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Migran tras su sueño

Casa Grecia: un refugio para ser libres

Es un albergue en Ciudad Juárez para los migrantes de la comunidad LGBTTTI que busca un techo, comida y apoyo en su trayecto

a Estados Unidos; huyen de la violencia, del trabajo sexual y

de la discriminación permanente

CIUDAD JUÁREZ._ Sentada sobre un colchón en el suelo, Mary, de 28 años, evoca con palabras la imagen que tenía antes de huir del Estado de México a Ciudad Juárez, especialmente su cabello largo y su maquillaje.

“Era talla 28, tenía mi cabello largo, me arreglaba (con maquillaje) y me veía muy bien, tenía una cinturita”, dice la mujer trans que emigró para escapar de la persona que la obligaba a prostituirse.

Ahora lleva su cabello corto, viste con pantalones de mezclilla y camisa de cuello tipo polo, su talla es 36. Supone que como mujer trans le será más difícil encontrar un trabajo y establecerse de manera temporal en esta frontera, por lo que prefirió volver a vestirse ‘como hombre’, al menos en lo que logra cruzar a Estados Unidos.

“Ya me dejé”, afirma y suspira. “Aquí en Juárez siento que como trans me va a costar un poco más levantarme y así como niño (vestido de hombre) ya he ido al monumento (a buscar trabajo) y me han dicho que lleve papeles”.

Mary, como pide ser identificada, es una de las 56 personas que se encuentran en Casa Grecia, un albergue especializado para migrantes de la comunidad LGBTTTI -lésbico, gay, bisexual, transexual, transgénero, travesti e intersexual- en Ciudad Juárez, espacio que abrió para recibir a personas que son rechazadas y violentadas en otros refugios, por su orientación sexual o identidad de género.

“El albergue empezó por accidente y en medio de una gran necesidad. Es muy complicado, nosotros somos independientes, no tenemos ninguna orden religiosa o civil, como los otros 16 albergues para migrantes que hay en la ciudad o el Leona Vicario, que es del gobierno”, dice Grecia Herrera, enfermera y fundadora de este refugio en el 2018.

Desde entonces y hasta la fecha, al menos 796 personas provenientes del sur de México y de Centroamérica encontraron refugio en este espacio. Todas ellas finalmente cruzaron al vecino país, relata Grecia, una mujer trans y activista LGBTTI.

Otras 56 personas aún permanecen en el lugar que opera en un complejo deteriorado de 4 pisos, que estuvo ocupado durante décadas y que ha sido remozado poco a poco por sus moradores.

En una esquina de la habitación casi vacía dentro del tercer piso se encuentra todo lo que Mary posee: una chamarra, un par de cambios de ropa, algunas cobijas y sus zapatos.

“Todo esto me lo ha dado Grecia y estamos muy agradecidas con ella”, comenta, aunque se lamenta no contar con dinero para pagar su acta de nacimiento y su certificado de primaria, documentos que necesita para conseguir un empleo.

“Ya me dijeron que me contratan en una maquiladora, pero no he conseguido dinero para pagar mis papeles. Aquí no los tengo, necesito sacarlos”, agrega.

En el Estado de México subsistía como trabajadora sexual, cuenta, pero tras varias amenazas y ver a sus compañeras violentadas por el hombre que las forzaba a trabajar y les quitaba su dinero, decidió huir y buscar otra vida.

Tiene un año en Ciudad Juárez, pero apenas hace 4 meses dio con este albergue. Asegura que no cuenta con el apoyo de su familia.

Su esperanza es cruzar la frontera, pues considera que en Estados Unidos las personas trans son más aceptadas que en México. Considera que allá podría volver a ser ella misma sin ser discriminada o atacada.

Jennifer, de Centroamérica a Juárez

Organismos que observan crímenes de odio hacia la comunidad LGBTTTI, como el Centro Humanístico de Estudios Relacionados con la Orientación Sexual, ubican a Chihuahua como uno de los cinco estados con más homicidios de personas trans, especialmente mujeres, en el País. El año pasado, fueron detectados 30 en la entidad.

No obstante, “Jennifer”, de 31 años, asegura sentirse más cómoda en Ciudad Juárez, donde percibe que la discriminación es menor a la que siente en el centro del país, o incluso más allá, en la frontera sur.

“La gente tiene la mente más abierta”, afirma al describir a los residentes de esta comunidad fronteriza.

