Lo comprobó una vez más, estaba en la gran metrópoli, esa que enfrenta sus problemas de chilanguidad y no olvida recordarte que la vida está en la calle. Lo supo desde que la vio con su blanco y pulcro uniforme oficial, ese que lleva el nombre del lado izquierdo y la bandera de México del lado derecho. Estaba ante otra historia, otro encuentro hermanado en la ciudad testigo. La proximidad la invitó a abordarla sin pensarlo mucho. Le dijo que no sabía quién era, pero que seguro era una atleta de alto rendimiento, una mujer de esfuerzo y voluntad, y que haberla encontrado no era algo fortuito pues esta ciudad tiene esa histriónica cualidad de convertirte en protagonista. Justo ese día, ella también había salido a caminar y a celebrar que La mujer que quiso hacer todo al revés ya estaba en imprenta, que muy pronto conoceríamos la historia de Roberta, Ivana y Abel. Le pidió que fuera la primera en tomarse la foto con el libro. La atleta aceptó sonriente y en menos de un chasquido aceptó dar la palmada de la venturanza. Así somos las mujeres, así sabemos confiarnos.
Ella, amante de las interpretaciones, supo que ese día encontraría un indicio en la calle. La señal no fue menor: coincidir en un lugar representativo de su tierra, ambas del norte, ambas pasaban la edad en la que se es capaz de aventarlo todo —eso dice Roberta, en La mujer que quiso hacer todo al revés—. Sonrió. Más de veinte años habitando la ciudad y ésta nunca la había decepcionado; fondas, cafés, metro, taxis, micros, tianguis, iglesias, barrios, azoteas, embajadas, clubes, teatros, universidades, banquetas, calles y más calles sin sentir distingo de código postal. La monstrua metropolitana, como la llamaban, la había abrazado igual a ella, apenas una Titika inerme, que a veces, de tan aturdida, baila con las alas al revés... no había duda, esa era la señal.
Le dijo su nombre: Verónica Ruiz, tenista, raqueta número 1 del país en la categoría 45+ femenil. Una chihuahuense muy fregona que ha sido capitana del equipo nacional de tenis en más de una experiencia mundialista, ha sido reconocida en su propio país en las categorías individual y mixto. Recién llegaba de una competencia de Lisboa “nosotras nos costeamos todo, hasta los uniformes, le dijo, no tenemos apoyo de ninguna institución deportiva”. Dicho esto sólo sintió deseos de abrazarla por ser una mujer de esfuerzo y disciplina, por no abandonar sus sueños, por haber conseguido hacer lo que le apasiona. Titika sabe y reconoce que pese a la furia y el poder, la voluntad y el temple que se interna en cada mujer, no siempre son virtudes suficientes para alcanzar lo deseado. Así que Titika aplaude que Verónica haya sido la única latina en el ranking top 10 mundial de la categoría 45+ de la Federación Internacional de Tenis. También celebra haberla encontrado esa tarde de otoño en un rincón de la ciudad chilanga que bien trata y mejor enseña.
La tenista chihuahuense y Titika la del norte coincidieron justo el día en que la primera ganaba un torneo y la otra celebraba la próxima salida de su novela La mujer que quiso hacer todo al revés. Y como la autora es una mujer de interpretaciones bien sabe que este encuentro norteño en la ciudad de mucha calle, mucha fiesta y voces del “llévelo llévelo” anuncia una vez más el poder, la hermandad y la belleza que envuelve el amoroso quehacer de cada una de las mujeres de este inigualable país. También declara a Verónica la madrina oficial —del dedo chiquito— de ésta su primera novela. Titika sigue augurando y confiando en los encuentros mágicos que esta ciudad poética provoca. Pronto sabremos más de ella en La mujer que quiso hacer todo al revés, y sus personajes contrastados en historias dentro de historias... Comentarios: majuescritora@gmail.com
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