EXPRESIONES DE LA CIUDAD: La generación del Patinerama
¡Qué barbaridad! Sucede, fíjese, que acabo de ver a mi vecina llamándole la atención a uno de sus hijos, de diez y pocos años, molesta porque el chico tenía varias horas con la vista clavada en el celular, jugando de forma virtual con algo que se llama Free Fire y que para mí es totalmente desconocido. Lo que más me atrajo fue que -dijo-, lo castigaría quitándole el smartphone, cuando a los de mi generación nos amenazaban con un ‘te va a salir el diablo’, y santo remedio. ¿Sí o no?
Nada más faltó que el chavalito hubiera amenazado a su madre con denunciarla ante el DIF por maltrato infantil, porque ahora los peques y adolescentes son casi intocables, frágiles y quebradizos.
Desde luego, antes de que salte el tigre, que repruebo el maltrato en cualquiera de sus formas; más bien lo que quiero decir, y digo, es que hoy existen ofertas de entretenimiento, comunicación e información (incluido un tipo de ‘bienestar’ a cómodas mensualidades que ha vuelto obesos a hombres y mujeres), que están muy lejos de semejarse a los estilos de vida de quienes nacimos entre los años 50 y 60, aquellos que nos asombrábamos con las ocurrencias tecnológicas que aparecían en la caricatura Los Supersónicos, ‘Robotina’ incluida, y que ahora se han materializado.
Pero sin renegar respecto a los usos de hoy, porque el mejor tiempo de cada quien, es el tiempo en que vive, sin a según que valga, sin ataques de vejez con eso de que ‘mis tiempos fueron mejores’.
Justo porque tengo clara la validez sobre aquello de que, cada cual con su cada quien, cuento con demasiados elementos para sentirme profundamente orgulloso y satisfecho de mis tiempos y circunstancias, como acaba de sucederme ahora que anduve por los rumbos del malecón viejo y vi que en un edificio donde venden sushi, que se encuentra adelante del estadio de softbol del parque Constitución, existió aquel celebérrimo Patinerama donde tantos golpes felices y gloriosos me di.
Y junto a ese flashazo del ayer, acuden recuerdos de aquel sitio donde te rentaban los patines y hacías lo que podías, cuando no eras docto en eso de andar con enzapatado rodante, uniéndote a filas indias con jóvenes desconocidos, pero ni falta que hacía, haciendo la ronda por todo el perímetro del lugar, que era enorme, mientras escuchabas la música disco y movida de entonces.
Nos caíamos y soltábamos las carcajadas, mientras en las bocinas se oía el Super Freak, de Rick James; las Girls just wanna have fun, de Cyndi Lauper; el Thriller, de Michael Jackson; Gloria, con Laura Branigan; Last train to London, con Electric Light Orchestra; o Funkytown, con Lipps Inc.
Nosotros, la generación del Patinerama, que conocimos los primeros celulares que aparecieron por la ciudad, semejantes a ladrillos; nosotros, que éramos felices con los discos de acetato, que vimos aparecer los casetes y luego los CD’s; nosotros, que fuimos los conejillos de india con las primeras computadoras, y que con todo y la presencia de nuevos videojuegos, como el PAC-MAN y los Ataris, teníamos un gusto tremendo por los juegos al aire libre, las escapadas al río y por la pandilla; y si de TV se trataba, le pagábamos 20 centavos a la señora de la cuadra para que nos dejara ver caricaturas.
Yo me siento feliz con lo vivido, añorando a veces las cartas de puño y letra, a mi madre oyendo las radionovelas ‘Porfirio Cadena’ y ‘Milagro de amor’, pero sin resabios ni envidias frente a lo de ahora; antes, al contrario: ¿a poco no es un prodigio la facultad de recordar en blanco y negro? Y punto.