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Columna

’Sería lo mejor’

LAS ALAS DE TITIKA

Me duele todo el cuerpo, me siento mal. Luego de dos días la llevaron al doctor. Su hija está embarazada, dijo el médico. Ileana tenía 13 años. ¿Embarazada?, tendría un hijo, ¿cómo? Sus padres cuchicheaban entre ellos, se callaban cuando ella llegaba. Estaban alterados, molestos. A su padre le cambió el semblante y su madre la veía con desprecio. El médico le dio una toma diaria; una pastillita blanca. La tomó sólo dos días... Todo había cambiado en su casa. Su abuela llegó, debía ser algo grave. Mañana la llevaremos, escuchó decir a su padre. ¿Y sí se muere?, lo cuestionó la anciana. Sería lo mejor. ¿Hablaban de ella?, no sólo estaba embarazada, su vida estaba en peligro de muerte. Una muerte que su padre veía como buena solución. ”Sería lo mejor”, nunca olvidó esa frase... Las palabras tienen una capacidad tan poderosa de herir como de sanar.

En dos minutos entraría al aire. Allí estaba, como cada viernes. La voz más esperada, la de mayor rating. Serena, clara, encantadora. La primera vez que la escuchaste en la radio, estabas descartando estaciones en automático, de repente, te detuviste. Su voz te atrapó. Contrastaba con toda la vorágine ensordecedora de locutores que hablan mil por hora. Ella, su voz pausada, sin prisa, habla de alguien que llegó a México, se casó, tuvo hijos, dio clases, escribió y un buen día desapareció, nunca supieron de ella. Se trataba de Alaíde Foppa, feminista, activista guatemalteca, traductora, crítica de arte, educada en París, maestra en la UNAM, mujer resiliente. Al final escuchaste su poesía. El tiempo pasó volando. La locutora dio las gracias por el privilegio de escucharla. Por último, invitaba a la próxima edición, un viernes que la audiencia esperaba. Los saludos y comentarios llegaban de todo el país, de Estados Unidos y, mayormente, de América del Sur. Escucharla te dejaba con una sensación de confort, gratitud, calma... compañía. ¿Sus temas? Las mujeres que han trascendido con sus historias de vida, mujeres escritoras, artistas, pintoras, músicas, dramaturgas... faltaban las costureras, las amas de casa, las vendedoras de tianguis. Las que se quedaron sin superar frases como “Sería lo mejor”. No fue su caso, ella sí las superó.

¿Con quién estuviste?, ¿quién te hizo cosas?, le preguntó su madre. Le dijo que el esposo de su tía le había tocado el cuerpo. Le daba a tomar algo y ella se sentía mareada. No le cuentes a nadie, eres una chamaca y no te van a creer. Esto no es malo, tú me haces mucho bien. Pasaron muchas veces, hasta que ella se sintió mal. “No te creo” ¿Por qué le dijo eso su madre?, qué era lo que no le creía. ¿Cuáles eran las creencias de su madre? Se le desfiguró la cara, se le inflaron las aletas de la nariz, parece que iba a vomitar. “Seguro tú lo provocaste”. No era posible que vivieran esa vergüenza. La llevaron. No se murió. Ya no estuvo embarazada. “Quiero que te comportes”. Pronto sería el cumpleaños del abuelo, una fiesta celebrada en grande. Allí estaban ellos, todos en familia; su tío político fue al primero que saludaron sus padres.

Llegó otro viernes, un viernes distinto. Recordaste aquel día que planeaban el viaje a París y él te dijo: “los lugares toman otro significado cuando conoces su historia”. Lo confirmé cuando curiosos, previa lectura sobre Victor Noir, visitamos su tumba y entendimos por qué se convirtió en un símbolo de fertilidad. Así pasó con ella, alguien te contó su historia y ese viernes fue distinto. No fue suficiente escucharla, buscaste la plataforma, querías verla en directo; tu admiración y respeto tomaron otro valor. Allí estaba ella, serena como siempre, imperturbable, con los años en su rostro y la verdad en su mirada. Ahora hablaba de El cuento de la criada, de Margaret Atwood y su novela distópica; esa donde las criadas parían hijos para otros, donde a la vista de todos pasaban las cosas más atroces... Ella hablaba, tú la escuchabas y veías su rostro de niña, esa que valiente cambió el rumbo de su vida y pudo transformar el efecto aquel: “sería lo mejor”.

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