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Columna

Purificación

LAS ALAS DE TITIKA

Estás en la comodidad de tu casa, con tu vida soñada. Tranquila, acomodada como siempre lo soñaste; ejemplar. El pasado ha quedado atrás. Un marido pudiente, unas hijas de catálogo, una casa linda, un auto deportivo, boletos de avión para tus próximas vacaciones. El pasado bien atrás. Ropa de marca, amigas con clase, buenos restaurantes, vecinos influyentes. El pasado, ni quién lo recuerde. Hojeas el Hola, das un trago a tu whisky y escuchas el teléfono. La pantalla no te indica quién llama, aún así respondes. Te saludan por tu nombre y terminan diciendo que tienen algo qué decirte. Se trata de tu tiempo de estudiante. ¿El Colegio? Ese paso por el colegio de monjas que bien te habían educado para una buena vida... ahora, qué pasaba. Alguien aparece y menciona algo, eso que pensabas que sólo tú sabías. No sé si sea tu caso, pero sí el de Arlene Scott, la mujer que cuenta la historia en la estrujante novela Purificación.

Arlene es la elegida, es a quien contacta por teléfono la madre superiora para darle la noticia de que Purificación, a sus ochenta y cinco años, acaba de morir y está por recibir el último y santísimo sacramento. ¿De quién diablos hablaba la superiora?, ¿del colegio? Claro, se trataba de la monja de sus pesadillas; la mismísima Purificación. ¿Qué tenía qué ver ella con esa mujer? La superiora del colegio Almas en Salvación le comunicó que la difunta le había dejado un paquete y le pedía que pasara a recogerlo. A esas alturas de la vida, Arlene, de cuarenta años, creía que todo lo tenía resuelto, pero el sobre heredado por la monja, a quien despreció, le hizo saber que no siempre la verdad nos hace libres.

Recordó su tiempo en el colegio y sintió un tirón en el estómago. Purificación ya la había llamado más de una vez, pero Arlene nunca aceptó la invitación. Ahora no le quedaba de otra, la monja estaba muerta. Acudió al llamado y le entregaron el sobre. No aguantó la curiosidad y antes de llegar a su casa le echó un vistazo. Atónita por el contenido, segura de que se trataba de una equivocación, apresuró el paso para alcanzar a leer todas las hojas sueltas antes de que quisieran recuperarlo. La muy maldita no sólo convenció a las internas de que les contara sus vidas, sino que tuvo la osadía de escribir aquello que le confiaron, casi, en secreto de confesión. Todo regresaba. Empezó a temblar.

Con una revelación inquietante, así inicia Purificación, la atrapante novela de la colega Elga Ferguson. Una historia que describe los hábitos y costumbres de un colegio de monjas en la ciudad de Panamá. Un lugar al que los padres encomiendan la educación de sus hijas, un sitio de señoritas acomodadas que conviven y comparten secretos que quedan guardados entre paredes, cantos y plegarias. Un entramado de confesiones que tambaleará la reputación que cada una de las involucradas ha conseguido. Las historias de las colegialas quedaron escritas en los relatos de Purificación, pero la mayor revelación está en el diario de ella misma. Es allí donde Arlene completará el entramado de su propia vida.

El pasmo ante la revelación. Así han quedado las nueve mujeres al saber que los fantasmas han vuelto. Karla nunca pudo desclosarse, 60 años ocultando su preferencia sexual; Nancy, golpeada por su marido por nunca haberle dado un hijo; Sonia que tuvo que renunciar a su hija para ser aceptada de nuevo en su familia; el exceso de kilos y capas de grasa que cubren los complejos y traumas de Flor; Irene y las dudas del gringo quien terminó hecho picadillo... Las mujeres de Purificación, son de roble y, como lo dijo La mujer que quiso hacer todo al revés, se sobreponen a su propia circunstancia. Con una prosa que fluye y envuelve, Elga Ferguson nos deja claro que la sororidad es una virtud ancestral que nos conforma, en esta ocasión en una estrujante y hermosa historia.

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