La verdad sospechosa
La lógica es manipulable
Algunas esposas han desarrollado el fino arte de preguntar aquí y luego más tarde allá, aparentemente cosas inconexas e ingenuas, con su intuición y lógica sopean al marido y “obtienen” lo que buscan.
Pero la moraleja es que el que busca encuentra, digámoslo elegantemente: si te aferras a una hipótesis lo más probable que es que la descubras, pero no porque sea verdad sino porque consciente o inconscientemente manipulas los hechos y tu forma de razonar y concluyes donde querías llegar... lejos de la verdad.
Los científicos aprenden investigando una premisa fundamental: no dejarse manipular por los hechos ni por los razonamientos, asegurándose de verlos con distintas ópticas, hay muchas formas de ver lo que parece ser innegable y aparente. Freud fue muy genial pero se “casó” con su hipótesis de encontrar en toda conducta una motivación sexual, Jung uno de sus principales discípulos lo amonestó.
La búsqueda de la verdad es imperiosa e imprescindible, tanto que al ego le fascina para para salirse con la suya. Muchas veces detrás de nuestras motivaciones para saber lo que queremos saber se esconde el ego y el interés, ambos sesgan la realidad porque lo que suele buscarse no es la verdad pura sino la reafirmación de algo.
Y porque aun sabiendo que descubrimos verdades “dolorosas”, esas verdades en realidad son superficiales, por eso duelen tanto y marcan. Las mentiras que nos decimos duelen más que la verdad, muchas verdades son, sucedieron, pero no son lo que aparentan y menos aun lo que interpretamos.
La malinterpretación duele más que la verdad entera. Grabemos bien esto: lo que interpretamos de la realidad duele más que la realidad. El problema no está en la verdad, sino en lo que significa para nosotros.
Cuando descubrimos lo que tienen de fondo esas “verdades” podemos ser capaces de comprender y de perdonar, de darle vuelta a la página porque el amor se nutre de verdades más auténticas y profundas.
Aprenderse a perdonar
Que aprendizajes nos dan esas parejas al caminar juntos con sus manos rugosas entrelazadas, ellas simbolizan como sus corazones guiaron sus intelectos, porque quien ama descubre verdades más potentes. Su unión ha crecido a pesar de las debilidades y defectos mutuos; han sabido comprenderse y por lo tanto perdonarse porque han sido capaces de verse en modos más amplios donde cada uno cabe mejor.
Una de las cosas más hirientes es descubrir que uno no es querido lo suficiente o lo esperado por quien nos ha jurado amor. Pero esa verdad refleja otras posibles: que no somos el eje del universo, que hay otras personas o cosas que también le importan.
Duele no ser querido como uno esperaba o digámoslo mejor: como uno merecía ser querido. Esa palabrita merecer es tremenda y causa estragos. En ella hay una cierta justicia en efecto pero ¿No es el ego quien reclama siempre ser más querido? Por eso el amor que más necesitamos es el que menos merecemos.
Una de las más bonitas y grandes sorpresas es descubrir que nos quieren más que a nuestro ego. Cuando el ego prevalece la relación se accidenta y sufre, pero el amor genuino va domando los egos, es más, pasa de soportarlo a quererlo. Una de las muestras de ello es que en la ausencia de alguien querido solemos acordarnos de sus defectos y ellos nos llevan a extrañarle y a quererle más.
Con el tiempo y sobre todo con paciencia los egos se van acomodando como las sardinas en la lata, así las familias crecen amorosamente a pesar de los inevitables conflictos, berrinches, resentimientos y ofensas. El hogar es la mejor escuela para formar a las personas, su carácter y ensanchar su corazón. Las mejores familias son las que agrandan el corazón y aprenden a ser más tolerantes y respetuosos ante los inevitables defectos propios y ajenos.
¿Juzgas al otro?
A medida que uno crece en años va uno comprendiendo que juzgar al otro no solo es inútil sino nefasto. Con el tiempo los defectos personales se hacen más patentes y uno va comprendiendo que la paciencia con uno mismo es una de las virtudes más difíciles. Quien espera mucho de sí mismo y sobre todo quien continuamente se está juzgando se amarga y hace la vida difícil a los demás, a pesar de que luchemos contra los defectos estos parecen agrandarse y tenemos que rendirnos continuamente ante nuestras evidencias. Eso es un acto de amor puro.
Por algo los de más edad fueron los primeros en ir abandonando la escena cuando escucharon “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra” a la adúltera sorprendida que reclamaban ser lapidada.
Se fueron porque no buscaban tanto aplicar la justicia sino quizás para reafirmarse que eran mejores que ella y se dieron cuenta que no lo eran al verse a sí mismos.
Decía Carl Jung “quien mira hacia fuera sueña, quien mira hacia adentro despierta”.
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