México: ‘Somos lo que ustedes llaman desplazados climáticos’
La historia de vida de Guadalupe Cobos está enlazada a un territorio que apenas y se distingue en los mapas. Esa porción pequeñita de tierra revela aún más su vulnerabilidad cuando se le mira en las imágenes de satélite: está envuelta casi por completo por las aguas del mar fusionadas con las de un caudaloso río. Un terreno largo y angosto es su única ancla al continente.
Guadalupe Cobos tenía 12 años cuando llegó a esta tierra que mira hacia el Golfo de México. Ella y su esposo dejaron Belén Grande, comunidad de San Andrés Tuxtla, para instalarse en este rincón del municipio de Centla, en Tabasco, al sur de México. Sus parientes, que habían llegado un par de años antes, describían el lugar como una especie de tierra prometida: ahí tendrían un terreno para levantar su casa y el sustento se los daría el mar. La única condición era que aprendieran a pescar. Así lo hicieron. Dejaron de ser campesinos para transformarse en pescadores.
Era el año 1984. Guiados por la misma promesa de tener un lugar donde vivir, muchos más llegaron a la nueva comunidad que llamaron El Bosque. El nombre se lo dieron por la hilera de árboles que los fundadores plantaron donde comenzaba la playa.
“El Bosque tenía todo: buena pesca, había comida. Era un lugar de oportunidades... Aquí empezó nuestra historia como familia. Aquí crecieron mis hijos. Aquí hicimos nuestras raíces. Este era un lugar maravilloso, porque teníamos todo y no lo sabíamos. Tampoco sabíamos que, en un futuro, todo eso se iba a acabar”.
Guadalupe Cobos suelta las frases con nostalgia. Desde hace cinco años, ella y sus vecinos son testigos de cómo su comunidad es borrada del mapa. No exageran cuando exclaman que el mar se está tragando a El Bosque.
En algún tiempo, el lugar fue hogar de más de 200 personas. Para junio de 2024, sólo quedaban 12 familias. Las demás se tuvieron que ir, no tuvieron otra alternativa: sus casas, las escuelas, la iglesia, sus recuerdos y todo lo que habían construido fue tragado por el mar.
Desde 2019 y hasta junio de 2024, al menos 70 viviendas de El Bosque han sido derribadas por la fuerza del oleaje.
“Somos lo que ustedes llaman desplazadas climáticas”, así fue como Aurea Sánchez Hernández, habitante de El Bosque, se presentó durante una audiencia pública con los integrantes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), realizada el 28 de mayo de este año en Brasil.
En unos cuantos minutos y ante un auditorio sorprendido por lo que escuchaba, Sánchez resumió lo que ha sucedido en su comunidad: “Entre el 2005 y el 2020 perdimos más de 500 metros de geografía por el aumento del nivel del mar y los Nortes [tormentas]... El mar ha avanzado y no retrocede... Ese miedo al futuro que ustedes sienten cuando escuchan sobre el cambio climático, nosotros lo estamos viviendo”.
En México, El Bosque es sólo una de las varias comunidades que ya padecen los efectos de la “erosión costera”, término utilizado por la ciencia para sintetizar lo que sucede cuando el mar gana terreno y avanza hacia la tierra.
Transformación de un territorio costero
Si se les busca en un mapa, los rescoldos de la comunidad de El Bosque se encuentran en una pequeña y delgada península localizada casi donde se unen los estados de Tabasco y Campeche. De un lado, están las aguas del Golfo de México. Y del otro, tiene la desembocadura del Grijalva y el Usumacinta, dos de los ríos más caudalosos del país.
“Mis papás cuentan que cuando llegaron sólo había unas cinco casas. Yo tenía tres años”. Anahí Ponce Muñoz ahora tiene 42 años y muchos recuerdos ligados a este territorio en donde creció, se casó y construyó su casa. De su vivienda sólo quedan unas cuantas piedras aferradas a la arena.
Algunos pobladores de El Bosque, como Anahí Ponce, notaron que su territorio se transformaba cuando el muelle empezó a ser enterrado. Para otros los cambios llegaron cuando el Golfo de México comenzó a ser habitado por las plataformas petroleras que, en días despejados, pueden observarse desde la comunidad.
Guadalupe Cobos se percató de los cambios desde 2007. Ese año se registró una explosión y un derrame en la plataforma petrolera Usumacinta. “A los habitantes de El Bosque nos contrataron para limpiar la zona. Ahí fue donde nos empezamos a dar cuenta de que el mar ya estaba más metido”.
