De trabajadora del hogar a esclavitud moderna
Claudia Victoria Arriaga Durán
Ilustraciones de Houston Ortegón Casanova
Segunda de tres partes
Ana es originaria del municipio de Akil y llegó a las manos de “El clan” cuando tenía 14 años. Una pareja le ofreció trabajo para limpiar una casa en el municipio de Ticul, ubicado a 32 kilómetros de distancia de su comunidad. Con la esperanza de ganar dinero y mejorar su calidad de vida, decidió irse de su hogar como lo hacen muchas niñas y adolescentes mayas.
El día que llegó a su nuevo trabajo, la recibieron Carlos y Estela, un matrimonio del que nada sospechaba. Una vez instalada, el “Patrón”, Carlos, la violó con la advertencia de que la estaba entrenando para su nuevo empleo.
Nada pudo hacer para defenderse. Al poco tiempo, empezaron a trasladarla a distintos municipios para prostituirla.
Ana, sentada en una banca en el área de descanso del Cereso femenil, insiste en que al momento de su detención, en 2010, las autoridades la obligaron a firmar palabras que nunca salieron de su boca. Es decir, que las primeras declaraciones de la joven fueron hechas bajo coacción.
Durante el desarrollo de esta investigación tuvimos acceso a la carpeta de investigación. El expediente se encuentra en resguardo en los juzgados del municipio de Tekax. Lo que puede leerse en él es una versión muy distinta de lo que narran las jóvenes. El testimonio que Ana firmó por la fuerza asegura que ella viajó a Ticul porque tenía conocimiento de que había mujeres que recibían dinero por “acostarse” con hombres. Al llegar al pueblo, preguntó si había una casa de citas y le señalaron un predio construido con madera y techo de lámina. Tocó la puerta y le abrió Carlos. Le preguntó si podía recibirla y él aceptó.
“Le pregunté si era una casa de citas y me dijo que sí, que cobraba 20 pesos por el cuarto. Él no me preguntó mi edad, solo cómo me llamaba y desde ese mismo día comencé a trabajar como prostituta en ese lugar”, se lee en las primeras declaraciones de la joven tras el arresto.
El expediente de la Fiscalía General del Estado de Yucatán (FGE) detalla que, supuestamente, Ana cobraba 120 pesos a los clientes, le daba 20 pesos a Carlos por la renta del cuarto y además, él pedía 10 pesos a cada hombre por dejarlo pasar. Sin embargo, ahora sabemos que sus tratantes cobraban de 400 a 600 pesos por servicio sexual.
Más adelante, en ese mismo testimonio obtenido mediante amenazas, se sugiere que Ana estaba enamorada de su tratante: “Sostuve relaciones con Carlos porque me gusta”, puede leerse en la declaración del 4 de abril de 2010. “Nada más alejado de la realidad” acotó Ana a 14 años de estos hechos.
Al igual que al resto de las niñas, adolescentes y mujeres que fueron víctimas de “El clan”, a ella la torturaban. Las colgaban amarradas con un palo de madera sostenido en el techo para golpearlas.
Carlos y Estela
Carlos es un hombre de aproximadamente 40 años que estaba casado con Estela y vivían juntos en el municipio de Ticul. Se describía a sí mismo como católico y creyente en la Virgen de Guadalupe. Tras ser arrestado, declaró que ganaba 400 pesos semanales y que completaba el gasto de la casa con lo que ganaba prostituyendo a Ana, a sus hermanas y a sus primas. En su mente, eran una familia.
“Sabía que con el tiempo se iban a acostumbrar y les iba a gustar ese tipo de vida”, testificó.
Cuando Estela se casó con Carlos, aceptó ayudarlo a administrar el negocio familiar: “una casa de citas”. En sus declaraciones también admitió las torturas y violaciones que cometió contra Ana, sus hermanas y primas.
“Cuando tenían la menstruación las obligaba a usar una esponja, de esa que llevan los muebles, la enrollaba y le ponía un hilo. Formaba una especie de tampón, como uno de esos que se venden, y se los metía en los quesitos (vagina); así el cliente no veía que estaban en sus días. Cuando terminaban tenía que jalar el hilo y sacar la esponja para lavarla y volver a usarla en el próximo cliente”, declaró ante las autoridades.
