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Columna

Hortensia la magnífica

La ruta del paladar
15/02/2022

Aparenta sencillez y sin embargo es absolutamente compleja. Cuando te mira de frente, si la conoces, sabes que no te vio con sus ojos enormes de muñeca viva, sino que te hizo, no una de esas fotos simples que los muy simples suelen publicar en redes, sino algo así como una tomografía contrastada, pero de altísima tecnología: de ipso facto, en un vaivén tremendo de sus pestañas rizadas, imágenes que le son útiles para saber por dónde podría ir el tiro para bien de su labor social.

Aparenta ser compleja en su personalidad, pero es soberbiamente sencilla: lo sabes cuando miras sus blusas coloridas y su gusto por los olanes, lo sabes cuando divisas el estilo diáfano de su vida.

Hortensia es compleja porque no deben ser sencillos los mecanismos intrincados en sus intersticios interiores, ésos que le dan fuerza y valentía para andar por los caminos que casi nadie ha andado, para irrumpir en las noches oscuras que abrazan los cerros del abandono, para ver directo a la pobreza y no deshacerse en llanto, justo porque no es el tipo de mujer que, cuando se pincha un dedo, corre dando de grititos y preguntando por mami, sino que resuelve, denuncia, señala, exige, propone, camina, se planta, pregona, solicita, gestiona, alienta, organiza, convoca, regala, sonríe.

Hortensia es sencilla, sin poses, sin discursos huecos, ajena a los reflectores que pese a todo la buscan, porque es bueno hacer constar que existe una mujer de su nivel, de su entereza y bravura.

Muy sencilla y muy genuina. Así se refirió de ella el gobernador Rubén Rocha Moya en el evento donde la condecoró con el Premio al mérito social “Agustina Ramírez”. Estuve allí y no pude menos que esbozar una sonrisa cómplice cuando la escuché hablar: “Si he de ser sincera, nunca se me hubiera ocurrido, no es algo que busqué”, dijo Hortensia la magnífica, la abrazadora de los tarámaris, la defensora de las comunidades indígenas que sólo han visto pasar el polvo del olvido.

Sí, ella, entérense todos, la mujer que nos azotó en la cara la existencia de pueblos que ni siquiera imaginábamos, quien nos hizo tomar conciencia de que, en Sinaloa, más allá de sus campos fértiles, del verdor de sus sierras y de su riqueza marina, sobreviven hombres y mujeres jamás vistos y jamás censados, pavorosamente humildes, terriblemente desconocidos, como sin patria, desdibujados.

El Estado y sus instituciones, dijo Hortensia López Gaxiola, no han hecho nada que “les hagan saber que son una cultura viva y motivo de orgullo”. Yo mismo me sentí abrumado. Yo creo que todos deberíamos sonrojarnos, al menos quienes no hemos hecho gran cosa para abatir esta situación.

Para quienes no saben de Hortensia, atrás de la activista y de la luchadora social está la titiritera, la artista, la hacedora de muñecas de ojos como los suyos, la profundamente orgullosa de su linaje hecho de sal y de mar, la de El Huitussi, Guasave; la conocedora de las artesanías de los pueblos originales, la que no calla, la que no se detiene (ni la detienen), la inventadora de brechas para hallar su propio Macondo, la del Colectivo Tarahumara Sinaloense, la que pareciera que no se cansa, la que pareciera que no duerme, la que siempre inventa tiempo como magia para extender la mano.

Yo conozco a Hortensia desde hace ya demasiados años y es hora justa de decir abiertamente cuánto orgullo me provoca saludarla, saberla como paisana, saberla como sinaloense, saberla como compañera en las batallas, culturales y no, que tenemos que librar en los años por venir. Y punto.

Hortensia es sencilla, sin poses, sin discursos huecos, ajena a los reflectores que pese a todo la buscan, porque es bueno hacer constar que existe una mujer de su nivel, de su entereza y bravura.
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