Durante los siguientes años, el oleaje pegaba cada vez más cerca. Lo primero que se llevó fue la playa. Después, las marejadas arrancaron de raíz los árboles que protegían a la comunidad de los fuertes vientos. Cuando eso sucedió, la preocupación se instaló y ya no se fue.
Los políticos se acordaban de la existencia de El Bosque sólo durante las campañas electorales, dice Guadalupe Cobos. “Aprovechábamos que venían y les pedíamos que construyeran un muro de contención o algo, pero nadie nos escuchó”, recuerda.
Durante las tormentas de finales de 2019, El Bosque comenzó a transformarse en zona de guerra. El mar se tragó las casas de Enriqueta, de Verónica, de Aurelia y la de Pedro Ponce, el hermano de Anahí. “El agua ya pegaba en las paredes de su casa y él no quería salirse, porque era su único patrimonio. Durante cuatro días estuvo ese golpeteo, hasta que tumbó las paredes. Mi hermano y su familia no tuvieron otra más que salirse y sacar lo que pudieron”.
La misma escena se ha repetido en El Bosque desde 2019. Cuando hay tormenta, las marejadas son tan fuertes que parecieran un tsunami pequeñito. “Como que las olas van escarbando —describe Guadalupe Cobos—, escarban y escarban hasta que descubren los cimientos de una casa. Así empieza a fracturarla, se fracturan las paredes y se fractura todo hasta que la tumba”.
La casa de la hermana de Guadalupe Cobos tardó dos días en ser derrumbada. La de su mamá dilató mucho más: “Un pedazo aún sigue en pie”.
Autoridades iban y venían. Ninguna daba una explicación sobre lo que sucedía en El Bosque. Mucho menos atendían a las familias que se quedaban sin casa. “Metíamos oficios, íbamos con el presidente municipal, con los delegados de las dependencias federales, pero nada”.
La ciencia alertó hace tiempo
El doctor en geografía Mario Arturo Ortiz Pérez (1943-2016) dedicó muchos años de su vida a estudiar los cambios en la morfología de la costa. Él fue uno de los primeros investigadores mexicanos en alertar sobre las regiones propensas a sufrir por la erosión costera y la elevación del nivel del mar.
A finales de la década de los noventa, Ortiz y Ana Patricia Méndez publicaron un estudio donde identificaron las cinco regiones del país más vulnerables al ascenso del nivel del océano: una está en el caribe y cuatro a lo largo de la costa que es bañada por las aguas del Golfo de México. Una de esas zonas es todo el litoral de Tabasco, donde se encuentra lo que algunos científicos llaman “el complejo deltaico Grijalva-Mezcalapa-Usumacinta”, que no es más que el lugar donde se unen esos ríos. Justo en la desembocadura de estos afluentes se encuentra El Bosque.
Años después, en 2016, los autores del artículo científico “Índice de vulnerabilidad costera del litoral tabasqueño” también advirtieron que toda la región ubicada frente a los sistemas lagunares de Carmen-Pajonal Machona y Mecoacán, el delta Grijalva-Usumacinta, así como en la zona de la Chontalpa, tienen un alto nivel de vulnerabilidad ante la erosión costera.
Determinar que una región padece los efectos de la erosión no es sencillo. Entre otras cosas, se requiere contar con información de al menos los últimos diez años. “La línea de costa es muy dinámica y puede variar de un año a otro, por lo tanto, para hablar de erosión costera es necesario identificar que existe una tendencia clara de retroceso a lo largo del tiempo”, explica el doctor en Ciencias y Tecnologías Marinas e investigador del Instituto de Ingeniería de la UNAM, Alec Torres Freyermuth.
Actualmente es posible estimar este fenómeno en cualquier parte del mundo a partir del análisis de imágenes de satélite. Sin embargo, identificar las causas puede ser complicado debido a que son varios los factores que contribuyen a su formación: las tormentas, el incremento del nivel del mar y los impactos negativos del ser humano. Lo que sí se sabe con certeza es que hay varias “acciones locales”, como las llama el doctor Torres, que propician la aceleración de la erosión. Entre ellas están la destrucción y deforestación de las dunas costeras por la construcción de carreteras, de viviendas o de puertos que funcionan como diques y retienen la arena que en forma natural debería llegar a otro sitio.
En geografías como la de Tabasco, donde los ríos caudalosos tienen una presencia preponderante, la situación es aún más compleja. Y es que todo lo que sucede a lo largo de esos ríos también afecta a la costa. La construcción de presas o la extracción de arena de los afluentes, por ejemplo, contribuyen a que lleguen menos sedimentos a la costa.
