México: la misión de salvar a los lobos marinos de las artes de pesca abandonadas
Al noroeste de México, el Centro de Rescate y Rehabilitación de Fauna Silvestre (CRRIFS) es un espacio dedicado a la atención de especies atrapadas en artes de pesca abandonadas, así como su reintroducción a su entorno natural
Entre 2017 y 2022, censaron a 607 lobos marinos atrapados en artes de pesca en la zona; sólo lograron la liberación de 14 de ellos, por lo que ahora trabajan con las comunidades pesqueras para prevenir la problemática
El enmalle era muy grave. Un lobo marino de California (Zalophus californianus) tenía una red de nailon alrededor del cuello y parte de la cara. Cuando los especialistas en rescate animal se acercaron, vieron que el hilo estaba incluso dentro de su hocico y que le había cortado cuatro o cinco centímetros de las comisuras. “Era una herida muy grave, muy fea y que, obviamente, le causaba mucho dolor”, recuerda Elsa Coria, veterinaria especializada en fauna silvestre.
Ese ejemplar era una hembra de poco más de un año que, a pesar de su edad, intentaba tomar leche de su madre, una práctica común cuando el alimento dentro del mar es escaso. Era noviembre de 2017 y el grupo de rescate animal trabajaba en su primer taller para el desenmalle de lobos marinos con especialistas de The Marine Mammal Center —organización no gubernamental dedicada al rescate y la rehabilitación de mamíferos marinos, la investigación científica y la educación ambiental— en la isla San Jorge, ubicada en el Golfo de California, en el noroeste de México.
Elsa Coria recuerda lo que sucedió con la loba marina: “Pudimos capturarla de manera sorpresiva y nos tardamos un buen rato en poder retirarle toda la red. Una vez que lo logramos, se liberó en el lugar y fue increíble ver cómo se tiró al agua y se quedó al lado de las embarcaciones. Nos volteaba a ver y empezó a jugar. A mí, literalmente, se me salían las lágrimas. No hay nada que pueda reemplazar el ver a un animal libre, que regrese a la naturaleza sin problema. Sobre todo cuando es un problema que causamos nosotros, los humanos”. En esos días, se acercaba la Navidad; fue por ello que a la loba marina rescatada la llamaron Nochebuena.
El lobo marino de California y los orígenes de CRRIFS
El lobo marino de California (Zalophus californianus) es el pinnípedo más abundante en México, sobre todo, dentro del Golfo de California. Un censo poblacional de la especie, realizado en 2021 por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) en 12 colonias de la Península de Baja California, arrojó un total de 18 850 individuos. “Es pariente lejano de los perros y ha evolucionado muy bien para adaptarse al medio acuático”, afirma Coria.
La experta describe que esta especie tiene dimorfismo sexual, es decir, que resulta muy sencillo identificar a los dos géneros por sus diferencias físicas. “Los machos desarrollan una cresta sagital —que es como si fuera un copete en la cabeza— y con esta característica es fácil detectar a los machos adultos. Las hembras son más pequeñas, con su cuerpo más estilizado, y no desarrollan esta cresta. Su periodo de reproducción es en el verano, en el mes de julio, que es cuando hay el mayor número de nacimientos de esta especie”, dice Coria.
Pocos meses antes, en julio de 2017, Elsa Coria, veterinaria e investigadora formada en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con otros especialistas crearon el Centro de Rescate, Rehabilitación e Investigación de Fauna Silvestre (CRRIFS), organización sin fines de lucro especializada en el rescate de animales silvestres en situaciones riesgosas, así como enfermos o heridos en San Carlos, Nuevo Guaymas, Sonora.
