Estrenada hace meses con el título de Un caballero y su revólver, la cinta dirigida por David Lowery y protagonizada por un Robert Redford de 82 años, acaba de aparecer en la página de Cinepolis Klic para su renta y venta con el nombre, ahora, de Un ladrón con estilo (The Old Man & the Gun, EU, 2018). Quién sabe por qué.
Sobre un artículo escrito por David Grann para The New Yorker (“The Old Man and the Gun”, 27 de enero de 2003), he aquí la increíble y (más o menos) verdadera historia del septuagenario Forrest Tucker (Redford, but of course), un irrefrenable e ingobernable malandrín que, debido a una extensa carrera delictiva que inició en la adolescencia, terminó una y otra vez en la cárcel, de la cual se escapó hasta en 18 ocasiones.
Al leer el artículo original de Grann y la forma en la que describe al anciano delincuente, con quien se entrevistó en varias ocasiones –ojos de un azul intenso, cabello completamente blanco, siempre sonriente, de ademanes gentiles, carismático y encantador, pero también reservado y calculador-, queda claro por qué Robert Redford decidió interpretar a Tucker.
Me explico: en sus mejores películas como actor, Redford destila una seguridad en sí mismo que contrasta con su propia reticencia. Redford nunca ha sido –ni siquiera en El gran Gatsby (Clayton, 1974)- un galán abierto, alegre, arrollador. Es cierto que no presume la dura melancolía de un Humphrey Bogart ni de un Robert Mitchum, pero tampoco exuda el avasallante carisma de un Cary Grant o un Clark Gable. Hay algo siempre distante en sus personajes: nunca estalla en histrionismos espectaculares (al estilo de James Dean o Marlon Brando), rara vez explota su evidente atractivo físico (a diferencia de su contemporáneo y camarada Paul Newman) y tampoco ha tomado el riesgo de la locura ni de la ligereza -¿cuántas comedias ha protagonizado?
Redford tendrá, parafraseando a Billy Wilder, un pedazo de pastel muy pequeño –es decir, un rango actoral muy limitado-, pero es indudablemente de él y de nadie más. Por lo mismo, es difícil imaginarse Un ladrón con estilo sin la presencia de principio a fin del octogenario actor californiano –y más difícil cuando sabemos que una de las compañías productoras del filme es Wildwood Enterprises, propiedad de Redford; que él compró los derechos del artículo original para adaptarlo al cine; y qué él también eligió al director, el imprevisible David Lowery.
Esta última decisión es clave para que la película sea algo más que un mero vehículo de lucimiento de la envejecida estrella hollywoodense. El versátil Lowery lo mismo ha dirigido una lírico-malickiana historia de amor (Ain’t Them Body Saints/2013), una encantadora cinta fantástica juvenil (Mi amigo el dragón/2016) y una minimalista película sobre el amor, la vida y la muerte (Historia de fantasmas/2017).
Diferentes géneros, diferentes temáticas, incluso diferentes estilos visuales. Sin embargo, hay en todas las películas de David Lowery –en las tres ya mencionadas y en Un ladrón con estilo-, algo similar: una inclinación por dejar respirar a sus actores, en otorgarles la libertad para reaccionar frente a la mirada del otro, en permitirles crear a sus personajes a través de los gestos más nimios, en privilegiar una suerte de reticencia narrativa con la que se ocultan elementos centrales de sus historias.
El misterio sin resolver que rodea a Tucker -¿por qué hace lo que hace cuando es obvio que no necesita hacerlo?, ¿es mera compulsión sociopática o un ejemplo radical de vivir haciendo lo que se quiere hasta las últimas consecuencias?- empata a la perfección con el estilo actoral de Redford y, también, con la construcción dramática que prefiere Lowery: paciente, sin prisas, incluso anticlimática. Hay pocos cineastas en Hollywood trabajando como Lowery; hay menos actores aún con la presencia y la historia fílmica de Redford. Disfrutemos de su escasez... mientras podamos.
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