que enfrentar solo esa dura prueba.
Al recordar aquel momento, Steve explicó a Newsweek: “Me veo parado allí, en mi infancia, parado bajo ese felino, con sus enormes patas a mis lados, con su cabeza casi contra mi pecho. Siento la vibración de esta cosa, respirando. Es increíblemente poderoso”.
Hull trabajó con otro ex soldado que aprendió a invocar un águila, la cual volaba en círculos sobre su cabeza, buscando el peligro, y a un oso pardo, que le enseñó que podía ser tierno y también rudo; sin embargo, había algo muy especial en el vínculo de Steve con su gran felino. Una noche, cuando Steve topó con un grupo de jóvenes agresivos en una estación de servicio, dice que el jaguar lo ayudó a evitar meterse en problemas. Steve recuerda el consejo del jaguar: “Escucha, todo estará bien, camina y aléjate. No importa que alguien te provoque, ¿qué es lo peor que puede pasar? Ya te has demorado un par de minutos para ir a tomar el café”.
Steve agrega: “Un ‘animal de poder’ te da opciones. Con mi historia, temo que pueda lastimar a alguien y que la situación no termine bien. No me importa; si me provocan de alguna manera, voy a responder y no voy a parar hasta acabar con ellos”.
Igual que Steve, Karen no necesita que la convenzan. Envuelta en la sensación de seguridad que proporcionan la respiración de la Tierra, la red y sus dos caballos de poder, encontró el valor para confrontar su pasado sin sentir que estaba a punto de morir. Bajo la paciente guía de Barclay, al fin pudo despedirse de cuatro décadas de un dolor inexpresable.
“Para mí, algo cambió”, dice Karen. “Hubo un grado de reexperimentación que jamás había logrado. Él creó un espacio seguro para permitirme sentir”.
Aunque ahora hay un zoológico de tótems animales dispuestos a saltar, nadar o volar al auxilio de la creciente red de practicantes del modelo de recursos integral, el aliado más poderoso de Schwarz podría ser la paciencia. Varios meses después de su viaje a Canadá para la sesión de neuroimágenes con Lanius, recibió los resultados. Los escaneos sugerían que el CRM produjo lo que Lanius describía como “cambios significativos” en las áreas cerebrales que nos ayudan a gobernar las emociones abrumadoras, y que son especialmente relevantes en situaciones traumáticas.
Schwarz recibió un nuevo impulso en septiembre, cuando Lisa Merrifield, psicóloga clínica de Omaha, Nebraska, captó evidencias fisiológicas adicionales de los efectos del CRM. Merrifield utilizó un electroencefalógrafo para evaluar ocho participantes antes y 24 horas después de sesiones del CRM intensivas. El EEC, que mide la actividad eléctrica del cerebro, cuantificó cambios notables en los patrones de onda cerebral de los ocho participantes. Merrifield agregó que los resultados de su pequeño estudio piloto, realizado en el retiro de Schwarz, cerca de Beulah, Colorado, ameritaban investigaciones adicionales. En enero, Schwarz y Corrigan volvieron a London, Ontario, para impartir un seminario de cuatro días, durante el cual Lanius y su personal aprendieron los fundamentos del CRM.
En el campo de las ciencias, estos chispazos pueden interpretarse -en el mejor de los casos- como pistas fascinantes, aunque, ciertamente, no son evidencias concluyentes. Sin embargo, para Schwarz, más que chispazos son explosiones estelares. Ya no le parecía inconcebible que llegaría el día en que los datos confirmarían lo que su corazón y su instinto le habían dicho durante años: que cada uno de nosotros posee un tesoro de recursos ocultos que pueden ayudarnos a trascender hasta el más cruel de los abusos, de los horrores y de las traiciones, si solo nos atrevemos a mirar dentro.