¿Cuál es la pérdida más dolorosa?

Durante toda mi carrera profesional, es muy recurrente que me hagan la pregunta: ¿de todas las pérdidas que te toca atender, cual es la más dolorosa?, y las mismas personas contestan: la pérdida de un hijo... verdad?, y se sorprenden cuando les digo que existe otra más dolorosa y no lo pueden creer, pero al final coinciden.

En mi trabajo como tanatólogo he sido testigo que la pérdida más dolorosa es la desaparición de un hijo, no saber dónde está, pensar todo el día si el hijo está vivo o muerto, si le dan de comer o no, si está en la sombra o a la intemperie, si está a salvo o lo estarán golpeando, estará cerca o lo tienen muy lejos, son una gran cantidad de preguntas que se hacen a cada minuto estos padres.

El duelo es la respuesta emocional de una persona ante la experiencia de una pérdida. Es el proceso de adaptarse a la vida después de una muerte, proceso muy doloroso en cualquier pérdida de un ser querido.

Se ve influenciado por la sociedad, cultura y religión de la persona. El pesar, es el estado de haber experimentado una pérdida, la cual en muchos casos no la entendemos mucho menos la aceptamos.

Cuando un ser querido fallece, da inicio un proceso de duelo que comprende y recoge todas las reacciones normales ante esta pérdida. Sin embargo, cuando la persona desaparece y no existen evidencias de que haya muerto ni de que siga vivo, se presenta una dificultad añadida en este proceso. A ese dolor, normal en la pérdida, se suma la duda y la falta de certezas.

Tener un hijo o hija desaparecida puede ir ocasionando graves daños mentales porque genera una larga zozobra y sufrimiento al no saber qué ha pasado con la persona que nunca regresa a su hogar... A nivel individual, varias personas refieren luchar con la sensación de estar “al borde de la locura”.

Para los familiares, tener un desaparecido resulta casi imposible aceptar la pérdida y comenzar a enfrentar ese gran dolor.

El dolor está envuelto de incredulidad, de un estado de permanente alerta, esperando cualquiera noticia en un sentido o en otro, se presenta todo un cuadro de ansiedad y de tristeza por la ausencia, incluso, es muy común desarrollar depresión.

En la práctica he observado que estos padres dejan de lado el duelo, y se enfocan, en lo que más importa en ese momento: en buscar a la persona desaparecida.

Lamentablemente esta situación, la cual puede durar años y finalizar, bien con el hallazgo del cadáver o, de un modo más ambiguo, con una declaración de fallecimiento.

En este último caso, los familiares tal vez se aferren a la esperanza de encontrarla con vida y no aceptan nunca esa declaración de muerte, simplemente porque no se llega a localizar el cuerpo de la persona.

Lo que es conveniente trabajar en consulta tanatológica con personas que estén sufriendo un duelo por desaparición o un duelo en el que la muerte no sea evidente, son las certezas. Es decir, podemos trabajar con:

– El dolor que produce la ausencia, eso ya es una pérdida en sí misma, independientemente de cómo finalice el caso.

– El miedo, con la incertidumbre, ante lo que imaginan que ha podido pasar.

– El cansancio, derivado de ese estado de espera permanente, de esperar novedades.

- Permitirle que lo exprese para que se desahogue. Nombrar lo que nos da miedo nos permite poner una pequeña distancia.

- Permitir la esperanza, respetar el ritmo de cada uno, no forzar ni presionar.

Estas pueden ser algunas estrategias, siempre y cuando lo permitan los padres y aceptan dejarse guiar en este tan doloroso proceso, teniendo siempre en cuenta que cada caso es único y que no todas las personas reaccionan de la misma manera.

“El duelo es la respuesta emocional de una persona ante la experiencia de una pérdida. Es el proceso de adaptarse a la vida después de una muerte, proceso muy doloroso en cualquier pérdida de un ser querido”.