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Columna

Érase una vez la novia

LAS ALAS DE TITIKA

Amor chiquito acabado de nacer... Allí estaba ella, la primera novia, la escuincla, la inmaculada, la Lupita cantándole a sus sueños, a sus amores plenos... del otro lado del escenario, nosotros, reviviendo los lugares y su andar erguido ataviada con su vestido de novia, con su hábito pulcro vociferando a los vientos, reclamando la paz perdida y repudiando la descomposición de los tiempos. De nuevo ella, entre las luces, acaricia el agua con sus pies de niña, con la inocencia fresca. Así empieza la historia, la leyenda de la novia, la Lupita abandonada, la viuda ante el altar... la que recorrió las calles con sus lentes negros, la boquita roja y el simbólico rosario que acompañó su plegaria y dio fe de su quebranto.

De nuevo la música de tambora, esa de antaño que trae los buenos recuerdos resuena en el recinto y nos acerca a la tierra. Allí los actores de Sebaiba teatro, con su director Lázaro Fernando, contándonos Érase una vez la novia, la obra del dramaturgo Alejandro Román, inspirada en el libro de Ulises Cisneros El tesoro de la divina gracia. Un elenco inmerso en la vida y leyenda de Guadalupe Leyva Flores, el personaje emblema que habita el ser culichi. Una puesta que da razón de la vida, la familia y los amores de la sinaloense y por otro lado desvela las obsesiones y los tormentos que trastocaron su cordura.

Luego de la dulce aparición de la primera Lupita (Xía Arellano), acapara la escena el tono contrastante de la enfermera (Lorena Fierro), quien no deja duda de que lidiar con la locura es asunto de seres determinados; porque una vez que los recuerdos desquician a Lupita no hay sedante que la aquiete. La trama empieza y el diálogo entre la enfermera y el doctor (Héctor García) va mostrando la realidad y el mito, la historia y la ficción, la alegría y la tristeza, el hábito y el vestido de novia, el llanto y el reclamo por las madres que perdieron a sus hijos mezclado con el abandono de ese primer amor.

Debe ser que las historias bien contadas nos acercan, que las leyendas hermanan, que los personajes mimetizan, que la oralidad arraiga, que la música identifican... En plena Ciudad de México, donde el caos deja poca posibilidad para el asombro y el tráfico desquicia al más sereno, esa tarde de teatro no tuvo impedimento y la historia de Lupita fue escuchada con llenos totales en el Centro Nacional de las Artes. Las tres presentaciones tocaron la nostalgia y arrancaron un reflexivo aplauso sonoro. Entre otras, la canción El Chubasco entonó a propios y a extraños. Los presentes fuimos inundados por los mismos ríos entre un marco escenográfico y una cálida iluminación a cargo de Jorge Luis Hurtado.

Dos planos en la vida de Lupita: la vida y la muerte. Lo que se dice en las calles y lo que en realidad pasó; cómo la veía la gente y quién conocía su historia; personalidades regionales que la acompañaron siempre. Todo transcurre en escena: el arrebato de la belleza y los días tranquilos en la ciudad de los tres ríos, la cotidianidad de su gente y el cambio de valores, todo se toca en Érase una vez la novia. Al final, el reclamo que ella evoca nos dejó con la boca seca. Escuché sollozos entre mis vecinos de butaca. La historia se llevó las palmas, los actores las sonrisas. Esta que escribe agradece el rescate de la vida y la leyenda, el andar de Lupita por la ciudad, esa misma que se resiste a ser mancillada por la inmundicia. Una obra que regresa el amor a la tierra, al Culiacán de las maravillas. Un esfuerzo que fue posible, en palabras del director, a la Universidad Autónoma de Sinaloa y al Instituto de Cultura de Sinaloa. Érase una vez la novia regresa a Culiacán y el 2 de septiembre estará en el Pablo de Villavicencio a las 20:00 hrs. Gracias, Sebaiba teatro, por mantener el arraigo.

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