Sabiduría, conciencia y felicidad
¿Demasiado conocimiento?
Se le ha dado excesiva importancia al conocimiento, la floreciente oferta de carreras y cursos y sus costos lo muestran. Sin embargo me decía un padre, esa universidad tan cara no le enseñó a mi hijo el valor de ser generoso y de servir a los demás.
Saber mucho y estar actualizado no garantiza ser buena persona, la educación tradicional adolece: no hace mejor a las personas. Tampoco a nadie se le enseña a ser feliz, cada uno lo aprende a su modo y no siempre, a pesar de cumplir sus deseos y caprichos ¿O será justo por esto?
Conciencia y conocimiento
¿Qué importancia tiene la conciencia con el conocimiento y con ser feliz? Observamos que la conciencia afecta al conocimiento de varios modos:
1° Eleva el conocimiento a otro nivel, cuando eres consciente de lo que conoces ese aprendizaje cobra vida y significado, de otro modo permanece inerte, en estado latente. 2° Te hace consciente, es decir te saca de donde andas sumergido como si salieras de la alberca, o sea: te das cuenta, lo sientes. Pocas veces en el día cobramos conciencia, por eso pasan los días iguales. 3° Te conecta. Sientes la presencia de lo que observas, de donde estás, sabes que estás aquí completo leyendo esto, muy atento, si no estás dividido aquí.
Hay un eslabón faltante en la cadena del conocimiento poco atendido: la formación de la conciencia.
Elementos de la sabiduría
La sabiduría parece estar pasada de moda, no abunda en las universidades y la tienen algunos sin estudios. A nuestro limitado entender ella podría implicar:
1. Mucha claridad de ideas para no confundir las cosas, 2. Captar el sentido y la finalidad de las cosas, 3. Su balance entre ellas y en la vida y 4. Aplicarse el cuento. Si sabes más comunícate al correo arriba. Pero ¿Ganar sabiduría garantiza ser feliz?
La conciencia moral
La conciencia nos afecta a cada uno ¿cómo? Midiendo la moralidad de los actos, deseos y pensamientos. Es como una cinta métrica que se activa en automático.
¿Qué entendemos por moralidad? Lo que es bueno y malo. ¿Y en que nos basamos para saberlo? en que la conciencia se da cuenta y uno: lo siente.
¿En base a qué se mide la moralidad? En la ley natural que ordena todo el universo, el día sigue a la noche, la ley de la gravedad. Esta ley se resume en haz el bien y evita el mal y no hagas a los demás lo que no te gustaría que te hagan a ti. Ella ha estado desde siempre, es como un manual de instrucciones genético.
La conciencia obedece a esta ley, pero “ante la necesidad de decidir moralmente, la conciencia puede formular un juicio recto de acuerdo con la razón y con la ley divina, o al contrario un juicio erróneo que se aleja de ellas”, pero “cada uno debe obedecer siempre el juicio cierto de su conciencia”. 1
Hay dos formas rápidas para saberlo: la satisfacción del bien hecho y la culpa.
¿Es mala la culpa?
Créeme esta pregunta es vital. Si no sintiésemos culpa, no nos sentiríamos mal, no rectificaríamos, no pediríamos perdón, no valoraríamos lo que importa realmente en la vida.
Pero cuidado, la ignorancia y los juicios “erróneos no siempre están exentos de culpabilidad” 2. El problema es no sentir culpa o aminorarla torciendo la conciencia para no sentirse mal, ésta cobra factura aún a los que parecen inmunes.
¿Pero quién es el juez que perdona y culpa? Recuerda esto: la conciencia juzga la bondad o maldad de un acto: una acción u omisión, pero nosotros nos juzgamos.
Sentirse mal no es malo del todo. Si la culpa no se alivia con el perdón y la reparación puede convertirse en remordimiento, lo que ata y hace pesada la vida, quien no se perdona ni perdona, permanece esclavo del pasado y al juicio de sí mismo que puede llevar del desprecio al odio de sí mismo.
¿Por qué duele juzgarse?
Porque quizás lo hacemos desde un ideal: el yo que observo saluda tristemente al yo ideal. Viene una distorsión de sí mismo, de ahí un quiebre, una fragmentación. Al acometer un mal deliberado, grave, sobre todo a alguien amado, algo personal se rompe por dentro. Pero ese Yo real no es el observado ni mucho menos el ideal, actuar bien nos ayuda a conocerlo.
El mal cometido tiene la fortuna y la desgracia de contemplar el vacío, lo absurdo, lo cual es incomprensible. Metafísicamente el mal por sí mismo no existe: existe la privación de algo bueno. El mal es una apariencia de bien, por eso el vacío que produce. La fortuna es que nos brinda la esperanza de reintegrarnos.
Bendita culpa
Nos da la oportunidad de amarnos. Al perdonarnos restauramos nuestro ser con más realismo, o sea con más humildad. El orgullo es una ilusión, tan alto sea, tan alto caemos. Ese que solemos ver en el espejo es la ilusión del Yo. Ese pecador esconde a un ser bueno disfrazado de malo.
Asimismo al perdonar a otros nos liberamos, así el amor se fortalece, quienes se aman se perdonan tarde o temprano.
Y aquí viene el cabo suelto: la conciencia recta y educada es vital para ser feliz. La moralidad de nuestros actos nos acerca o nos aleja de la felicidad.
Educar bien la conciencia es mejor que tener muchos diplomas. Hay mucha gente sin estudios feliz, y no todos los ricos, ni los que presumen su éxito, ni quienes cumplen sus gustos, lo son realmente.
La vida no nos exige tanto saber, ni tanto estrés, ni tanto cansancio: solo nos pide ser felices.