Elsa Coria recuerda lo que sucedió con la loba marina: “Pudimos capturarla de manera sorpresiva y nos tardamos un buen rato en poder retirarle toda la red. Una vez que lo logramos, se liberó en el lugar y fue increíble ver cómo se tiró al agua y se quedó al lado de las embarcaciones. Nos volteaba a ver y empezó a jugar. A mí, literalmente, se me salían las lágrimas. No hay nada que pueda reemplazar el ver a un animal libre, que regrese a la naturaleza sin problema. Sobre todo cuando es un problema que causamos nosotros, los humanos”. En esos días, se acercaba la Navidad; fue por ello que a la loba marina rescatada la llamaron Nochebuena.
Las crías, en un principio, permanecen en la isla y apegadas a su madre. Durante su crecimiento, desarrollan la capacidad de nadar, jugar y buscar a sus presas. A los seis meses de edad comienzan a comer el pescado que capturan por ellas mismas y es cuando su madre comienza a retirar la leche materna. A partir de entonces, se enfrentan al riesgo de encontrarse con artes de pesca en el camino.
Elsa Coria es originaria de la Ciudad de México. Vive y trabaja en Sonora desde 1999, cuando llegó para trabajar con crías de lobos marinos en proyectos de investigación que requerían muestras biológicas para hacer análisis de su estado de salud. La investigadora recuerda que en 2015 comenzó a recibir, como veterinaria, algunos lobos marinos afectados para rehabilitarlos. Allí fue cuando la problemática de los enmalles comenzó a ser más visible.
Un año más tarde, en 2016, inició su entrenamiento en la atención de animales afectados por las redes de pesca. La científica viajó a la sede de The Marine Mammal Center —en Sausalito, California, en Estados Unidos— para aprender más sobre el procedimiento que es bastante complejo y altamente especializado. Así se capacitó con quienes habían desarrollado una nueva metodología para capturarlos, ya que muchos animales son grandes y una red no resulta suficiente.
“Se tenían que sedar, anestesiar. En mi entrenamiento, me transmitieron su conocimiento y experiencia no solamente en el ámbito médico veterinario, sino también en toda la logística para lograr estas campañas de desenmalle —detalla Elsa Coria—. Si son organismos jóvenes, se hace una sedación ligera para permitir el retiro del enmalle; si son organismos grandes, se tiene que hacer sedación remota, que es utilizar un dardo con una mezcla especial de anestésicos para que podamos capturarlo y retirarle el enmalle”.
Desde 2021, CRRIFS es parte de la Red de Capturas Incidentales y Descartes (Red CID), conformada por diversas organizaciones, instituciones e investigadores a nivel mundial, con el fin de compartir metodologías y procedimientos que mitiguen las capturas incidentales. Como miembros de esta red, CRRIFS ha aportado técnicas de liberación de pinnípedos capturados en diversas artes de pesca.
Pocos meses antes, en julio de 2017, Elsa Coria, veterinaria e investigadora formada en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), junto con otros especialistas crearon el Centro de Rescate, Rehabilitación e Investigación de Fauna Silvestre (CRRIFS), organización sin fines de lucro especializada en el rescate de animales silvestres en situaciones riesgosas, así como enfermos o heridos en San Carlos, Nuevo Guaymas, Sonora.
Los enmalles: la punta del iceberg
El trabajo de CRRIFS se realiza en varias islas del Golfo de California. En Sonora se enfoca en San Jorge, San Esteban, San Pedro Mártir y San Pedro Nolasco, consideradas las cuatro principales cuando se habla de reproducción de lobos marinos, ahí colaboran con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas (Conanp) para realizar monitoreos biológicos sobre la población de lobos marinos californianos.
“El número de lobos enmallados es la punta del iceberg. Desgraciadamente, sabemos que muchos animales mueren ahogados en las redes; es un número que desconocemos, pero probablemente es muy alto. Por eso hemos abordado el trabajo con los pescadores de las comunidades. Para nosotros es muy importante involucrarlos, para apoyarnos en estas acciones. De esta manera, ellos ven el efecto directo de las redes que quedan abandonadas o que son utilizadas de una manera no muy responsable”, explica Coria.