En el estudio científico de 2016, los autores advirtieron que las dunas costeras en el litoral de Tabasco “están perdiendo la batalla contra la erosión marina debido, en gran parte, a la disminución de sedimentos provocado por la construcción del sistema de presas en el río Grijalva”.
En ese mismo estudio, los científicos mencionaron que uno de los sitios donde el retroceso costero es significativo es en el delta Grijalva-Usumacinta, justo la zona donde se encuentra la comunidad de El Bosque. Sin embargo, también reconocieron que en esa región la “situación es algo contradictoria si se piensa que este sitio representa la desembocadura del sistema fluvial más caudaloso del país y, por ende, debería tener mayores tasas de sedimentación, lo cual se traduciría en un aumento de la costa”.
La doctora Lilia Gama, investigadora de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco y coautora del artículo, explica que en el mundo científico se sabe que “los deltas son muy dinámicos, pero normalmente crecen, no se pierden. La salida de los ríos aporta sedimentos y eso ayuda a que se forme costa. Pero en El Bosque no se observa eso”.
Por ello, en el caso de la transformación del territorio que ocupa El Bosque, la investigadora considera que “una combinación de circunstancias ha hecho que la dinámica del delta se acelere en forma impresionante en estos años”.
Un análisis de imágenes satelitales realizado por el doctor Alec Torres y su equipo, a petición de Mongabay Latam, muestra que el territorio en donde se encuentra El Bosque experimenta un continuo retroceso en la línea de costa desde, al menos, el año 2015. Las tasas de erosión alcanzan los -20 metros al año.
Una comunidad que lanza un “grito de auxilio”
En la comunidad de El Bosque no sólo han mirado cómo la geografía de su comunidad se ha modificado, también han atestiguado otros cambios: “Los pescadores salen más lejos a buscar la pesca”, comenta Guadalupe Cobos. Además, las tormentas toman fuerza de un momento a otro y se presentan en temporadas inesperadas.
Justo después de una tormenta, a principios de 2022, Guadalupe Cobos conoció a Juan Manuel Orozco, oficial de proyectos de Conexiones Climáticas. Esa organización, junto con Nuestro Futuro y Greenpeace México acompañan a la comunidad.
También fue en 2022, cuando la doctora Lilia Gama visitó la comunidad. En esa ocasión, Guadalupe Cobos se acercó a la investigadora con una petición: “Deme una buena noticia, dígame que con un muro o con alguna obra podemos salvar a la comunidad”.
La doctora Gama también recuerda ese momento: “Fue triste decirles que no había manera de salvar a la comunidad. La velocidad con la que se está perdiendo territorio los tiene totalmente amenazados”.
Colocar un muro o una barrera que proteja a El Bosque de la fuerza del mar tampoco es una opción. La doctora Gama menciona el caso de la comunidad de Sánchez Magallanes —también en Tabasco y que desde 2016 padece la erosión costera—, en donde colocaron columnas de concreto para tratar de aminorar los efectos del fenómeno, pero de nada sirvió. “Estas estructuras, con el tiempo, resultan ser más perjudiciales y aumentar la erosión costera”, destaca el doctor Alec Torres.
En noviembre de 2022, las organizaciones y los habitantes de El Bosque dieron una conferencia de prensa en la comunidad. “Fue un grito de auxilio”, recuerda Aurea Sánchez. Su historia comenzó a conocerse, pero ni eso logró que alguna autoridad los atendiera.
Un par de semanas después, la comunidad fue azotada por una tormenta. El oleaje destruyó las dos construcciones que albergaban el kínder y la escuela primaria, también fracturó varias casas. Una de ellas fue la de Aurea Sánchez. Su familia y al menos diez más levantaron pequeños cuartos de lámina en el campo de futbol de la comunidad. Varios de ellos siguen viviendo ahí, pese a que no tienen drenaje ni agua potable.
El mar avanzó hasta que también tocó los cimientos de la casa de Anahí Ponce. “Yo decía: ‘no creo que llegue hasta acá. No creo que se la lleve’, pero el mar llegó y tiró mi casita”. Entre noviembre de 2022 y febrero de 2023, al menos 20 familias más perdieron sus viviendas.
Anahí Ponce y su familia migraron a la ciudad de Frontera. Ahí rentaron un lugar dónde vivir. “Las rentas están muy caras, y pues luego no alcanza”.
El 6 de febrero de 2023, el periodista Arturo Contreras expuso la situación de El Bosque en una conferencia del presidente Andrés Manuel López Obrador. Ese día el mandatario aseguró que se atendería a la comunidad. Dos meses después, funcionarios federales, estatales y municipales instalaron la “Mesa Ambiental Erosión Costera del Litoral Tabasqueño”. El Instituto Nacional de Ecología y Cambio Climático (INECC) realizó un diagnóstico sobre la situación de El Bosque y a pasos forzados se echó a andar el proyecto de reubicación de la comunidad en el que participa la Comisión Nacional de Vivienda (Conavi), que depende de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (Sedatu).
