La casa siempre viva es una novela que pinta la vida de un pueblo del norte sin tragedia, es lo primero que agradezco al escritor, el paisano Óscar Manuel Quezada. El estigma que atrapa a muchos lugares serranos se desvanece al destacar las bondades de la vegetación, los colores de sus cielos, el aroma de sus fogones, la abundancia de su fauna, la alegría de su gente, los hábitos y rituales, el habla, y también el cuchicheo ante la llegada de un extraño..., pero sobre todo, si en el sitio habitan dos mujeres que conocen y saben curar el mal de amores, que, a decir verdad, en Cacaxtla “lugar de pájaros de la misma especie”, todos andan con el pico caído. Y como en pueblo chico el infierno es grande, Romelia y Almudena andan en boca de todos. De eso se encargan las otras mujeres, quienes dicen que madre e hija, en realidad son un par de mañosas que bien saben enredar a los hombres para regresarles la supuesta virilidad. Ellos, pobres, que más quisieran, pero curarse cuesta y sólo los de cartera gorda acceden a sus servicios; porque pájaro triste se cura con cartera alegre. Aunque eso no desalienta a los aspirantes a clientes que bien conocen el horario de las curas y los métodos auxiliadores. Así que tramposamente hacen sus rondines, echan a volar la imaginación y terminan haciéndose el trabajito ellos solos.
El protagonista regresa a su pueblo impulsado por la añoranza de los aromas. El olor de torta de tamal se ha quedado en la ciudad para reencontrarse con el de la carne tatemada en un mole de bodas. Llega a Cacaxtla, nada menos, que en pleno medio día a la boda de Almudena; quién lo diría, ella, tan pasadita de años y paseadita por muchos. Pero nadie en el pueblo le hace el feo a una boda, y traen alboroto por llegar temprano, ganar buena mesa y el arreglo del centro, bailar con la tambora y tomar harta cerveza.
El autor es un ser soñador que poetiza la vida y a su vez da vida a un personaje determinado que denuncia el abuso y la descomposición que han vivido los pueblos de México, ahora rescatados como mágicos, a los que se les ha arrebatado la identidad. Pueblos convertidos en tierras de viudas porque la delincuencia ha acabado con sus hombres. Pero, pese a toda la decadencia, las mujeres de Cacaxtla no se han dejado morir. Por fortuna ellas tienen a Margarita, una viuda adinerada que las ha sacado del abandono y les ha dicho que ellas, como ellos, también tienen derecho a divertirse y a gozar de la vida. Les ha quitado de la cabeza que ellas fueron creadas para obedecer.
Al final hace una crítica de la realidad impuesta a los pueblos, de cómo el narcotráfico ha cambiado la cotidianidad y ha arrasado con todo a su paso. La mezcla de finales, muestra que mientras un pueblo es capaz de degradarse hay personas que suelen librarse de las fauces del monstruo: para muestra, Almudena; para ejemplo, el protagonista.
¿Quieres sentir el palpitar de Cacaxtla? Asiste a la presentación de La casa siempre viva. Este martes 2 de agosto, a las 19:00 hrs, en el Casino de la Cultura. Presentarán Leónidas Alfaro, Rosa María Robles y el autor. ¡No te la pierdas!
Comentarios: majuescritora@gmail.com