Se encargaba de vestirlas con lo que ella describió como “ropa sexy”, que no era otra cosa que lencería, faldas cortas, shorts y blusas tipo top de tirantes. Les pintaba el cabello y les colocaba pupilentes de colores.
La huida
El 4 de enero de 2010 cambió la vida de María. Ella le pidió a su madre que le permitiera ir a trabajar con sus hermanas, Ana y Magdalena. Su madre lo permitió porque representaba un ingreso más para la casa y pensó que no estaría sola. Pero, al llegar, se encontró con una escena que sólo de recordarla le causa terror.
Cuando Estela la recibió, le pidió a Ana y Magdalena, sus hermanas, que la vistieran con una falda corta y blusa de tirantes, a la par, le gritó que tendría que acostarse con muchos hombres. María se intentó defender, pero recibió una bofetada. En ese momento, intervino Carlos y la violó.
El contexto social de los pueblos mayas es un factor determinante para que las niñas y adolescentes de las comunidades sean captadas por las redes de trata de personas en la modalidad de explotación sexual.
La Red por los Derechos de la Infancia en México (REDIM) coloca el crecimiento acelerado de Yucatán como un detonante para que las niñas y niños que crecen en zonas rurales caigan en las manos de tratantes, ya que en muchos casos migran en busca de oportunidades.
“Pertenecer a pueblos originarios, estar en una familia en un rango de pobreza por debajo de la media, son factores que van añadiendo niveles de vulnerabilidad y ponen en primera fila a las infancias mayas para ser captadas por las redes de trata”, abundó la directora de REDIM, Tania Ramírez en entrevista para este reportaje.
Añade que la idea de generar riqueza para unos pocos, sólo trae consigo más desigualdad y riesgos para las comunidades mayas.
“Esa falsa idea de desarrollo en donde todo es generar riquezas y, además, riqueza para unos pocos, sin solventar los huecos que hay en el piso. Yucatán no ha logrado garantizar igualdad para el pueblo indígena”, advierte.
Entonces, María, con apenas 11 años, soportó dos meses de golpes y violaciones de hasta más de 10 hombres por día. Harta y con miedo decidió escapar.
Esa oportunidad se presentó el 9 de febrero de 2010, cuando Carlos y Estela intentaron que tuviera relaciones sexuales con un tercer cliente. María luchó con todas sus fuerzas para salir del cuarto donde la encerraron. Logró abrir la puerta y los confrontó delante del hombre quien, enojado por la situación, les pidió su dinero de regreso.
A María la castigaron a golpes y la dejaron sola en ese mismo cuarto. La pareja estaba tan furiosa que no notaron que habían dejado la puerta sin seguro. La pequeña corrió hacia la calle y se escondió en un monte.adulta.
Pasó horas entre la maleza hasta que una señora la encontró. La mujer, que al igual que el resto de los vecinos sospechaba lo que ocurría en esa casa, le explicó por dónde salir sin ser descubierta.
“Corrí hacia donde me dijo la señora y vi una casa, me acerqué a pedir ayuda. La mujer que abrió la puerta me dijo que su esposo era policía, que él estaba en casa y me llevaron al Ministerio Público en Ticul a denunciar”, relata María, quien ahora es una mujer
NOTA: Los nombres de algunas de las personas mencionadas en el reportaje fueron modificados para resguardar su seguridad.
Este reportaje fue realizado con el apoyo de la International Women’s Media Foundation (IWMF) como parte de su iniciativa de ¡Exprésate! en América Latina.
La autora
Claudia Victoria Arriaga Durán es periodista en Yucatán especializada en género, derechos humanos, migraciones y tierra y territorio. Finalista del Premio Nacional de Periodismo 2023 en la categoría caricatura, historieta y animación. En 2022 ganó el Premio del Hub de Periodismo de Investigación de la Frontera Sur del Border Center for Journalists and Bloggers. Ha sido becaria de la International Women’s Media Foundation, de Puentes de Comunicación, del Border Hub, de Cosecha Roja y Proyecto Anfibia.
MAÑANA: En espera de sentencia y justicia