“Antes, el mar nos arrullaba. Ahora, nos quita el sueño”.
Los habitantes de El Bosque terminaron el 2023 con el alma en vilo. La noche del 1 de noviembre de ese año, las fuertes lluvias inundaron la comunidad. “El agua nos llega hasta las rodillas y nos hemos quedado sin luz”, informaron los habitantes en un comunicado de prensa. Las organizaciones civiles que acompañan a la comunidad también denunciaron que el proceso de reubicación se encontraba frenado.
Las tormentas provocaron que los habitantes de El Bosque salieran de la comunidad. Algunos se instalaron en el albergue temporal que las autoridades implementaron en la ciudad de Frontera. Ese refugio duró menos de 15 días, cuenta Guadalupe Cobos. “A la gente le dijeron que ya no podían estar ahí, que tenían que hacerle como pudieran. Y la gente hizo lo que pudo: muy pocos, rentaron un lugar para vivir. Otros intentaron regresar a El Bosque, pero no pudieron porque ya no tenían casa”.
Las tormentas de ese noviembre derribaron todos los postes de luz y dejaron muy pocas construcciones en pie.
A finales de junio de 2024, sólo 12 familias vivían en la comunidad. Los demás regresan a El Bosque para pescar, para encontrarse con los que aún quedan, para mirar el lugar en donde antes estaba su casa.
“Ya no hay transporte que llegue hasta aquí”, cuenta Guadalupe Cobos. Su casa aún está en pie. “Decidimos quedarnos, aunque el mar sigue avanzando, porque no tenemos de otra. No tenemos recursos para rentar una casa y no sabemos cuándo nos reubicarán”.
Las pocas familias que aún viven en ese pequeño territorio tienen electricidad en forma intermitente. Los pozos de agua dulce ya no sirven: de ellos ya sólo se obtiene agua salada. Los pobladores compran el agua potable a los carros cisterna o pipas como les llaman en México. Tampoco tienen centro de salud ni escuelas; los niños toman clases sólo dos días a la semana en un lugar improvisado.
En la audiencia pública ante la Corte IDH, celebrada en mayo de 2024, Aurea Sánchez explicó cómo su vida cotidiana se ha trastocado: “Nuestros hijos no están aprendiendo igual. Hay niños que ya sabían leer y ahora deletrean. Mi nieta de siete años confunde las letras... Los niños lloran de miedo cada que hay una tormenta... Algunas personas han requerido terapia por el estrés y la angustia. Antes, el mar nos arrullaba. Ahora, nos quita el sueño”.
Sánchez también dejó claro que los habitantes de El Bosque no sólo han tenido pérdidas materiales: “Perdimos nuestras raíces, a nuestros vecinos, todo lo que nos hacía comunidad”.
Anahí Ponce explica que hay niños y adolescentes que dejaron de estudiar y ahora se dedican a la pesca, familias que se separaron, personas mayores que, al no tener electricidad en forma constante, no tienen cómo mantener a una temperatura adecuada la insulina que requieren.
“La comunidad vive una crisis humanitaria”, considera Juan Manuel Orozco, el oficial de proyectos de la organización Conexiones Climáticas y que ha identificado que son alrededor de 90 familias las afectadas por la erosión costera en El Bosque.
“Nos han dicho: ‘Tengan un poco de paciencia’. Nosotros, la paciencia la vamos a tener, pero el mar no sé si la tenga”, dice Guadalupe Cobos. Cada que hay tormenta, ellos hacen el recuento de los daños: “Esperamos a que baje la marea para ver cuántas casas se perdieron, cuánto terreno se perdió, qué es lo que nos quedó”.
Son los primeros desplazados, pero no los últimos
En todos los foros a los que acuden, los habitantes de El Bosque mencionan que ellos son de los primeros desplazados climáticos en México, pero también remarcan que no serán los últimos.
Tan sólo en el estado de Tabasco, cuatro comunidades más ya han registrado pérdida de su territorio y de viviendas por erosión costera y elevación del nivel del mar: Sánchez Magallanes, Los Alacranes, el Ejido Sinaloa, en el municipio de Cárdenas; y Barra de Tupilco, en el municipio de Paraíso. En el estado de Veracruz, está la comunidad de Las Barrancas, en el municipio de Alvarado.
