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"COLUMNA"

"Vértigo: Todas las pecas del mundo"

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1994, el lejano año de nuestro descontento. Levantamiento armado en Chiapas, magnicidio en Lomas Taurinas, crisis económica en ciernes, mundial de futbol en el que la selección mexicana nos volverá a decepcionar… Pero nada de esto le interesa mucho a José Miguel Mota Palermo (Hanssel Casillas, el Tucsi de Vuelven/López/2017), un chamaco de 13 años, inquieto y aprendiz de inventor –además de “chaparro” y “ñengo”- que acaba de cambiarse a la ciudad por el trabajo de su padre y que, por añadidura, tiene que estrenar secundaria.

José Miguel no termina de familiarizarse con las distintas tribus de la escuela, cuando ve, cual aparición angelical en el medio del patio, a la lindísima adolescente Cristina Palazuelos (Loreto Peralta, la Maggie de No se aceptan devoluciones/Derbez/2013, ya crecidita) y el muy determinado chamaco decide, así nada más, que ese inalcanzable y rubio objeto del deseo será su novia, a pesar de que todo mundo sabe que ella no se podría separar de su novio de siempre, el güerito cristiano Kenji (Luis de la Rosa, el Alex de Mientras el lobo no está/Hemsani/2017) y sin darse cuenta que su instantánea mejor amiga Liliana (Andrea Sutton, la Estela del buen cortometraje Malva/Sánchez Novaro/2014) se interesa por él, a tal grado de regalarle un casete con música de rock, señal inequívoca en los 90 –y, según me han contado, también en los 80 aunque, ejem, no me consta- de que la muchacha quiere ser su novia.

Dirigida con soltura y ligereza por el veterano editor Yibrán Asuad (opera primaEl caco/2006, no vista por mí, más de una veintena de créditos como editor en algunas de las cintas mexicanas más interesantes de los últimos años como Cochochi/Cárdenas y Guzmán/2007, Güeros/Ruizpalacios/2014, Hilda/Clariond/2014, Mañana psicotrópica/Aldrete/2015 y la mejor película de Manolo Caro, La vida inmoral de la pareja ideal/2016), Todas las pecas del mundo (México, 2019), su segundo largometraje, se nos presenta como una entretenida comedia de crecimiento y maduración juvenil que, más allá de la premisa del intrascendente triángulo amoroso, acierta en la construcción de sus personajes adolescentes, a los que no les faltan pocos matices.

Así, por ejemplo, nuestro protagonista, José Miguel, puede resultar el héroe de la película, sin duda, pero como todo buen adolescente, es capaz de la peor traición posible, desde regalarle a Cristina el casete que Liliana le obsequió a él hasta apostarle a Kenji la posesión de Cristina cual si la muchacha se tratara de un objeto. En contraparte, el hecho de que Cristina sea la niña más bonita de toda la escuela, no significa que sea tonta o superficial; y tampoco que Liliana, juiciosa e inteligente, no sea capaz, por simple despecho, de ejecutar algún calculado acto de crueldad. 

El guión escrito por el propio cineasta, en colaboración con Javier Peñalosa y Gibrán Portela, juega con todas las convenciones de la fórmula de la comedia adolescente, no tanto para subvertirla sino para enriquecerla. Después de todo, lo que vemos en la cinta es a un puñado de chamacos en vías de madurez, con todos los rasgos, buenos y malos, del adulto en el que se convertirán: una vocalista de un grupo de punk, una científica connotada, un buenazo fósil que ahora sobrevive dando clases de geografía, un diputado por Cuajimalpa… y un tipo cualquiera que vive felizmente casado con una mujer que tiene todas las pecas del mundo, exactamente como las tenía aquel lejano primer amor adolescente.

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