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"COLUMNA"

"VÉRTIGO: Contra lo imposible"

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Hay una escena clave hacia la primera mitad de Contra lo imposible (Ford v Ferrari, EU, 2019), décimo-primer largometraje del sólido artesano de cine viril James Mangold, que encapsula a la perfección el sentido de todo el filme.

Es uno de los momentos más tranquilos de la película: nadie grita, no hay peleas, no hay amenazas y los dos personajes centrales no están dentro de un auto de carreras a más de 300 km por hora. Los dos están comiendo en un restaurante mexicano en algún lugar de Tejas y están platicando sobre una propuesta ridícula, absurda, imposible, como lo dice el título en español.

Sucede que después de que Henry Ford II (espléndido Tracy Letts) fuera rechazado y humillado en su intento de compra de Ferrari por el mismo viejo y orgulloso dueño de la compañía (Remo Girone) –“Díganle que no es Henry Ford, él es Henry Ford segundo”-, el descendiente de Henry Ford, el primero, decide ganar a como dé lugar el legendario circuito de Le Mans (Katzin, 1971), aunque le cueste todo el dinero del mundo. Lo que inició como un intento de darle la vuelta a la caída de ventas de la Ford Motor Company, se ha convertido, a partir de 1963, en una guerra entre dos ancianos magnates del mundo del automóvil. En el fondo, se trata de dos ridículos machos más que juegan vencidas con sus respectivos carritos.

La plática en el cafetín tiene que ver, precisamente, con el berrinche de Ford. Carroll Shelby (Matt Damon), constructor y diseñador de autos, antiguo corredor y ganador de Le Mans en 1959 con un Aston Martin jamesbondiano al volante, ha sido contactado por Ford para hacer un equipo que le permita no solo ganar sino humillar al invencible Ferrari, que ha triunfado en Le Mans cuatro veces en los últimos cinco años. Así pues, con esta tarea, ha contactado al ingobernable Ken Miles (Christian Bale), un ingeniero, diseñador de autos y, para variar, también piloto de carreras, para que forme parte de su equipo y en 90 días puedan ser una verdadera competencia frente a Ferrari. Miles suelta la carcajada: no se le puede ganar a Ferrari en 90 días, ni en 90 años. Acaso en dos o tres siglos... por lo menos.

En todo caso, el argumento clave para que Miles rechace la oferta no es lo inalcanzable de la meta, sino por el hecho, le explica a Shelby que, al trabajar para un monstruo burocrático e industrial como la Ford Motor Company, no tendrá libertad de nada.

Te darán todo el dinero del mundo, pero te dirán cómo gastarlo. Cada piso de esa compañía está lleno de gente que está ahí para ponerte trabas. Te dirán que te admiran, pero la verdad que ellos solo siguen órdenes de su jefe que sigue órdenes de su jefe que sigue órdenes de su jefe. En el fondo, en realidad, te aborrecen por lo que representas”.

Este diálogo es el centro argumental y moral de Contra lo imposible: la vieja y conocida historia del enfrentamiento entre el negocio y la creatividad, entre la burocracia y el genio, entre el impecable hombre de traje y el zaparrastroso rebelde que no se deja gobernar. De alguna manera, esta película funciona como una suerte de parábola de la propia creación cinematográfica en el marco de los grandes estudios y, si se quiere, hasta del actual debate (es un decir) Marvel vs. Scorsese.

Lo bueno es que, en el mejor estilo hollywoodense –y, paradoja de paradoja, en el estilo del cine de los viejos estudios de los años 50/50/60-, este mensaje esta vehiculado (pun intended) a través de una muy entretenida película de carritos, soberbiamente realizada por un equipo técnico irreprochable (¡esa carrera final en Le Mans!) e interpretada por dos auténticas estrellas, Damon y Bale, que encarnan con toda justicia el arquetipo de la entrañable amistad/rivalidad competitiva hawksiana, como queda claro en la segunda mejor escena del filme, cuando nuestros dos héroes, Shelby y Miles, se agarran a fregadazos en plena calle, como solo dos auténticos hombres que se respetan pueden hacerlo. Qué van a saber de eso, de respeto, los hombres de traje. Aunque, como también queda claro en la película –y sospecho que en la vida real- esos hombres de traje sean muy necesarios para que suelten el dinero.