La racionalidad cuestionada
Examinemos la racionalidad Ella juega como en el béisbol un tripleplay: por un lado la inteligencia y la voluntad nos distinguen de todos los animales y seres vivos; por otro, gracias a ella actuamos racionalmente, o sea inteligentemente, y la última, la gran paradoja, que justo por ser racionales advertimos que actuamos tontamente, o sea irracionalmente.
No podemos evitar nuestra racionalidad ni arrancarnos la piel, pero de alguna manera a veces nos la ingeniamos para reducirla; visto de otro modo: el hombre es un ser inteligente que se empeña a veces en demostrar que no lo es y lo más curioso, que puede empeñarse en ser necio... sabiéndolo.
No podríamos decirnos irracionales si no fuésemos racionales, de tal modo que la racionalidad se convierte en las alas y también en el peso que impide volar. ¿Una bendición o una tragedia? Depende de que hagamos con ella, es decir, que tan racional actuemos.
Si profundizamos en el dilema de actuar o no racionalmente encontramos a la voluntad, ella por sí misma decide, justo porque tiene el poder de querer, elegir y de actuar; si la voluntad se viese sometida o atraída inevitablemente por algo no sería libre. La voluntad tiene capacidad de opción, puede querer lo que quiera por sí misma, ‘sed ípsames voluntas sua, decía acertadamente S. Tomás de Aquino. En efecto, la voluntad es muy poderosa, nadie puede impedirnos querer, solo uno mismo.
Una anécdota de D. Miguel de Cervantes Saavedra lo ilustra, tocaron ruidosamente su puerta, al abrirla un piquete de soldados le apuntó con sus lanzas diciéndole “venimos por Ud. para que duerma esta noche en la cárcel”, él gallardamente les respondió, “caballeros, podréis llevarme esta noche, pero a dormir en ella: eso yo lo decido”.
La mayor grandeza
La mayor responsabilidad y trascendencia es que gracias a su voluntad el hombre se salva o se condena, porque así lo elige. “Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti” decía San Agustín. Así como el ojo ve, el oído oye, el intelecto conoce lo que la voluntad quiere y la voluntad quiere lo que el intelecto conoce. ¿Quién tiene la última palabra?
En un seminario que daba a empresarios que se volvió legendario “El Hombre Como Persona” a uno le impresionó esta frase que la puso en letras grandes en su oficina, resume la interacción entre el intelecto y la voluntad: conocer y querer son cosas distintas, ambas se necesitan.
No puedes forzar al intelecto a negar que 2+2=4, o a negar una verdad, pero sí puedes resistirte a aceptarla, aunque te des cuenta. Frecuentemente alguien calla, miente, se resiste, niega u oculta algo que perjudica a otros o deja de beneficiarlos, ya sea por egoísmo, interés, apatía, cobardía, capricho, malicia, ignorancia y deseos ocultos. Lo oímos todas las mañanas.
Justificar lo injustificable complica a la persona, entre más niegue la realidad más le afecta enteramente, se agrandan las grietas internas por donde se cuela el viento frío que hela el alma. El corazón ordena a la cabeza y el dolor aviva el entendimiento. El orden empieza ordenando los afectos, pues “donde está tu tesoro ahí está tu corazón”.
El poder de la verdad
Le preguntaron a Sto. Tomás que asesoraba a San Luis de Francia, un raro rey santo que se dejaba aconsejar para conducirse con prudencia y justicia ¿Hay algo más fuerte que saber la verdad? ¿Será la verdad más poderosa que el vino, el rey o la mujer?”
Respondió, “el vino afecta poderosamente al hombre, puede hacerle hablar hasta por los codos y hacerle perder el sentido; el rey es capaz de exponerlo en riesgo de morir; pero la mujer ¡domina hasta el mismo rey! Parece que la fuerza de la verdad, como la del vino y la del rey palidecen ante el poder de la mujer”.
“Pero si jerarquizamos los efectos de cada uno, según la disposición del cuerpo, el vino gana; en cuanto a lo que afecta a los sentidos, el deleite es lo más irresistible, aquí la mujer es más poderosa; en cuanto a lo que rige lo práctico, la máxima potestad le pertenece al rey; pero en cuanto al ámbito del conocimiento, lo sumo y potentísimo es la verdad. Y como las facultades corporales se someten a las animales, y las animales a las intelectuales, y lo practico al saber, tenemos que absolutamente hablando, la verdad es lo más digno, lo más excelso y lo más poderoso”. (A. Orozco, La libertad en el pensamiento, Rialp)
Quizás algunos preferirían ir con el veterinario en vez de ir con el médico... la jerarquía es la clave.
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