Ninguna de esas poblaciones está considerada en la respuesta que la Sedatu entregó a Mongabay Latam, como parte de una solicitud de información sobre las poblaciones con afectaciones por erosión costera. Además de El Bosque, la dependencia respondió que los únicos otros dos lugares identificados son Cuauhtémoc, en la comunidad de San Mateo del Mar, en Oaxaca, y Punta Chueca, en el municipio de Sonora.
El INECC no cuenta con un listado de comunidades que estén siendo forzadas a desplazarse por la erosión costera o el aumento del nivel del mar. “Se está realizando un análisis para identificar las localidades afectadas”, contestaron a una solicitud de información.
En abril de 2023, la doctora Lilia Gama y otros investigadores publicaron un artículo científico en el que determinan que en Tabasco hay, al menos 76 localidades (55.8 % del territorio del estado) que podrían quedar bajo el agua. Para llegar a esa conclusión realizaron un análisis y cruce de información demográfica, valores de erosión costera y datos globales de elevación del mar.
Por su parte, el doctor Alec Torres y su equipo han documentado que la construcción de puertos contribuyó a que regiones de la costa de Yucatán registren una pérdida de playa de hasta seis metros en un año. “Esas tasas de erosión son muy grandes comparadas con las que estimaríamos con un incremento del nivel del mar [provocado por el cambio climático], que en el caso de Yucatán es de 2.5 milímetros por año, en promedio”.
Además de ser una causa más de desplazamiento forzado de comunidades, la erosión costera desata consecuencias que el doctor Torres enumera: “Cuando se pierde playa, aumenta la vulnerabilidad ante huracanes y otros fenómenos meteorológicos. Hay especies, como las tortugas, que ya no tienen donde anidar. Hay pérdidas económicas, porque ya no hay playas para el turismo. Y tener un retroceso en la línea de costa es pérdida de territorio nacional”.
En la audiencia pública de la Corte IDH, Nora Cabrera, directora y fundadora de la organización Nuestro Futuro, mencionó que casos como el de la comunidad de El Bosque deberían mover a los diferentes gobiernos para atender el tema de los desplazados climáticos. En el caso de México, señaló, es urgente la actualización de los atlas nacionales de riesgo por fenómenos climáticos y accionar una política de adaptación al cambio climático, en donde se asegure una reubicación planificada para las comunidades afectadas por la erosión costera y la elevación del nivel del mar.
Juan Manuel Orozco, de Conexiones Climáticas, resalta que “el Estado, en todos los niveles, tiene que aprender de lo que pasa en El Bosque para construir las políticas públicas que permitan atender a las poblaciones que se verán forzadas a desplazarse por la crisis climática”.
Pescadores anclados en una ciudad
El lunes 17 de junio, Guadalupe Cobos visitó por primera vez el terreno donado por el gobierno de Tabasco y en donde se reubicará a las familias de El Bosque. Se encuentra a 12 kilómetros de su comunidad, en las orillas de la ciudad de Frontera.
Hasta ahora son sólo 54 las familias que la Comisión Nacional de Vivienda contempla para la reubicación. “Hay varias familias que quedaron afuera, que no fueron consideradas por varias causas, unos porque no tenían los papeles que pedían, otros porque se fueron hace cuatro años, cuando el mar comenzó a avanzar. Los funcionarios dijeron que ellos ya se habían reubicado solitas”, explica Guadalupe Cobos.
En la audiencia pública con los integrantes de la Corte IDH, Aurea Sánchez expresó el sentir de muchos habitantes de El Bosque: “Ahora para las autoridades somos un problema, pero eso no es nuestra culpa... Estamos pagando por una crisis que no provocamos”.
Las nuevas viviendas para la comunidad de El Bosque deberán estar listas en septiembre de 2024, de acuerdo con la respuesta a una solicitud de información que otorgó el Coordinador Regional de Programas Institucionales de la Sedatu. Sin embargo, las obras comenzaron apenas en junio de este año.
Guadalupe Cobos espera que la reubicación llegue antes de que el mar se trague las casas que aún están en pie. Aunque en los últimos cinco años, ella ha aprendido que “el mar no espera, no entiende de burocracias”.
La reubicación plantea otros retos para la comunidad de El Bosque, para ellos que son pescadores, gente de mar. “¿Cómo le vamos a hacer para vivir en un nuevo territorio, en la ciudad?”, se pregunta Aurea Sánchez. Encontrar una respuesta también les quita el sueño. Mientras imaginan cómo será su vida lejos de ese territorio en donde construyeron su identidad como pescadores, el mar no deja de avanzar.
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Este reportaje es parte de una alianza periodística entre Mongabay Latam, Vorágine, Plaza Pública y el Centro de Periodismo Investigativo.