Los lobos marinos no son los únicos afectados. Solo en 2022, los especialistas de CRRIFS atendieron a 90 animales por diversas causas. Fueron 25 mamíferos, 48 aves, 15 tortugas y 2 reptiles de otras especies que requirieron rescate, intervención y rehabilitación en el quirófano, así como en piscinas, aviario, áreas de cuarentena y otros espacios con los que cuenta el centro. Una de las principales causas de lesiones fue la interacción con artes de pesca: enmalles en chinchorros, anzuelos y líneas de nailon.
Para atender y reducir los enmalles, el CRRIFS trabaja actualmente en la innovación de artes de pesca. Su equipo de ecodiseño está en la búsqueda de materiales y estrategias para la creación de una nueva red que se propondrá a los pescadores, compuesta por nudos corredizos que se abrirán cuando un animal grande sea capturado de forma incidental.
Campodónico —comunidad pesquera más cercana a la Isla San Jorge, considerada por mucho tiempo el punto rojo de enmalle de lobos marinos— es el sitio piloto para presentar el prototipo de red para que los pescadores la usen y califiquen.
“Buscamos que ellos vean que estamos allí para apoyarlos, no para criticarlos ni hacerlos sentir mal. Al contrario, entendemos la problemática porque una red rota no es nada grato, porque conlleva un costo. Esto es un daño también para ellos y lo mejor es que disminuya. Nos han visto como aliados y no como enemigos que provocarán el cierre de su área de pesca —que es un temor bastante común—. Nuestra intención es apoyar su economía para que se les destruyan menos redes y, a la par, que poco a poco vayan haciendo una pesca más sustentable”, comenta Coria.
A la par, desde 2022, el Centro formalizó su programa de retiro de redes y artefactos de pesca abandonados —como trampas, anzuelos y chinchorros— tanto en la costa como en aguas, a través del buceo. Además, como una de las actividades ligadas a la educación ambiental, trabajan con las mujeres de las comunidades pesqueras, capacitándolas en el monitoreo de aves y lobos marinos para aportarles otras fuentes de ingreso. “Que vean que, si la pesca ya no está dando, hay alternativas. Eso no significa que dejen el mar, sino que pueden hacer turismo y trabajar en cuestiones biológicas. Eso es muy importante: abrir nuevos panoramas”, dice Coria.
El trabajo con las tortugas marinas
Hasta ahora se conocen siete especies de tortugas marinas en el mundo. En Sonora, se sabe de la presencia de al menos cinco de ellas: golfina (Lepidochelys olivacea), verde (Chelonia mydas), carey (Eretmochelys imbricata), laúd (Dermochelys coriacea) y amarilla (Caretta caretta). De estas, solo la golfina anida en las costas de la región de Guaymas, San Carlos y Empalme. Eduardo Pérez, biólogo y coordinador del Programa de Conservación y Rescate de Tortugas Marinas del CRRIFS, explica que la vocación turística de estas playas provoca que las principales amenazas para la especie tengan que ver con la presencia de automóviles, fogatas y basura que intervienen en los sitios de anidación.
“El principal riesgo que están enfrentando las tortugas marinas en la zona —en cualquier parte de su ciclo de vida— son los vehículos que pueden colisionar con las hembras anidadoras; que pasen por la superficie del nido y lo colapsen; o también que, si las tortuguitas llegan a eclosionar, al llegar a la superficie pueden encontrarse con el escenario de surcos producidos por las llantas de estos carros. Si bien, para nosotros pudieran ser muy leves, para las tortugas sí representan una trampa casi mortal. Eso las hace seguir el trayecto de la llanta y avanzar en línea paralela al océano, provocando deshidratación en el verano e hipotermia en el invierno. Pero también las han atropellado”, lamenta el experto.
El Programa de Conservación y Rescate de Tortugas Marinas de CRRIFS inició en el 2018 y ha tenido tanto éxito que cada temporada de anidación, de junio a diciembre, aumenta el número de nidos y de crías liberadas en las playas de Guaymas y San Carlos.
