"EXPRESIÓNES DE LA CIUDAD: Si te agarran te van a matar"
Ustedes no me lo van a creer, pero al pasar yo vi rancherías perfumadas con quesos oreados, vi a señoras sonrientes moldeando soles que al final resultaban tortillas de harina, caminé por veredas juguetonas tapizadas de tierras ocres, observé árboles tan altos que con las últimas hojas acariciaban las nubes, y descubrí poblados mágicos que jamás pensé que existieran tan cerca de Culiacán, que hagan de cuenta que se habían escapado de las líneas de don Gabriel García Márquez.
Esas rancherías originales siguen estando por el sur de la ciudad, por las que se llega poquito antes de entrar a El Salado, y tienen nombres como La Palma, La Higuera y Monte Verde de Villa.
Las conocí por la época en que tenía como líder indiscutible al ingeniero Heberto Castillo Martínez, el hombre que tenía un sol por corazón, hacia los días en que por convicción o necesidad militábamos en el Partido Mexicano de los Trabajadores y con una fe inquebrantable salíamos a los pueblos a pregonar la llegada de la buena nueva, el florecimiento de los trigales y el día en que a ningún niño le faltara su cometa. Ya tenía atesorado en mi casa uno de los primeros libros de mi juventud, escrito por el ingeniero Castillo, bajo el nombre definitivo “Si te agarran te van a matar”.
Esas palabras se las había dicho Lázaro Cárdenas, preocupado por su integridad, porque andaba de huida luego de los sangrientos acontecimientos de la noche de Tlatelolco del 2 de octubre del 1968.
Yo lo había leído y sentía que emanaba luz cada vez que habría cualquier página. Y así, con el espíritu en libertad, fue que José Ángel Espinoza y quien esto escribe nos arrancamos hasta Monte Verde de Villa, instalamos el sonido, habló José Ángel y luego estaba yo a punto de hilvanar la primera frase, cuando sentí un metal frío en la sien. Vi de reojo a mi compañero, descubriendo con horror calmo que a él también lo tenían encañonado. “Váyanse ya, y si no los vamos a matar”, alguien balbució.
Levantamos las cosas, las subimos al carrito de José Ángel Espinoza, agarramos camino y vimos con espanto que nos venían escoltando, armas en mano. “Si nos detenemos nos van a matar”, pensaba yo, acaso influenciado por el libro de Heberto Castillo. Y con los rufianes tras nosotros, alcanzamos la carretera internacional, que no les voy a mentir: la asumí como un magnífico paraíso en la tierra.
¿Cómo serían las veredas y rancherías que circundaban a Culiacán en los años de niñez de Miguel Tamayo? En la imagen que ilustra esta columna, que forma parte de su colección, él mismo está inclinado, recogiendo aguamas, un día de paseo familiar rumbo a la bahía de Altata.
La foto de Miguel Tamayo debe corresponder a finales de los años 30; lo que a José Ángel y a mí nos sucedió, aconteció en 1985. Quiero decir, y digo, que todavía en los 90 y en los albores del 2000 aún me animaba a transitar solo, gustoso de tomar camino a La Palma, Villa Ángel Flores, que continuaba a la altura de El Guamuchilito, luego torcía hacia Navolato, me iba como rumbo a Sataya, pero doblaba a Villa Juárez, y de allí tomaba la carretera Culiacán-ElDorado, para regresar a la ciudad. Pero estoy consciente que esto es cosa del pasado, porque hacerlo ahora sería casi como un suicidio.
La Higuerita de Amatán
Una vez fui a la Higuerita de Amatán, porque me dijeron que allí vivía Eva Corrales y que hacía unos quesos prodigiosos. Me hablaron de Los Bagrecitos, Tepuche, y fui feliz cuando acudí. Pero ahora los criminales se adueñaron de los caminos. Y punto. Comentarios: contacto@al100xsinaloa.com