La esperanza: El resorte vital
¿Ecos de eternidad?
La gente busca con ansias mensajes de esperanza y de consuelo, así como verdades que apacigüen. La esperanza es el combustible de la voluntad y del ánimo, la fe y la verdad del intelecto. Funcionamos mejor con todas ellas, quítale una y cojearemos en la vida.
Abordar temas trascedentes a la luz de la razón, sin meter la religión, honra al intelecto porque la gente necesita razones para creer.
¿Existe la reencarnación? Antes preguntémonos ¿Hay vida después de la muerte? ¿Nuestros actos tienen eco en la eternidad? ¿Hay un juicio particular donde daremos cuenta de nuestra vida? ¿O todo se acaba al morir?
No es cómodo afrontar estas cuestiones ni escribirlas, sacuden. Sin embargo la esperanza es como los caballos que jalan la carreta con todo su peso existencial inspirándonos, para avanzar por el azaroso camino de la vida.
Si esperásemos que la inspiración solo viniese de nuestras acciones, sería difícil pues la conducta juega doblemente: puede ser inspiradora y puede ser desmotivadora. Fluctúa.
En cambio los principios y los valores son como los aurigas que animan y jalan las riendas de los caballos cuando se salen del camino, como esas diligencias del oeste.
Imposible abordar la muerte sin profundizar en la esperanza.
¿Esperar en qué?
¿En qué podemos fundamentar la esperanza? ¿En el afán de mejora y de progreso? Sin duda pero no es suficiente. Nos animan muchas cosas, cumplir los sueños, sacar adelante a la familia, disfrutar y tener lo anhelado, sanar la enfermedad o encontrarle sentido y sobre todo la certeza de que la vida continuará de otra forma.
La des-esperanza y “la desesperación, que es la extinción del porvenir, tiene su raíz en el aburrimiento y en la desidia, y se manifiestan en actitudes como la charlatanería y la curiosidad” también viene de la presunción, “desesperar es descender al infierno”. (“Una filosofía de la esperanza: Josef Pieper.” Por Bernard N. Schumacher).
En efecto, el celular y entretenerse mucho, pueden reflejar un vacío interno, un aburrimiento, un no confrontarse, seguir la corriente y de pasar un rato que se alarga insoportablemente.
Jugando al Maratón, ese juego de preguntas, salió una que nos paró a todos: “¿Cuál es el único animal que hay que entretener para que no cambie de sexo?... ¡el burro para que no sea burra!”. Imagínate. En los casinos por cierto se ve mucho aburrimiento.
Agarremos al toro por los cuernos, “la muerte es como la aporía absoluta de la esperanza o, al contrario, el horizonte que la hace posible” es decir, lo que puede aterrar o permite tener una profunda paz. (Ibid.)
“No es el paraíso en la tierra el objeto de la esperanza fundamental. La esperanza fundamental espera en una trascendencia. Para el hombre tiene sentido la esperanza no sólo porque es un ser histórico, sino también porque es un ser transtemporal”. (Ibid.)
Si al morir nos redujésemos a la nada, no tendría sentido la esperanza y la vida sería un juego absurdo, donde viene la palabra aporía. Y la esperanza nunca muere: es el resorte vital. Cultivémosla afanosamente sin permitir que se seque porque se seca el pozo de la vida.
La plenitud
Ahora atendamos a la plenitud, ella apunta a ser lo que aún no somos, es el sustento del progreso y de la motivación. Pero tiene su lado flaco: duele no ser lo que podemos ser. Por eso da miedo morir y no siempre se tiene el coraje para vivir.
Anhelamos la eternidad, pero algo de nosotros muere, entonces ¿Dónde sustentar la trascendencia?
Alma y cuerpo
Aristóteles lo hizo, demostró 5 siglos A.C. la existencia del alma espiritual, en “De Anima” dice “el alma da forma al cuerpo”, de la misma manera en que el alfarero lo hace con la arcilla, ella está unida substancialmente al cuerpo, al separarse de él queda inanimado y se corrompe.
Y esto sucede porque el cuerpo es compuesto, por eso se des-compone, todo lo que tiene partes muda. El alma en cambio es una sustancia simple, sin partes, no se corrompe. Ella es de naturaleza espiritual.
Somos únicos e irrepetibles: una sola alma, un solo cuerpo. Esto conlleva una responsabilidad intransferible. Es racional asumir que hay un ser y una justicia divina. Aristóteles llamó al Ser supremo “El Motor Inmóvil”, porque se mueve a sí mismo y es la causa de todo.
La responsabilidad del alma individual ligada a un solo cuerpo, echan por tierra la reencarnación que asume que el alma abandona un cuerpo y renace en otros sucesivamente siguiendo la justicia automática del karma.
La esperanza es cardinal, con ella la vida y la muerte cobran sentido. Entre más esperemos más grandeza de ánimo tendremos.