De acuerdo con el reporte anual de CRRIFS, entre 2018 y 2021, se protegieron 290 nidos de tortuga golfina (Lepidochelys olivacea), de donde se obtuvieron 25 520 huevos, para un total de 18 026 crías sanas. Esto se logró con la protección y monitoreo de sitios de anidación con el apoyo de su equipo de voluntarios, quienes realizan patrullajes todas las mañanas de la temporada de anidación.
Desde poco antes de las cuatro de la madrugada, los voluntarios salen a caminar en las playas para buscar los rastros de las hembras. Una vez que encuentran y reportan un nido al CRRIFS, se decide cuál es el mejor nivel de protección que se le puede asignar, explica Pérez.
“Ya sea que el nido se quede en la playa y se le coloquen protecciones, o si se encuentra en una zona de riesgo —por la presencia de vehículos, por la proximidad al agua o por estar en un punto donde las lluvias generarán inundación— se toma el nido y se trae al centro de incubación”, agrega el experto.
Los resultados han sido exponenciales año tras año, confirma Pérez, pues ha sido testigo de cómo, en 2018, se pudieron localizar sólo 23 nidos y, para 2022, fueron 109. “Ni se diga en la cantidad de tortuguitas liberadas, que en el primer año, se logró liberar alrededor de 210 y, el año pasado, liberamos alrededor de 7100 tortugas. Así vemos cómo es muy evidente la importancia y la necesidad de tener un programa en la zona”, dice Pérez.
Desde el 2019, el centro inició el monitoreo en zonas de alimentación de tortugas prietas (Chelonia mydas) y carey (Eretmochelys imbricata). En estos trabajos también ha resultado fundamental la colaboración con los pescadores, pues hasta antes de que se prohibiera la captura de tortugas marinas en 1990, eran especies consumidas por su carne. Los pescadores ahora instruyen a los especialistas sobre la ubicación de las áreas de alimentación, con la finalidad de recopilar información para la creación de un banco de datos sobre el estado de salud de los quelonios.
“Si bien los pescadores inicialmente consumían a la tortuga, ahora están apoyando a su conservación; este cambio de mentalidad, que se va perpetuando en las generaciones, es muy importante —afirma Pérez—. Si las actividades marchan como hasta ahora, se pronostica un futuro bastante alentador”.
El futuro de las especies marinas y el proyecto para protegerlas
El reto de CRRIFS es enorme y su equipo aún es pequeño. Está compuesto por siete personas: un ingeniero industrial, un biodiseñador, dos veterinarias, un biólogo, una ecóloga y un sociólogo, además de una pequeña red de voluntarios locales compuesta principalmente por extranjeros jubilados.
Como muchas organizaciones sin fines de lucro, el centro también enfrenta el reto de obtener recursos y financiación para continuar con sus labores. “Al inicio, las actividades del Centro tenían que financiarse de nuestra bolsa; al trabajar con fauna silvestre, sabemos que son propiedad de todos y de nadie, entonces no hay alguien que se haga responsable por las actividades que estamos haciendo. Acceder a fondos o algún tipo de subsidio, ha sido un gran reto”, dice Eduardo Pérez.
Aun así, las aspiraciones de la organización apuntan a expandirse hacia las zonas norte y sur de Sonora, donde puedan abrir nuevos centros para poder cubrir un mayor territorio y atender más casos. Por ahora, han avanzado en tener un equipo más nutrido y en tener un mayor alcance en la colaboración con las comunidades pesqueras en la costa de Sonora, así como con las autoridades ambientales, con quienes ya tienen un vínculo estrecho.
“Lo que para nosotros sería ideal, es ya no ver esa gran cantidad de lobos enmallados en las islas y en el mar, que veamos a las comunidades trabajando en conjunto en la protección del ambiente y, por qué no, viviendo de esa protección del ambiente. Si la pesca ya es muy difícil, ojalá que encuentren su sustento en actividades de conservación”, concluye Coria.