"VOCES DESPEÑÁNDOSE: Madre universal"
Julieta Montero
Recuerdo la visita que hice a la madre de Dios, a la santísima Virgen de Fátima, hace 7 años, justo en el mes de mayo, dos días después de su festejo; todavía estaban las flores, sillas, el altar provisional afuera del templo mirando a la plaza, y a la Iglesia Nueva, donde su Santidad el Papa Benedicto XVI, había oficiado la Santa Misa.
Era la primera vez que este Santuario Mariano aparecía ante mis ojos. No me impresionó mucho su arquitectura, sentí que estaba entrando a un templo del interior de la República Mexicana, lo que me impresionó fue la sencillez de la capilla de las apariciones al aire libre, en contacto con la naturaleza; en ese pequeño espacio rodeado por unas cuantas bancas las almas de los creyentes liberan su fe y entregan puramente su amor a María. Esa ferviente admiración de los creyentes de todas las nacionalidades atrapa y acapara por completo al corazón del visitante por siempre.
Con una flor blanca en la mano y el rosario en la otra, alcancé un pedazo de banca y ya sentada y sin más ni más el agua de mis ojos se salió sin pedirla, entonces dejé que mis lágrimas se soltaran como gotas de una fuente para que cayeran a un manantial, todas las peticiones se agolparon y peleaban por alcanzar un lugar privilegiado en mis pensamientos, una gran confusión de tránsito en las ideas se instaló en mi cabeza y entre pequeños sollozos solo pude decir: Madre.
Tenía tantas cosas que contarle, platicarle de mis sentires, pedirle favores, pero todo lo que llevaba previsto se vino abajo y solo una palabra se salvó. Ahora, a la distancia, comprendo que mi razón se nubló para dejarle paso libre al corazón. Estaba ante mi madre. Una madre universal, intercesora, abogada, auxiliadora. Una madre a la que con solo mirarla me derramó ternura y me llenó el corazón de amor y fortaleza.
Ella ha sido la mamá que me sirve de modelo y aunque no haya tenido el privilegio como Lucía, el de ser la principal protagonista de las apariciones, puedo decir y tiene mayor mérito que sin haberla visto creo en ella, la adoro, la quiero, la amo como mi madre divina y celestial y le doy gracias por haberme regalado una mamá terrenal llamada Rebeca.
Y de nuevo María, pero ahora en Fátima, recuerdo firmemente que se me presentó como la madre de Jesús, con perdón, paciencia y pureza.
¡Felicidades a mi Madre celestial por sus 100 años!