"Las alas de Titika: Desequilibrada encerrona"
Encuarentenada, privilegiada, sanitizada… pero igual, amenazada. Heme aquí, ante el pronóstico sanitario y el incierto panorama, me han vuelto las manías; no son pocas. La peor de todas, esa que pensaba tener bien resuelta, me ha vuelto. He recaído. Así, sin voluntad, como recae el de la dieta, el esposo ante la vecina, el corredor a punto de la meta, el confidente ante insólita confesión, el célibe frente a las curvas, el paracaídista ante el abismo, el diabético de cara al postre… pero las mujeres —según Cortázar— ¡cómo recaemos¡ Así yo, como toda recayente, justo en plena encerrona, cuando más calma necesito, cuando debía funcionar toda meditación practicada, el mind fullness, la yoga, el tai chi, el reiki, los retiros —justo esos me han traicionado—, el chi kung; todo me ha fallado.
En plena encerrona vuelvo a ser la vil maniaca-depresiva-compulsiva de siempre. No importa qué limpio esté donde piso, donde como, donde duermo, donde me baño… relimpiar será mejor. Todo a mi paso ha quedado como el más pulcro quirófano.
Otra vez encarada con mi ser interno, ese que, según yo, tenía bien domado, identificado, equilibrado, embellecido… a las primeras de cambio saltó, brotó como una bestia; se me ha plantado sin parpadear y de frente.
¿Qué no siempre había anhelado la soledad, el silencio, el retiro, la autocompañía, la contemplación para hacer todo lo no hecho, leer lo no leído, descombrar lo inútil, ordenar archivos, remendar lo roto, escribir lo pendiente, conjuntar las fotos, inventar coreografías, hornear galletas, aventarme el Quijote…?
Sí, todo ese tiempo lo quería, pero no así; no impuesto, no obligado, no por resguardo, no condicionado… así no, pero así lo tengo. Resulta que así, no, que así no me funciona, no me cuadra, no me aplica, no me acomoda. ¿Seré más contradictora?
Dice la señora que así no florecerá aunque sea la primavera. Les digo, ha salido un monstruo, no sé dónde estaba, pero viene reforzado, inmunizado. Empiezo a creer que es el alma del virus, de ese coronado19. Sí, debe ser que ya nos ronda por el edificio. Porque le cuento, no soy la única.
Hay una criatura, apenas tres años, que es mi vecina, ustedes no saben pero creo que en lugar de sanitizado se ha satanizado; pega unos alaridos que dan miedo. Su hermanito, apenas más grandecito, le explica con paciencia las reglas del juego —yo los escucho pegando la oreja, apenas nos divide una pared— y ella no entiende de razones, no escucha, no habla, sólo grita y grita. La imagino con la cara transformada y los pelos parados, electrizados por fuerzas desconocidas…, lo pienso, algo así como las puntas del coronavirus. Me agazapo y me crispo. Retomo mi trapo, lo empapo con alcohol y agua, y empiezo de nuevo a tallar; tallo la pared para bloquear almas intrusas.
Hora del noticiero. Enciendo la radio y escucho que en Nuevo León intentan quemar un hospital que pretende recibir a infectados por coronavirus; no doy crédito. Descubro que no soy la única paranoica, ya estamos en todos los lugares. Veo los mensajes de mi pantalla —sólo leo los serios—, dicen que el miedo nos matará; no quiero saber qué dicen los no serios.
Tomo aire, respiro profundo y, asumo que como recayente, tendré que rehabilitarme. Si el virus me invade en tremenda convalecencia, no habrá trapazo clorado ni alarido infantil que pueda ahuyentarlo. Le diré a mi vecinita que nos desalteremos y retomemos el equilibrio, sólo así habremos de salvarnos.
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