Ella viene de un país de Centroamérica, el cual prefirió no ubicar debido a que su vida corre riesgo en caso de que su identidad y ubicación actual sean reveladas.

“Muchos amigos míos fueron golpeados, alguien decía que uno los acosaba y llamaban a la policía, luego la policía nos golpeaba. Me tocó llevar amigos al hospital y que no nos quisieran atender por ser gays”, relata.

“De dónde vengo no te dejan ni salir en tacones. No puedes ni siquiera vestirte de mujer cuando en cualquier esquina te agarran a golpes; por eso salí de ahí, no quería esperarme al día de mañana que amanezca muerta, además no tenía el apoyo de mi familia”, agrega.

Llegó al sur de México hace siete años, comenzó a relacionarse con personas que también eran trans. Consiguió trabajo y se sintió más tranquila.

La situación adversa que la llevó a viajar hasta esta ciudad comenzó justo hace unos cuatro meses, cuando después de haber sido abusada sexualmente decidió interponer una denuncia. Pero sufrió amenazas directas como consecuencia.

“Nada más me dijeron que si a los casos de aquí no podían ayudarles menos al mío, que yo ni de aquí era. No estamos protegidas”.

Ahora quiere cruzar a Estados Unidos, aunque tampoco, al igual que Mary, ha iniciado su trámite de solicitud de asilo debido a la pandemia.

En Casa Grecia conoció a su pareja y aunque se encuentra tranquila, enfrenta dificultades económicas por no tener trabajo.

“He ido a maquiladoras, pero además de no tener papeles, no me dejan trabajar por la cuestión de que soy trans”, asegura. “Me dicen que no podría utilizar los baños, porque tendría que usar los de los hombres y no quieren arriesgarse a que me vayan a hacer daño”.

Su intención es cruzar a territorio estadounidense, pero si no la aceptan allá, pretende arreglar su situación migratoria en México, quedarse en la frontera y laborar en algún sitio.

Un oasis en el camino

Jennifer y Mary tuvieron suerte de encontrar un espacio en Casa Grecia, espacio que nació tras una experiencia que enfrentó su fundadora en la Casa del Migrante, donde se desempeñaba como enfermera y pudo observar la discriminación que enfrentaban los migrantes por de la comunidad gay.

Grecia notó que compañeros y compañeras de las personas trans se negaban a convivir con ellos en determinados espacios del albergue, como los baños. También evitaban que convivieran con los niños.

Todas estas expresiones venían del prejuicio y la homofobia, asegura Grecia, quien, en el 2018, como empleada del Municipio fue comisionada al área de enfermería dentro de la Casa del Migrante para ayudar ante la llegada de personas de la caravana migrante.

Esa experiencia la impulsó a buscar la creación de un espacio para migrantes de la comunidad LGBTTTI. Narra que primero pidió apoyo del municipio para obtener en como dato un edificio, pero nunca le dieron audiencia.

Debido a eso, Grecia optó por rentar una pequeña casa en la colonia Hidalgo. Empezó con siete chicas, relata, pero cuando el número de personas llegó a 27, se vio en la necesidad de buscar un espacio más amplio.

“Era una casa familiar, con dos recámaras, una cocina, una sala, un solo baño; tuvimos que movernos a buscar otro espacio, la situación era que al momento de pedirle a una persona que nos rentara y explicar que era para migrantes y además trans, se negaban”, cuenta.

Luego encontraron un espacio prácticamente en abandono, ‘Casa Rosa’, ubicada en la calle Hospital, ahí llegaron a ser 120, pero tuvieron que salirse porque el techo podía caerse, comenta.

Las condiciones de deterioro de ese lugar las hicieron moverse nuevamente y fue cuando encontraron el edificio donde se ubican actualmente, sobre la calle Gabino Barreda, a unos metros del Río Bravo, casi a la altura de lo que se conoce como El Puente Negro.

“Esta era una fábrica de alcohol en los 40; poco a poco lo limpiamos y tenemos un contrato con el dueño por 5 años, pero con miras de que sea más tiempo. Hemos sido buenos inquilinos. Los muebles que tenemos son prácticamente los muebles que han tirado personas y que nosotros recogemos y limpiamos”, comenta.

Aunque el edificio cuenta con cuatro pisos, el último no está adecuado; de estarlo, su capacidad aumentaría para atender a unas 200 personas.

Sin embargo, por la pandemia que les obliga a guardar sana distancia y a que ha disminuido el flujo de migrantes, de momento sólo albergan a 56 personas, de las cuales, solo dos son mujeres trans, una persona es lesbiana y seis más son gay.

El resto son familias y personas cisgénero -cuya identidad de género concuerdan con el asignado al nacer-, entre ellas 12 niños, e incluso unas seis mascotas entre perros y gatos.

La aceptación de personas que no son de la comunidad LGBTTT demuestra que “aunque ellos no pueden convivir con nosotros, nosotros sí podemos convivir con personas diferentes a nosotros”, indica Grecia.

Autogestión

“Hemos tenido una regularización como nos lo marca la Red de Albergues para Atención a Migrantes, y como directora me toca estar bajo otros lineamientos, para que más que un albergue lo miren como un hogar”, señala Grecia.

Con la pandemia, contó, previno a los inquilinos de que tal vez iba a ser necesario cerrar y procurarles otro lugar en donde pudieran estar ante la falta de recursos y escasez de donaciones, pero éstos se negaron y prefirieron apoyar con la manutención del sitio de manera voluntaria y a medida de sus posibilidades.

“Algunos trabajan, otros reciben remesas de sus familias, coopera quien puede y quien quiere, y ellos mismos se administran”, explica.

En total, el gasto asciende a unos 20 mil pesos mensuales, que son obtenidos en gran parte con apoyos que Grecia logra conseguir entre conocidos, amistades y asociaciones civiles.

“Durante el mes vamos todos juntando, ellos lo juntan, lo pagan, aquí el dinero no llega directamente a mí, sino entre ellos mismos, ellos se encargan de recibos del agua, se van turnando según quien va caminando al proceso de Estado Unidos, ellos suministran los insumos”, comenta.

El deterioro del edificio donde habitan está expuesto a simple vista. En las paredes se aprecian desperfectos, como cables de electricidad salidos o sin tomacorrientes, la mayoría de las puertas son cortinas, pintura dañada y ventanas sin vidrios. El mayor lujo que posee el sitio son cámaras de vigilancia colocadas para poder prevenir cualquier situación de inseguridad de quienes ahí habitan.

Hay una sala en común con un televisor analógico, literas, calentones de leña, ventanales cubiertos con sábanas, y algunas puertas tapadas solamente con cuadros de manera que impiden el paso a áreas que no están en uso.

La recepción del sitio es una habitación que abarca todo el espacio que corresponde a la planta baja, sin divisiones. Al centro, cuenta con una tabla sostenida con bloques de concreto a modo de mesa de comedor; también hay una estufa, una alacena, algunos sillones viejos y los roles de limpieza asignados, pegados en las paredes.

La esperanza del otro lado
de la frontera

Cuando se sienten desanimadas, reciben llamadas de compañeras que ya se encuentran en Estados Unidos, cuenta Mary. “Nos las pasa Grecia, nos dice: ‘Cuéntales a estas, que ya están tristes, como te va allá’, y ya nos cuentan”.

En su caso, considera que nada la detiene en México. Salió de su casa a los 14 años, cuando sus padres se enteraron que era gay y le corrieron de casa.

Terminó viviendo en una casa hogar para menores en condición de calle y al cumplir 18 años fue cuando dio con la persona que terminó explotándola sexualmente durante cuatro años.

De su familia nada sabe, no terminó sus estudios, aunque le gustaría dedicarse a ser enfermera o estilista profesional. No piensa volver a ser trabajadora sexual jamás, dice.

“Uno, inocente, cae y le dicen las cosas muy bonito, y hasta lo toma como un juego, pero luego vienen las exigencias y ya no puedes salirte tan fácil”, relata.

Para ellas, el triunfo del presidente Biden sobre Trump en Estados Unidos, representó una esperanza de políticas migratorias que les permita cumplir con más facilidad su ‘sueño americano’.

“Les digo que no sabemos nada, que aún no podemos saber nada... no sabemos cuándo se reanuden los trámites (para solicitar asilo), pero sí creemos que la situación estará mejor ahora”, dice Grecia ante el nuevo gobierno en Estados Unidos que desde el primer día empezó a cambiar las políticas antiinmigrantes de Donald Trump.

De momento, comenta que están por llegar otras compañeras del sur del país, y que la labor del sitio continuará hasta que sea posible.

“Qué más quisiera yo que mis hermanas tuvieran casa en cada una de las ciudades del mundo”, expresa Grecia.

Karen Cano

Fotos Rey Jáuregui